Claro que existe el demonio. Es la fábula que inventa la fe cristiana para referirse al conjunto de males que aquejan a la humanidad. Si como filósofos intentamos discernir el Bien y el Mal, sería hipócrita por nuestra parte criticar a los sabios en la fe cristiana hablar de ello con sus propios nombres, para intentar hacer lo mismo que nosotros.
Por supuesto no queda otra que respetar las creencias religiosas de los demás, y ver que partes de la filosofía cristiana aportan información al trabajo de hacerse preguntas del filósofo, traduciendo el dogma a la realidad que hace referencia.
En caso del dogma del demonio, es claro. Es la explicación de la erótica de Mal, de sus perversiones y tentaciones, y de las debilidades del cuerpo y la mente humanas. Todo un conjunto de realidades filosóficas, que la religión transforma en una especie de deidad que se opone al Dios, que es la encarnación del Bien.
Como demuestra "La Vida de Pi", la fe sólo es ver las mismas cosas con nombres, colores y formas más bellas, poniendo valores como la esperanza por encima del de la verdad, porque el ser humano, no sólo vive de la verdad, sino de la esperanza de poder cumplir lo imposible. Sobre cumplir lo imposible, el filósofo no sabe nada, porque el imposible es un terreno inexplorado para la razón humana. Y sin embargo, tiene tanta fuerza, que el ser humano ha inventado la religión para `poder tener respuestas al respecto, y seguir teniendo esperanzas.
En este contexto, como filósofos, no podemos negar la existencia del demonio tal y como lo define la fe cristiana: encarnación del Mal. Puesto que pertenece a un ámbito que no es de nuestra incumbencia de estudio. El demonio sirve a otras causas, que no es el esclarecimiento de la verdad, y esas causas son muy nobles, aunque a nosotros no nos interesan. Nosotros nos centramos en lo empíricamente probable, no en lo científicamente imposible. Sólo podemos decir si lo hemos visto por ahí o no. Pero tal afirmación no es suficiente para negar categóricamente su inexistencia o existencia. Sencillamente, la existencia o inexistencia, es lo de menos. El objeto de la fábula es su enseñanza, y no su veracidad, aunque la fábula puede ser un hecho cierto, eso a nadie importa más allá de la moraleja que nos inculca.