La cruda realidad parece golpear las puertas de las democracias populistas suramericanas con fuerza y ritmo desagradable; uno de los casos más dramáticos se evidencia en la Argentina, donde la presidente va mostrando sus pasos de lenta sumisión a las reglas de oro de la civilización occidental. Recortes de subsidios, suba de la tasa de interés a los prestamos, ajuste de los salarios públicos y privados, búsqueda de financiamiento externo para equilibrar el déficit fiscal, son las recetas tradicionales y ortodoxas que se han negado en tiempos de bonanza como banderas de un falso nacionalismo demagógico alienante, que más que enaltecer al pueblo, lo ha denigrado o por lo menos lo ridiculiza.
Está claro que la máxima ambición de cualquier país debe ser tener el nivel de salarios más alto posible. Sin embargo, eso no se logra por medio de un decreto. Fomentar el consumo desalentando la inversión es pan para hoy y hambre para mañana.
Un modelo de inversión es la única forma de hacer subir de manera genuina y sustentable los salarios, el certificado de defunción del populismo argentino se firmó cuando estaba en situación de holgura, el Estado determinaba aumentos salariales más altos que la productividad para ganar elecciones y pretender perpetuarse en el poder. Es fácil ser generoso con lo ajeno, pero toda fiesta tiene un final, y quien acaba pagando la factura es la sociedad en su conjunto y son los pobres de menores recursos los que más sufren las consecuencias de la esperpéntica gestión.
Como ya expliqué en uno de los anteriores artículos sobre el tema de ajuste y devaluación, a comienzo de año la Argentina devaluó su moneda un 25% para cortar la sangría provocada por la pérdida de divisas del Banco Central producida por el uso y abuso de su política monetaria.
Toda devaluación no es otra cosa que la reducción lisa y llana del salario real de los trabajadores, en otras palabras, la flexibilización laboral en su máxima expresión.
Cuando no se regula el déficit fiscal y el mismo sigue financiándose con emisión de dinero en lugar de créditos externos, genera más inflación, esto a su vez come el efecto de la devaluación provocada en enero, lo que augura un segundo semestre aún más complejo para los trabajadores, para los jubilados y para la clase media.