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A veces, oír a los Diputados en el Congreso, o en algún Parlamento autonómico, me llena de vergüenza ajena. En estos momentos que la podredumbre de la corrupción embarga a los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, el “y tú más” me resulta indignante, porque como ciudadano me importa un pimiento si en tal o cual partido hay más corruptos que en el otro, y aún siento más alejamiento de ellos cuando no tiene ni la más mínima gracia para debatir.
En la actual democracia española (en minúscula) ¡qué pocos parlamentarios tienen atractivo en sus intervenciones!; como mucho cabría destacar a Felipe González, más bien por su gracejo andaluz, que llegaba a irritar al señor Adolfo Suárez, carente de estilo parlamentario, excesivamente parco en palabras y muy torpe en el Debate. Felipe González era admirado por el propio Suárez como en alguna ocasión manifestó por la facilidad en su palabrería. El otro oponente que tuvo el sevillano cuando gobernaba, el señor Aznar, no le llegaba a la suela del zapato en estos menesteres, como mucho se aprendió alguna coletilla, como aquella de “Márchese señor González” que de tanto repetir perdió cualquier atisbo de gracia parlamentaria.
Otra cosa muy distinta ocurría en la II República, donde gentes con don de palabra, sátira y fina ironía ilustraban las sesiones del Parlamento. Hay una que no olvidaré. Un prestigioso parlamentario, cuyo nombre aquí no viene al caso, con el fin de desprestigiar a su oponente dijo algo así: “¿Cómo podemos dar crédito a un Diputado que usa prendas interiores de lunares?”, la frase llenó de risas el Parlamento español. El aludido tomó la palabra, con gesto serio y mirando fijamente a quien había soltado esa frase burlesca, le respondió con esta otra: ¡Qué indiscreta ha sido su señora!... Aquí dejó un tono suspensivo de silencio que duró unos segundos; esos silencios que dicen más que mil palabras, para, a continuación seguir: “Perdón, quise decir “su Señoría”.
Creo que se habrán dado cuenta ustedes de la manera tan sutil de llamar cornudo a quien había pretendido humillarlo. Esa ironía, fina a más no poder, no por ello ausente de artillería pesada, era habitual en nuestros parlamentarios. Hoy más parecen incultos verduleros que personas que se presume deben tener un alto grado de cultura y una buena escuela para saber debatir sin que sus “ataques verbales” produzcan rubor a quien los oye, tan zafios en ocasiones y tan escasos de argucias verbales. Bueno, quizás sean la representación de los tiempos en que nos toca vivir.
El Postiguet