¿Qué nos encontraremos?
Sólo quien tenga una bola de cristal, o sepa leer en el poso de café, o en las cartas del Tarot, podría responder con certeza. Naturalmente si la bola dijera verdad, el poso de café conociera lo venidero, y las cartas de Tarot, fabricadas por Heraclio Fournier o no, pudieran decirnos algo. Pero no. El futuro, ni tan siquiera el de dentro de una hora, o de un segundo, que también es futuro aunque tan efímero que ni siquiera es presente, pues pronto se transforma en pasado, nadie lo sabe, y si algo tiene de bueno es la sorpresa. No intentemos adelantarnos a él, porque perdería todo su encanto, y ese encanto de la sorpresa es de las pocas cosas buenas que tiene la vida: el no saber qué nos va a llegar.
¡Qué obsesión, a veces enfermiza, tenemos en querer saber el cómo será el mañana! Vaticinios siempre erróneos, horóscopos que nos hacen reír, cuando no los sempiternos agoreros que nos presagian fines del mundo, cataclismos y Apocalipsis miles.
Mañana, es posible que Catalunya sea Catalunya. O quizás no, vaya usted a saber… pero bien haríamos, para no romper el encanto de la sorpresa, mirar por la puerta del mañana con curiosidad y dejar descansar las especulaciones. Sí, ya sé —o quiero saber— que el ruiseñor cantará al amanecer; que la amapola nacerá junto al verde trigal arropada por este; que el Sol saldrá por Levante y por Poniente se nos despedirá; que la lluvia vendrá de arriba abajo, y regará la higuera, y que, ésta acaparará el agua para que sus raíces la conviertan en savia y en dulce higo para septiembre.
Y que yo, o sea un servidor, igual mañana le da por escribir tantas bobadas como he escrito hoy. Pero eso es futuro, es mañana, y mañana Dios dirá.
El Postiguet