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Todavía no era conocido en la ciudad como el señor del ático, pues por aquel entonces, al contraer matrimonio con Doloricas, la que siempre fue su mujer, vivía en una aldehuela de la zona del Alto Aragón.
Ninguno de los dos habían visto nunca el mar, y decidieron, como viaje de boda, llegar hasta Barcelona y desde allí, embarcando, hacer un viaje a Mallorca, la Isla de los Enamorados.
La travesía era nocturna para llegar a la isla balear al amanecer. Era una calurosa noche agosteña, y nuestro protagonista y Doloricas estaban en cubierta asombrados de la inmensidad del mar y de un cielo raso con miles de puntitos blancos, las estrellas, acompañándoles en tan feliz viaje.
Él, algo nervioso pensando en lo feliz que era al matrimoniar con la bella Doloricas, jugueteaba con el anillo de boda cuando, sin darse cuenta, le cayó al mar. Su enfado fue monumental, presagiando algo malo. No te preocupes, le dijo Doloricas, en llegando a Zaragoza compramos uno igual.
A ambos jóvenes les encantó la ciudad de Mallorca, visitaron su Catedral, el puerto, el paseo marítimo y las callejuelas de la Mallorca antigua. Se hospedaron en un bonito hotel cerca del puerto, y en la primera noche la Dirección les invitó a una excelente Cena de Bienvenida. Él, más acostumbrado a las carnes rojas de su tierra, eligió una dorada a la brasa que nunca había probado. Un poco extrañado por los cubiertos, pues desconocía la pala para pescado, comenzó a dar buena cuenta a la dorada, cuando, de repente, notó en su interior algo duro. Así se lo dijo a Doloricas y ambos creyeron ver el “milagro” a la creencia de él que la pérdida del anillo sería señal de mal agüero. Con un cuidado extremo él intentó abrir la dorada con la esperanza de que el pez se hubiese tragado el anillo de oro de los esponsales, sin embargo no ocurrió eso, sino lo duro que él notó, era la raspa del pescado.
El P©stiguet