.
Díganme quién lo inventó, díganme dónde vive, que hacia allí voy en su busca para darle un mamporro. Las bicicletas, dicen, son para el verano, y me temo, por lo tanto que no soy una bicicleta; ni de carreras, ni de paseo ni de montaña...
El verano, por supuesto, ha de existir, pero para quien lo quiera y le guste. El invierno es maravilloso, pero naturalmente he de ser sincero, me refiero al invierno de este rincón del Mediterráneo donde la temperatura no conoce bajar de los 0 grados centígrados, a mediodía unos 18 que son una bendición, y el sol suele ser un eterno residente y sin darte sopapos como hace en verano; la mar por estos lares no se pone chunga como en el Norte peninsular y puedes navegar y pescar tranquilamente. Si escoges, en vez de la mar la tierra, el huerto o jardín, es un placer estar al aire libre y trabajarla, ver cómo crecen las verduras invernales y estar horas y horas entretenido. El día es más corto que el agosteño, sí, pero más productivo, se le saca más partido... Y ya, cuando atardece, sentarte frente a la chimenea, ver bailar el fuego y recibir su agradable calor, mientras tranquilamente ves televisión, estas de charla con las personas queridas, o simplemente no haces nada, no tiene precio.
El invierno, que se nos acaba de ir, es, para mí, todo actividad; el verano es agotamiento y no te acerques al restaurante de siempre, donde no encuentras una mesa libre, todo son prisas y carreras y hasta los langostinos saben peor. ¿Verano? No gracias.
El P©stiguet