Por ser el día de sant Jordi, del libro y de la rosa , os regalo este relato corto.
BUSCANDO LOS AIRES PERDIDOS
Es curioso comprobar, y ver, como a unos pocos más de cien kilómetros de distancia, DE la ciudad, puede cambiar todo. Desde el Aire, el Paisaje, las Cosas, y hasta las Personas. Sobre todo es en estas, en donde se nota más el cambio.
En mis solitarios y largos paseos por la montaña profunda de Girona, a la que visito de año en año. Caminando por los inciertos senderos y escarpadas pendientes. Cuando a diario, juego a sorprender a los Jabalíes, que tanto gustan de revolcarse en los calveros soleados del bosque, o cuando van hocicando por la umbría de la maleza, o mientras echo de comer a las gallinas los granos de uva que tanto le gusta, me lo repito y me lo digo, como el titulo de aquella famosa película del fallecido Paco Martínez Soria “ La ciudad no es para mi “ y me lo vuelvo a repetir, por la tarde, cuando en mi paseo, cruzo el riachuelo que baja de los picos pre pirenaicos que ya empiezan a blanquearse, y en donde desde el año pasado, ha desaparecido las ranas y los pocos peces que habían y que ahora, solo se ve, algún que otro trozo de plástico, que baja por la corriente, para decirnos que la ciudad avanza. Me acerco hasta a la masía de los Avis, a saludar, más bien a abrazar, a la pareja de ancianos payeses, tan cordiales, amables y humanos, como la tierra que a duras penas trabajan y cuidan, y que se pasan todo el día, y hasta la noche, pegados y juntos al hogar de leña, con un ojo en las llamas y otro en el contiguo establo, en donde un par de vacas suizas están a punto de parir.
La queja y el continuo lamento de estas dos envidiables personas, testigos de su otro tiempo, que los relegó al desván del olvido, siempre es la misma. Que sus hijos no vienen por allí, que no quieren saber nada del campo. Que cuando ellos falten, que será de todo aquello. Que las malas hierbas se meten por todas partes. Que a ellos, ya no les quedan fuerzas. Mientras las llamas chisporrotean, y despiden, como luciérnagas de luz hacia todas partes, y mis palabras, que quieren ser de animo, se pierden entre los bramidos de una de las vacas que de alguna forma quiere llamar la atención de su estado.
Me marcho, caminando entre los gansos y los patos que escandalizan a mi paso, después de comprobar que todo allí sigue igual como hace un par de años, o acaso, como hace diez. Solo los perros que me huelen con desconfianza los bajos de los pantalones son diferentes cada vez. Cuando subo la cuesta, paso junto al maizal eterno de cada visita, que ahora está alto y sus hojas forman como una larga pared que se pierde en la distancia. Entonces las huellas del reino animal saltan a la vista, en cualquier momento, y en cualquier trecho del camino.
Una culebrilla que cruza ágilmente la vereda de tierra. Un conejo que huye entre las cañas verdes. Huellas de pezuñas de zorro grabadas en el barro de una lluvia pasada.............. Y en el aire, como ligera brisa, que remueve todo, balanceándose al compás de los sonidos lejanos y que nunca esta quieta, campanas lejanas, ladridos, cacareos, y un rumor de vida que baja del santuario; Allí, cuando subo jadeando, siempre, antes de pasar a la casona, y después de cruzar el cuidado jardín, visito a la Virgen. Esta es morena de piel y de pelo, y tiene unos ojos grandes y negros. bondadosos y brillantes, como de andaluza o de princesa árabe.
En aquella, modesta y hasta pobre ermita con paredes de piedras vivas y altar de madera agrietada, se sentiría bien nuestro Señor, porque allí no tendría que echar a latigazos a los mercaderes del templo, porque allí no hay venta de velas, ni de lotería de Navidad, ni de billetes en la bandeja de después de la misa, ni tenderete benéfico en la puerta. Aquello es pequeño, pobre, humilde, muy silencioso, y en donde al Mosén solo le regalan, comidas y ropas para sus ancianos, ropa y comida que no es seleccionada, que no es apartada, si no que es entregada directamente a los necesitados de ella, para los ancianos que tiene viviendo en la contigua casona, y que el mismo construyó hace años junto a la ermita.
Algún Domingo se casan allí los del pueblo de más abajo, que está bajando la cuesta, a unos doce kilómetros de distancia. Ese día los Avis que viven todo el año con el Mosén, se esmeran, trabajando, ayudando, y adornando todo aquello, pero aún así, el sacramento del matrimonio, nunca deja de ser allí, una ceremonia sencilla, sentida, de pueblo, en donde todo es humilde. Tan solo abundan las flores, la sana alegría, la cordialidad, y la comida, que ese día es extraordinaria.
El Mosén se llama Lluís, es de Canfrans, en el Cabo de Creus tocando con Port Bou. Hizo el seminario en Tarragona, y cuando lo ordenaron pidió ejercer por aquí, por donde esta su pueblo. Es de los que todavía visten sotana. Es una gran persona este cura, y nos da ejemplo a todos, cada día y a cada hora. A pesar de ser casi mayor de muchos de los que tiene asilados, es inquieto como un quinceañero, muy trabajador, y de naturaleza nerviosa, por lo que nunca para mucho tiempo tranquilo en ningún sitio. Solo es por la noche, cuando después de cenar, se sienta junto al fuego y mirando por los amplios ventanales a este cielo único Pirenaico, limpio de contaminación y cuajado de estrellas, se puede hablar con el. Se aprende mucho de este hombre dedicado por entero a los demás, lejos de todo lo que signifique comodidad y lujos.
Tiene este hombre, que vive voluntariamente ajeno a los avances de su tiempo, para desplazarse por estos pueblos perdidos de la montaña, un viejo Citroën dos caballos, que ruge como un camión, y se balancea en las cuestas y las curvas como una barca en día de tormenta, y con el, con el deposito de gasolina casi siempre en la reserva, recorre cada Domingo y Fiestas de guardar los pueblos de los alrededores, predicando, diciendo misa, y dando la Comunión.
Sin casi ninguna ayuda, mantiene a unos pocos ancianos muy mayores, que de seguro ha recogido en sus correrías pueblerinas, y allí a trancas y barrancas consigue vestirlos, y darles de comer cada día. A veces cuando la cena es incierta, coge su canasta de mimbre, y con una vieja linterna en la mano, nos pregunta ¿ que queremos para cenar, si Setas o Caracoles ? y una vez que sabe lo que nos apetece, se recoge la sotana, y se pierde por la oscuridad de la montaña, apareciendo, después, con el canasto lleno de una cosa o la otra.
A veces voy con el, y a veces le pido que me deje en algún mercadillo que se forma en las calles principales de estos pequeños grupos de casas, allí el bar suele ser panadería, y varias cosas al mismo tiempo. La gente lee en el Periódico, unas noticias que les parecen tan lejanas, como si vinieran de otro mundo, a la Televisión nadie le hace caso, y solo sirve para darle un rumor lejano al establecimiento. Fuman estos hijos del campo, buenos cigarros, porque saben mucho antes que lo dijera la Televisión, de que no es solo la Nicotina la que causa tantos Canceres. Se come embutidos caseros, y su aroma que se ha quedado pegado en las paredes de las casas, te acompaña en el recorrido. El vino no tiene etiqueta, ni denominación de origen, para que, si todo el mundo conoce la viña que lo creó. Los paisanos entre los tenderetes, se empeñan en hablarme en Castellano, haciendo un esfuerzo, sin saber que les entiendo, y que no hablo su lengua por el respeto que me merece, el no hablarla correctamente. Con su trato, me confirmo en la idea, de que la ciudad contamina el aire, y a las personas, porque aquí son vecinos tan diferentes, que su camarería y cordialidad, invitan a quedarse para siempre.
Y los días pasan y pasan, casi sin hacerse sentir, como las nubes que corren por la ventana de mi dormitorio, de arriba del huerto, y entre que volveré y no volveré, me despido de toda esta gente, que me aprecia, y que me lo demuestran sinceramente, el Mosén no está, se marchó muy temprano a visitar a sus enfermos. que hoy tocaba. Cuando bajo la cuesta el ruido del motor, asusta al ternero que ya nació, y que orretea junto a su madre. En el pueblo no me entretengo, paso de largo, tampoco me detengo en la ciudad, a visitar por no se cuantas veces, vez la soberbia Catedral y sus tumbas milenarias.
Al Onyar cuajado de trucas, lo veo desde lejos. Y luego ya en la Autopista, cuando los pulmones se van llenando de humo de Gasolina, en el primer peaje, me digo una vez más, que la ciudad no es para mi, ni la ciudad, ni esta sociedad que la acompaña, tampoco, pero que a falta de otra, intentaremos sobrevivirla.
Rocinante 18/11/20XX