Había, en un pueblo lejano, lejano de Todos los Pueblos de la comarca, una pared, vieja, robusta, indestructible... Algunos decían que fue construida los los griegos como defensa de los piratas que cada cierto tiempo se acercaban por aquellas playas. Otros decían que la construcción fue romana y algunos que árabe o cristiana. El caso es que allí se mantenía firme pese a tormentas, vientos huracanados, lluvias torrenciales o algún que otro movimiento sísmico.
Y en aquel pueblo, lejano de Todos los pueblos, también había un imbécil, cuya imbecilidad era hablar con la robusta pared. Y como la pared no le respondía a sus sandeces, como la pared ignoraba sus provocaciones, día a día la locura del imbécil iba en aumento. Las gentes del pueblo lo miraban, al principio, con cierta simpatía. "Míralo —decían— otra vez hablando a la pared sin obtener respuesta" pero poco a poco, al ver que sus palabras contenían cada vez más insultos, la simpatía se fue tornando en desprecio.
Y un día, la pared, que callada jamás antes respondió, habló a los vecinos diciéndoles, "Tomadlo más bien como bufón que como imbécil o loco. Es más, comprended que es un lameculos que si no lame no es feliz".
Y las buenas gentes del lugar así lo entendieron.
Fin.