Las derechas juegan al ajedrez con bates de béisbol mientras imponen a la izquierda las reglas de la esgrima
El contexto es importante, vayamos con algunos hechos. Hecho número 1: El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, junto a importantes dirigentes del su partido, presionó durante días al rey Felipe VI con todo tipo de declaraciones públicas para que le encargase la investidura, a sabiendas de que no contaba con los votos para ser presidente. Hecho número 2: Una vez finalizada su ronda de consultas, el jefe de Estado podría haber pedido a los distintos candidatos que siguieran buscando apoyos, ya que ninguno lo tenía garantizado, pero, en una controvertida decisión, decidió encargarle la investidura a Feijóo, un candidato sin mayoría. El líder popular y sus dirigentes redoblaron la presión, esta vez sobre la presidenta del Congreso, Francina Armengol, para que concediese varias semanas de margen al candidato popular y que este pudiese fijar una ronda de contactos con los mismos partidos que ya le habían dicho que en ningún caso iban a hacer a Feijóo presidente. Aclaración importante sobre el hecho número 2: El líder del PP exigió a Armengol un margen amplio en declaraciones públicas, pero también en privado, a través de una carta en la que recordaba plazos de anteriores investiduras: 24, 33 y 46 días. Es decir, Feijóo lo reclamó por escrito y dejó pruebas de ello, aunque luego quisiese dar a entender que el mes de margen, que se le acabó haciendo eterno, había sido responsabilidad exclusiva de la presidenta del Congreso. Hecho número 3: Tras recibir de nuevo el ‘no’ de todos los diputados de la Cámara, salvo Vox, que había garantizado su apoyo la misma noche electoral, uno de UPN y la parlamentaria de Coalición Canaria, el Partido Popular hizo llamamientos públicos a diputados del PSOE para que ejercieran de tránsfugas, traicionasen a su partido y facilitasen el Gobierno a Feijóo, el candidato que se presentó a las elecciones para “derogar el sanchismo”. Hecho número 4: En vista de que ese último recurso no salió, y de que sus exploraciones con Junts tampoco dieron sus frutos, el PP organizó en Madrid una manifestación contra una supuesta amnistía de un hipotético gobierno nonato que debe salir de un futuro acuerdo entre PSOE y Sumar con los nacionalistas vascos (PNV y EH Bildu) además de ERC y esta vez Junts, el partido de Puigdemont. (La manifestación se programó para dos días antes de una sesión de investidura que todo el país sabía fallida). Hecho número 5: En lugar de presentar su programa de investidura, cuando la presidenta del Congreso dio la palabra este martes a Feijóo, el candidato del PP arrancó su discurso arremetiendo contra la supuesta amnistía. Y dijo tal vez la mentira más grosera de todas las que se le recuerdan, incluidas las de su campaña electoral: aseguró con toda solemnidad, en su primera intervención en el Congreso, que cuenta con los votos para ser investido presidente, pero que no lo será porque él sí antepone sus principios y porque el fin no justifica los medios. Ni uno solo de los 350 diputados del Congreso, incluido Feijóo, pudo creerse semejante falacia. El argumento del líder popular es que no será presidente porque se niega a aceptar la amnistía que exige Junts, que según dijo en el hemiciclo el líder del PP había puesto el mismo precio a su partido y al PSOE. Vayamos a los números: en el supuesto caso de que Junts estuviese dispuesto a investir a Feijóo presidente si pactase con él la amnistía, Feijóo contaría con los votos del PP (137) más los siete de Junts (144 en total). La mayoría absoluta para superar la primera votación está en 176. En una segunda votación donde valdrían más síes que noes, necesitaría al menos 172, porque 171 diputados ya han dejado claro que votarán en contra. Suponiendo que Coalición Canaria y UPN mantuviesen su apoyo en ese escenario hipotético, Feijóo llegaría a 146. Le faltarían 26. Así que las cuentas del candidato del PP implican dar por hecho que Vox apoyaría una investidura junto al partido de Puigdemont a cambio de una amnistía para el president y el resto de políticos catalanes que organizaron el procés. ¿Creíble, verdad? Pues Feijóo lo repitió varias veces desde el atril del Congreso con un tono muy solemne y mientras reivindicaba el valor de la verdad y de cumplir con la palabra dada. Al tiempo que repetía estos argumentos y que él jamás optaría a la presidencia sin ser la lista más votada -a diferencia de todos los presidentes autonómicos del PP y algunos alcaldes que le aplaudían desde la tribuna de invitados y que debieron de tomar ese camino contra la opinión de Feijóo- el candidato popular se presentaba en el hemiciclo como un “presidente de fiar”. Ese era el contexto, cuando se inició el turno de réplicas del resto de los partidos en el Congreso. A la vista de semejantes antecedentes, cabe plantearse algunas preguntas: ¿Seguro que fueron PSOE y Sumar los que denigraron el Congreso con la decisión de que sus líderes no participasen en una sesión de investidura que en ningún caso iba a serlo? ¿De verdad ha sido la izquierda la que ha pervertido un mecanismo constitucional o ha sido el PP el que lo ha hecho involucrando a la Corona en una maniobra para sus fines partidistas? Si toda la Cámara sabía, incluidos diputados y periodistas, que la sesión de esta semana no es una investidura y solo sirve a los intereses del PP, ¿está obligado el presidente del Gobierno en funciones y la vicepresidenta segunda, líderes de sus respectivos partidos, a tomar la palabra en este pleno? ¿Debe considerarse gravísimo que el PSOE encomendase a Óscar Puente, uno de sus diputados más beligerantes, confrontar con el PP en su mismo terreno y en un pleno que Feijóo planteó como el inicio de otra campaña electoral o, en su defecto, como la inauguración de su labor de oposición a un gobierno que aún no existe? ¿Pueden esas firmas insignes de la derecha mediática con sus cantinelas del “que te vote Txapote”, “los amigos de ETA”, “las cenizas de Hipercor” y el “España se rompe” ejercer de indignadas cada vez que un dirigente de izquierdas las interpela directamente? (Esta última pregunta es retórica: a la vista de los titulares y editoriales del miércoles, es evidente que pueden y quieren). Lo cual anticipa una nueva cuestión: ¿Por qué creen esas mismas derechas que han decidido jugar al ajedrez con bates de béisbol que pueden imponer para sus adversarios las reglas de la esgrima?
Las mentiras de Núñez Feijóo y la verdad de Óscar Puente
Sobre las mentiras de Alberto Núñez Feijóo se han escrito varios artículos en diferentes medios de comunicación. El de Ignacio Escolar me ha parecido el más completo y el más didáctico. No voy a añadir, en consecuencia, nada a lo que se ha dicho ya. La mención de las mentiras en el título tiene como finalidad subrayar que, en la intervención del portavoz del PSOE, Óscar Puente, no se incluyó ninguna. Si hubiera incluido alguna, el candidato Núñez Feijóo habría sido advertido por alguien de su equipo y se habría lanzado a degüello contra él. Pero no pudo hacerlo, porque no había ninguna. Han pasado ya varios días y nadie ha podido descubrir alguna. Los reproches que se han hecho no guardan relación alguna con la veracidad del discurso. A los que pensamos que la verdad es importante en política no debemos dejarlo de lado. Además de seguir el debate, leí al día siguiente las trece páginas dadas a conocer por la oficina de prensa del PSOE, en las que se reproducía tanto la intervención inicial del portavoz socialista como su réplica a la respuesta del candidato a presidente Núñez Feijóo. Recomiendo a los lectores que lo hagan. Leídas tranquilamente, sin el ruido que las acompañó por los diputados del PP, se comprueba que, ni en el fondo ni en el estilo con que están escritas, hay nada que no encaje plenamente en los usos parlamentarios. A lo que Núñez Feijóo no supo contestar no fue a una serie de insultos, sino a una serie de afirmaciones y argumentaciones bien construidas, que dibujaban lo que había sido la trayectoria del candidato desde el día en que fue propuesto por el Rey, hasta el día de su presentación en el Congreso de lo Diputados. El problema del candidato Núñez Feijóo en el debate de investidura ha sido él mismo. Su partido estuvo presionando al Rey para que anunciara, incluso antes de la constitución de las Cortes Generales, su propuesta como candidato, algo imposible, ya que el Rey tiene que hacer la propuesta a través del presidente o presidenta del Congreso de los Diputados y, en consecuencia, no puede hacerla hasta después de la constitución del órgano y de la elección de su presidente o presidenta y demás miembros de la Mesa. Una vez que lo hubo propuesto, solicitó a la presidenta un plazo amplio para intentar articular una mayoría parlamentaria y no hizo prácticamente nada para conseguirlo. El día en que el Rey lo propuso tenía los mismos apoyos que el día en que se presentó ante el Congreso de los Diputados. Núñez Feijóo ha jugado a la investidura. Para no blanquear esta farsa, el presidente en Gobierno en funciones decidió no ser el portavoz del PSOE. No podía con su intervención reconocer la falsa candidatura de Núñez Feijóo. Pedro Sánchez era el único que no podía participar en la comedia en que, entre el Rey y Núñez Feijóo, habían convertido esta sesión de investidura. Ese ha sido un gran acierto constitucional del presidente en funciones. Si ustedes no se toman en serio la Constitución, yo sí. Esto no es hacer una sesión de investidura, sino jugar a que se está haciendo dicha sesión. Con el presidente del Gobierno no se puede contar para ello. Óscar Puente con su intervención no hizo más que completar la denuncia del fraude constitucional que suponía la no intervención de Pedro Sánchez. Si ven otra vez o leen su discurso, verán que no hizo más que poner al candidato Núñez Feijóo ante el espejo y enumerar las contradicciones en que había incurrido a lo largo del mes que duró su candidatura. Que si había ganado las elecciones y que tenía derecho a ser presidente por ser quien encabezó la lista más votada, que no iba a ser presidente porque se negaba a aceptar el chantaje de Junts, como si Vox no existiera… Cuando el portavoz del PSOE lo puso frente a sus propias palabras y le recordó, de paso, sus ocho años, ocho, de amistad con un conocido narcotraficante cuando él ya era una persona relevante en el PP y en la Administración gallega, el candidato Núñez Feijóo, en lugar de aprovechar la ocasión para dar una explicación convincente de su conducta durante esos años, se le mudó la color y estuvo a punto de no subir a la tribuna para darle la respuesta. En todo caso, no se atrevió a volver a subir en el turno de duplica. Nadie en el PP, ni el presidente Núñez Feijóo ni nadie, ha sido capaz de dar respuesta al discurso de Óscar Puente. Únicamente lo han insultado dentro del Congreso y fuera del mismo. Es la primera vez en todas las investiduras hasta la fecha en la que el portavoz de un partido es agredido en el momento en que se subía al medio de comunicación que debía trasladarlo al Congreso para la votación definitiva. En cualquier caso, ya se ha puesto fin al espejismo Núñez Feijóo y entramos en la investidura de verdad. El Rey va a poder cumplir correctamente con la tarea que tiene constitucionalmente encomendada y el candidato propuesto va a ser un candidato de verdad, lo que no quiere decir que vaya a ser confirmado por la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Lo será o no lo será, pero no estaremos ante un “juego”, sino ante un intento serio de configurar una mayoría parlamentaria de investidura.
Hay que ver lo que dan de sí 25 segundos para retratar a alguien
Hace ya demasiado tiempo que gran parte del debate político se ha ido deslizando por la pendiente del eslógan, del argumentario de cartón piedra, del insulto, de la gracieta, del chascarrillo… a ver quién la dice más gorda. Pero, claro, uno de los riesgos en esta carrera de ocurrencias, pues es quedarse con el culo al aire. Y eso le ha ocurrido al portavoz del Partido Popular, Elías Bendodo, en una pifia memorable, no tanto -o no sólo- por el error, porque todos podemos equivocarnos, sino por las ganas de meterle el dedo en el ojo a Pedro Sánchez, para acabar él mismo metiendo la pata. Imagino que muchos, muchísimos oyentes, saben que Almudena Grandes escribió una novela, que se titula ‘La madre de Frankenstein’, y que se acaba de llevar al teatro. Vale, pues Elías Bendodo en uno de esos canutazos de fin de semana pensados para que ni en domingo nos olvidemos de ellos, se planta frente a los micrófonos, hace como que piensa, inserta alguna pausa dramática y nos regala esta perla.
Hay que ver lo que dan de sí 25 segundos para retratar a alguien. Elías Bendodo no tiene ni puñetera idea de lo que está hablando. Su único objetivo es vincular a Sánchez con el concepto gobierno Frankenstein, con el que la derecha y la ultraderecha llevan años dándonos la matraca. Por eso la caga con el título, porque ‘La novia de Frankenstein’ es una película del año 35, con Boris Karloff, y sí, habla del monstruo. Pero la novela de Almudena Grandes es una historia de la españa de posguerra con personajes de ficción , sí, pero otros tan reales como el psiquiatra Vallejo-Nájera, partidario de la eugenesia e inventor de aquella curiosa teoría del ‘gen rojo’ que establecía que el marxismo estaba conectado con la imbecilidad y que había que extirparlo de los cerebros donde anidara para preservar la raza española. O de otro psiquiatra, López Ibor, famoso por sus terapias con electroshocks y lobotomías a los homosexuales para curarles de una supuesta enfermedad. Si Elías Bendodo lee algún día la novela de Almudena Grandes, o va al teatro, no sé con qué personaje se sentirá más identificado, pero lo que parece evidente es que no conoce aquella frase de Tarradellas, según la cual en política se puede hacer todo, absolutamente todo… menos el ridículo.
Era un 13 de junio de 2021 cuando la derecha convocó la enésima manifestación con el motivo de siempre: “¡España se rompe!”. En aquel momento la amenaza final para la existencia de España eran los indultos a los políticos independentistas encarcelados que el Gobierno de coalición aprobó durante el verano de 2021. Colón se llenó de unos escasos 25.000 manifestantes que clamaban contra los indultos, entre los que se encontraban ilustres y olvidados personajes de la política española como Inés Arrimadas o Pablo Casado, y también otros cuya importancia empezaría a crecer desde entonces como Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid ya era toda una experta en crispación constante y estaba en pleno proceso de afilar el cuchillo que al final acabaría usando sin reparos contra su propio jefe. Aquel día no fue distinto.
En medio de su discurso, entre reproches y clamores, no perdió la oportunidad para disparar contra quien se presuponía su aliado diciendo: “¿Qué va a hacer el rey de España, va a firmar esos indultos? ¿Le van a hacer cómplice de esto?” José Luis Martínez Almeida y Pablo Casado se estremecieron al escuchar esas palabras y mientras una multitud vitoreaba las preguntas de Ayuso a Felipe VI ellos quedaban en segundo plano en silencio y sin aplaudir. Pronosticaba lo que estaba por venir.
Con esa tan poco inocente frase en medio de aquella manifestación, Ayuso situaba en el centro de la diana pública al Jefe del Estado poniendo sobre sus hombros la falsa responsabilidad de firmar los indultos que el Gobierno iba a aprobar. Le convertía, a ojos de sus seguidores, en prácticamente “cómplice” de los indultos. A nadie le sorprenderá, por lo tanto, que cuando apenas una semana después se aprobaron los indultos a los políticos independentistas todo ese espectro ideológico derechista tan amparado por Ayuso se lanzase en las redes sociales a llamar a Felipe VI “Felpudo VI” por haberse “dejado pisar” por el gobierno de coalición y por los independentistas. El rey de España había firmado los indultos y por lo tanto era corresponsable de todos los males de España que en la manifestación del 13 de junio habían augurado en el caso de que se aprobasen. ¿Qué ha ocurrido ahora? Pues algo parecido pero todavía más ridículo. Tras la investidura fracasada de Alberto Núñez Feijóo, se volvió a hacer otra ronda de consultas para que el rey propusiese un nuevo candidato a la investidura. Una vez demostrado que la vía de Feijóo era imposible, solo quedaba la posibilidad de que un candidato alternativo se convirtiese en presidente. Y ese candidato era Pedro Sánchez, al que evidentemente el rey ofreció, como había hecho anteriormente con Feijóo, ir a la investidura. ¿Qué pasó entonces? Que, una vez más, esta derecha trumpista y alérgica a la Constitución ha puesto el grito en el cielo renegando del monarca porque no comparten su decisión de proponer a Sánchez como candidato a presidente. Parece mentira, pero solo hay que hacer una búsqueda rápida en Twitter para verlo en todo su esplendor.
Escuchar las palabras de Ayuso o leer los comentarios hiperventilados de estas personas asustadas por la constante desintegración de España echando sobre los hombros del rey este tipo de cuestiones produce una mezcla entre ternura y lástima. Porque su ignorancia respecto al funcionamiento constitucional de nuestra democracia es tan severa que desconocen por completo que el rey de España no tiene capacidad ejecutiva ninguna y tan solo está en su mano proponer un candidato u otro solamente teniendo en cuenta los apoyos que pueda lograr en el Congreso, independientemente de su color político, y que, además, está obligado constitucionalmente a refrendar todas las leyes (también los indultos, obviamente) que el poder legislativo le requiera. El rey no decide, solo firma. Por fortuna. Resulta que el foco de todas las decepciones de este grupo de derechistas echados al monte es la enorme distancia que tienen respecto a una Constitución Española que en tantas ocasiones reivindican sin conocerla. Y eso les hace indignarse al ver cómo Feijóo no logra gobernar a pesar de ser la lista más votada, solamente porque no tiene con quién pactar y les hace renegar en público de los Borbones cuando ven que el rey tiene que firmar aquello que la mayoría parlamentaria le requiera o cuando debe proponer al candidato a presidente que toque. No conocen la Constitución más que como un arma arrojadiza más cercana a un ladrillo que a una carta magna en la que se explica cómo funciona un país que hace mucho que dejaron de entender. Poco a poco, y de manera bastante ridícula, la lista de enemigos de España ha ido engordando hasta el delirante punto en el que incluso el propio rey de España se convierte en integrante de tan reputada lista.
Se veía venir. Cuando un partido toma la bandera del exabrupto y la mentira demuestra que no acepta los códigos de la democracia, ese lugar de convivencia donde se confrontan ideas, en el que unas se gana y otras se pierde y en el que, sobre todo, se respeta la voluntad de la mayoría expresada en las urnas. El PP, que se cree en posesión por derecho de las escrituras del poder, repite estos días que la amnistía es el fin de la Constitución, el fin de la democracia y el fin de España. Se ha echado a la calle y llamado a las barricadas. Con ayuda de curas, uniformados y togados, anima a la sublevación contra una iniciativa legislativa que, por controvertida que sea y muchas dudas que suscite, será legítimamente aprobada por una mayoría parlamentaria democráticamente votada. Luego, será el Constitucional, y nadie más, quien determine si se ajusta o no a la Carta Magna, por mucho que ellos ya hayan esparcido, con ayuda de su trompetería mediática, que rompe las costuras del 78. Desde que las urnas no les dieron la razón el 23J, los populares, que ya en poco o nada se distinguen de la ultraderecha de Vox, se han envuelto otra vez en la bandera de la incontinencia, el resentimiento y la frustración para soliviantar a las masas. Sin medida alguna de la crítica, con la excusa de una supuesta traición al Estado español y sin atisbo del más mínimo sentido de la responsabilidad institucional, el PP que hoy dirige el templado Feijóo ha vuelto a recuperar el argumento del España se rompe sobrecargado de histrionismo y desesperación al ver cómo se desvanece en el tiempo la posibilidad de una repetición electoral. No es la amnistía lo que les preocupa, sino que ellos, los de la Gürtel, la Púnica, Lezo, la Operación Catalunya, la policía patriótica, los informes falsos contra los adversarios políticos, los sobresueldos, las mordidas y la corrupción generalizada, no van a recuperar en el horizonte inmediato el poder perdido, que es lo que antes del 23J daban por descontado. Por muchas dudas que susciten las formas en que Sánchez negocia con Puigdemont, la quita de la deuda catalana, la fotografía de la urna del 1-O bajo la que permitió fotografiarse Santos Cerdán o la designación de un mediador internacional, basta con pensar cinco segundos en Esperanza Aguirre y en esa imagen del pasado fin de semana llamando a la protesta y a cortar la calle Ferraz. La ex presidenta de la Comunidad de Madrid es hoy una anécdota en la política española, una ex que reparte lecciones de ética y moral por las televisiones amigas, pero es también el símbolo de lo que fueron y lo que son. Es una dosis de recuerdo de la peor derecha y es una acicate para defender eso que Sánchez llama el reencuentro. Al fin y a la postre ella fue una de las principales instigadoras de la recogida de firmas contra la reforma del Estatut de 2006 y las llamadas al boicot de los productos catalanes.
Aguirre, aunque no esté procesada, fue también la responsable de los múltiples casos de corrupción en los gobiernos que presidió entre 2003 y 2012 y la mayor beneficiada de aquellas tramas corruptas en sus campañas electorales, a las que acudió dopada de financiación ilegal. Es, en definitiva, el paradigma de la indignidad y el desprestigio. Pero ahí está, de agitadora de masas, de defensora de la pureza de la política y de plañidera de una supuesta España que se derrumba y un Estado de Derecho en demolición. El problema del PP, y no solo de Aguirre, es que ya ha difuminado por completo la frontera que le separaba de la ultraderecha, es su permanente ejercicio de irresponsabilidad al convocar protestas en todas las ciudades de España el próximo domingo contra una ley que se aprobará legítimamente en el Parlamento y es también el recuerdo de los años de corrupción generalizada en la que sumió a esta España a la que tanto ama, pero para la que no desea una convivencia pacífica entre sus territorios.
¿Qué es un fascista? Alguien que actúa como un fascista. Si necesitan pistas para identificarlo hay bibliografía para aburrir. Si buscan algo corto y clarito ahí van dos recomendaciones. Una ya la hemos citado en otras ocasiones pero nunca está de más: ‘Contra el fascismo’, la conferencia que Umberto Eco impartió en la universidad de Columbia en el año 95. La otra es ‘Instrucciones para hacerse fascista’, de Michela Murgia, fallecida el pasado agosto. Conocida como la escritora de los derechos, la intelectual italiana explicó muy bien cómo las palabras controlan los comportamientos. Trasladado a lo que estamos viendo en España, hay políticos y medios que llevan tiempo tildando de ilegítimo a un gobierno que desde el primer día fue perfectamente legítimo y acusando al actual presidente y aspirante a seguir en el cargo de ser un “felón”, de querer “abolir” el Estado de derecho y de ser “un peligro” para la democracia. Lo han proclamado desde tribunas de parlamentos y en entrevistas tanto políticos de Vox como del PP. Y no han faltado editoriales, tertulianos y encíclicas radiofónicas que han repetido los mismos mensajes. Las burbujas informativas exacerban las identidades, sean las territoriales, de clase o género. Para bien y para mal. Que haya 7.000 manifestantes en Madrid para defender España de las garras de Pedro Sánchez después de estar todo el día escuchando estas consignas parecen incluso pocos. Que muchos de los que han lanzado estas acusaciones ahora se lamenten de que la extrema derecha saque la gente a la calle y la cosa se descontrole en algunos momentos puede parecer hipócrita, pero siempre será mejor que se desmarquen y que no den la razón a los que entonan el Cara al Sol de su lista de Spotify. Porque las imágenes y cánticos de los manifestantes de Madrid confirman los estudios sociológicos que destacan que la extrema derecha tiene un vivero importante entre los hombres jóvenes, machistas y homófobos. Eso sí que debería ocuparnos y preocuparnos más. “En el fascismo la finalidad de la comunicación no es hacer que te entiendan, sino que te confirmen”, escribe Murgia. En la era de las redes es más fácil porque una parte de su razón de ser es esa. Proliferar mensajes banales y llamativos. Entre llamar felón a un presidente, como primero hizo Pablo Casado y después otros dirigentes del PP, y gritarle “hijo de puta” en una manifestación tampoco hay un salto tan grande. A los que estos días argumentan que los extremos se tocan hay que recordarles que no todos los populismos son fascistas aunque sí sea cierto que todo fascismo es una forma de populismo. Es lo que se ha bautizado también como populismo cualitativo de televisión o internet y que, como ha teorizado Umberto Eco, permite presentar estos movimientos como la alternativa a los “podridos” gobiernos parlamentarios. Aquí lo revisten de un patriotismo casposo mientras abogan por minar las instituciones o la Constitución que dicen defender. Lo que sea con tal de no asumir las reglas del juego a no ser que sean los beneficiados, como se comprueba en los gobiernos y ayuntamientos en los que están ocupando sillas gracias al PP.
Otra de las afirmaciones que se escucha a menudo, la de ‘no todo es fascismo’, es cierta aunque en el caso de algunas de los lemas y banderas que se han exhibido en las protestas convocadas por Vox y sus satélites no caben muchas dudas. Lo que para los demócratas son adversarios, para ellos son traidores. Siendo los que son, estando ya en las instituciones, sin restarles importancia y sabiendo que probablemente volverán a salir a la calle, hay que dimensionar también su importancia. Ni España se rompió con el Estatut ni con los indultos. Se puede estar en contra de la amnistía pero si se presenta el texto, se tramita y se aprueba en el Parlamento, más allá de la dilación que el PP logre en el Senado, será validada o no por el Tribunal Constitucional y llegado el caso se examinará también en la Justicia Europea. Todos esos trámites son los que garantizan que un Estado de derecho funciona. El resto es solo derecho a la manifestación y propaganda de la extrema derecha.
Hemos visto avanzar y extenderse a la peste ultra avisando de lo que se avecinaba y, hasta ahora, no se ha hecho nada para impedirlo. Una falla evidente en los Estados de Derecho ha permitido entrar otra vez en el cauce –como en los años 30 del siglo pasado– a las distintas marcas del fascismo. Hemos ido contemplando la promoción y ascenso de la extrema derecha en España, alertando de su peligro. De recibir 57.733 votos totales en 2015, un 0,23%, con los que no consiguió ningún diputado, pasó a más de tres millones. Ahora, aun en declive, gracias al PP de Alberto Núñez Feijóo cogobierna en varias de las 11 autonomías en las que ganaron los populares. Dejando, ambos partidos, una fuerte impronta en recortes de derechos. La codicia y la violencia han dado saltos de gigante en estos años. Una intensa crisis del capitalismo que pagó la sociedad, la tijera de la austeridad que la agravó para los ciudadanos, una guerra en Europa y un resurgir del genocidio de los palestinos a manos de Israel, una merma de valores, sin duda, nos han traído a este hoy en el que la ultraderecha se ha hecho ya con poder en diversos países. La suma de todos sus desvaríos acaba de tomar posesión en la presidencia de Argentina, convertida este domingo en un cónclave mundial de la nueva cara del fascismo, más rocambolesca y descarada que nunca. Estuvieron todos en el agasajo, sobró alguno. Santiago Abascal, que de luces anda escaso, estaba tan entusiasmado con la compañía de ultras acreditados que contempló la posibilidad de ver al presidente Sánchez colgado por los pies a manos de las turbas que andan agitando y a los que ellos llaman “el pueblo”. Porque a ese esperpento es a quien se dirigen esas proclamas, vestidas de amenaza. Su grupo le apoya: “Es la suerte de muchos dictadores”, dicen. Un partido que forma parte del Parlamento y no distingue entre democracia y dictadura debería ser excluido de él. Sin contemplaciones. Y menos mal que por fin se reacciona. El PSOE llevará a la Fiscalía las declaraciones de Abascal contra Sánchez y los ataques a las sedes socialistas. Estiman que inhabilita a quienes lo promueven. Veremos en qué sector de la justicia recae. No se puede seguir así. La democracia no puede admitir más ataques dirigidos a su esencia. No es libertad de expresión, es de agredir. Y callarse, una cesión inadmisible y peligrosísima. Falta ya tiempo, observen a qué conduce mirar para otro lado y hasta tomar a broma algo tan grave. Así ha venido creciendo. Las consecuencias que pide el PSOE al PP en su alianza con Vox no se van a producir. Los populares no solamente oponen siempre “un pero” que vuelca la culpa en la víctima, sino que en el fondo sus líderes actúan de forma muy similar. En Buenos Aires, pesos pesados del PP como la recobrada portavoz parlamentaria Cayetana Álvarez de Toledo o la expresidenta de Madrid Esperanza Aguirre han expresado su alegría por ver a un sujeto del cariz de Javier Milei dispuesto a ejercer su mismo concepto de “la libertad”, que reside en cargarse el Estado y que cada cual se apañe como pueda, salvo los ricos que serán los beneficiarios de las compraventas. Milei miente en sus diagnósticos y en sus soluciones. Es el clásico populista de extrema derecha. Y se avecinan días muy duros para Argentina. En Madrid espera la ahijada criada para la ocasión. Ayuso tampoco se ha quedado corta en insultos, agravios varios y bulos descomunales contra Pedro Sánchez. La muerte de 7.291 ancianos en las residencias a su cargo, sin asistencia médica por un protocolo despiadado que salió de su gobierno, sigue impune y la evidencia demuestra que en este país existen estas gravísimas lagunas de la justicia. Y de la sociedad capaz de avalar semejantes políticas. Ayuso es la presidenta que no ha dejado de repetir mensajes absurdos que gustan a sus fans, como aquel “Toca elegir: ”O Sánchez o España“. La que envió a sus diputados en la Asamblea un mensaje bélico: ”Hoy la izquierda está acabada. Matadlos“. O la que ha acusado al presidente democrático del Gobierno de dictador y tirano y le ha llamado hijo de puta en el Congreso. Es lo que dijo, ya está bien de memeces con la fruta. La que día sí, día no, repite que ”el sanchismo está ocupando todo espacio político, institucional y social de manera totalitaria e ilegítima para cambiar el orden constitucional por la puerta de atrás“. ¿Totalitaria e ilegítima? Lo más terrible fue cuando el 9 de noviembre dijo: ”Esto lo tenemos que resolver entre todos, contamos con la corona, con el poder judicial, con las fuerzas armadas ...“. El jefe en la sombra, Aznar, había sido bien explicito: ”Sánchez es un peligro para España y hay que actuar. El que pueda hacer algo que lo haga“. Un peligro para los intereses que defiende esta infecta derecha, debe pensar. Dio el pistoletazo de salida, y detrás fueron todos. Y se ha tolerado. Y cada vez es mayor y más intenso el volumen de la violencia. Esto no es una oposición política es acudir al Parlamento con una motosierra. De Feijóo, ¿Qué vamos a decir? Es un líder lamentable, convertido casi en una caricatura de sí mismo en el escaso tiempo que lleva en el cargo de presidente del PP. Tampoco ceja en sus insultos al Gobierno y en desvirtuar la realidad. Lo que más suele repetir es que el Estado de derecho se ha quebrado en España por culpa de Pedro Sánchez, y ha osado difundir tamaña insensatez en Europa. Este martes, Feijóo ha calificado el debate democrático de la ley de amnistía como “el día más triste en el Congreso” desde el golpe de Estado del 23F. Hay veces que buscando rentabilidad a los desafueros se pasan veinte pueblos. Los refuerzos en la portavocías sitúan, en lo más alto, a un Miguel Tellado que quería mandar al presidente socialista fuera del país “en el maletero de un coche”. Y añadan las patéticas algaradas callejeras que les conectan con lo más ultra y tramontano. Lo decisivo es que, además, se atreven a seguir negándose a renovar el Poder Judicial y ése es un punto cumbre: háganlo como sea. Pasen de las palabras a los hechos, como anuncian. Cambiando mayorías o por cualquier otro medio, pero háganlo de una vez y acaben con esta desvergüenza. Que paguen quienes deban pagar, que los ciudadanos normales están hartos de tanta impunidad.
Las amenazas graves son delitos y más a un presidente del Gobierno: pueden entrar en el terreno de los magnicidios. Los atrincheramientos antidemocráticos también han de atajarse. Llevamos perdidos varios años ya. No cabe más espera. Y es que esta derecha españolista viene también con motosierra, ya ha acabado con la decencia, ahora va a por todos los derechos, a culminar ese asalto. Todos. La salud es uno de los bocados más codiciados. La verdadera libertad también. La de expresión ni les digo: entérense de qué pasa en Telemadrid. Vean el coro de voceros de la derecha en otros medios. Hagan el favor de echar la vista atrás para constatar qué pasa cuando no se actúa ante graves violaciones de la convivencia. ¿Habrá quedado suficientemente claro esta vez para cuantos deben enterarse y resolverlo?
Al mencionar la violencia física contra Pedro Sánchez, Vox cruza una nueva línea en su escalada agresiva
El líder de Vox, Santiago Abascal, considera que la situación en España es tan aciaga y el presidente Pedro Sánchez alguien tan dañino que “habrá un momento en que el pueblo querrá colgarlo por los pies”. La frase supone un grado de agresividad hasta ahora desconocido dentro de la espiral de polarización que lidera la ultraderecha y que demasiadas veces ha tratado de relativizar la derecha moderada. El exabrupto de Abascal encontró una condena unánime e inmediata de todas las formaciones, incluido su socio de gobierno en comunidades autónomas y ayuntamientos, el Partido Popular, que, sin embargo no quiso dejar pasar la ocasión de repartir responsabilidades con el agraviado, con Sánchez. Aun así, es una buena noticia comprobar que la sociedad no está todavía anestesiada ante el veneno retórico de Vox y que los líderes políticos saben reaccionar ante una expresión de odio impropia de un diputado, jefe del tercer partido de España.
Las declaraciones se produjeron durante la visita de Abascal a Argentina como invitado a la toma de posesión de Javier Milei. Allí pudo compartir unas horas con otros líderes de la ultraderecha global, como el húngaro Viktor Orbán, el brasileño Jair Bolsonaro y el propio Milei. La frase, aparecida en el diario Clarín, se pronunció a miles de kilómetros de España y entre quienes reconocen a quien la dijo como uno de los suyos.
Santiago Abascal, que alguna vez ha comparado a Sánchez con un “dictador”, estaba proyectando una imagen codificada para quien quisiera entender. El dictador italiano Benito Mussolini murió ajusticiado por los partisanos cuando trataba de huir del país en 1945 y su cadáver fue exhibido colgado de los pies. En sus discursos, el líder de Vox hace continuas menciones a personajes y situaciones de la Europa de los años treinta y a la Guerra Civil. Son referencias que denotan el ambiente cultural en el que se mueve un hombre que espera llegar a gobernar España en coalición con el PP. En esta ocasión, puso sobre la mesa una imagen de violencia física contra el presidente del Gobierno que excede todos los límites de la crítica política. La ocasión exige poner coto a la abyecta estrategia de convertir el debate público en una espiral de provocaciones que solo beneficia a los más radicales por la vía de imponer su agenda y su retórica.
El PSOE anunció ayer que denunciará ante la Fiscalía un posible delito de odio, al entender que Abascal está incitando a la violencia. El encaje penal de esas declaraciones está por dilucidar en el contexto político, donde prima por principio la libertad de expresión. Pero está claro que Abascal traspasa una frontera respetada desde tiempos de la Transición. Será interesante ver qué recorrido da la justicia a una cuestión que puede ayudar a dilucidar las fronteras de la agresión verbal en la política española, especialmente en un momento en que esas fronteras se ponen a prueba a diario.
La polémica ha servido también para retratar la creciente tensión en la derecha, entre un PP que gobierna con los ultras en ayuntamientos y autonomías y un Vox que lleva al límite la paranoia antisanchista. Ambos se acusaron mutuamente ayer durante el debate sobre la ley de amnistía de hacer el juego a Sánchez. El pasado 23 de julio el PSOE esquivó una derrota electoral con el argumento principal de frenar a la ultraderecha. El PP fue el partido más votado, pero Alberto Núñez Feijóo no es presidente porque ningún grupo parlamentario está dispuesto a apoyar una mayoría de gobierno en la que participe Vox. Si alguien sigue sin entender por qué, Santiago Abascal se lo ha vuelto a dejar bien claro.
El líder de Vox, Santiago Abascal, considera que la situación en España es tan aciaga y el presidente Pedro Sánchez alguien tan dañino que “habrá un momento en que el pueblo querrá colgarlo por los pies”.
La derecha siempre con su mensaje de paz y amor...
athenea escribió:El líder de Vox, Santiago Abascal, considera que la situación en España es tan aciaga y el presidente Pedro Sánchez alguien tan dañino que “habrá un momento en que el pueblo querrá colgarlo por los pies”.
La derecha siempre con su mensaje de paz y amor...
La derecha española esta perfectamente homologada en la Unión Europea, cosa que no esta la izquierda española que es mas propia de Hispanoamérica y que no encontramos homólogos en Europa.
A raíz de la moción de censura apoyada por el PSOE que la depuso este jueves como alcaldesa de Pamplona, Cristina Ibarrola, de UPN, proclamó altiva: “Nunca sería alcaldesa con los votos de EH Bildu. Nunca apoyaría a Bildu a cambio de nada. Prefiero fregar escaleras”. Tras el revuelo causado por sus palabras por su evidente fondo clasista, intentó aclarar con más altivez aun: “Es evidente que lo que he querido decir es que prefiero realizar un trabajo digno, duro y mal pagado como el de la limpieza, a vender mis principios y ganar 100.000 euros en un sillón pactando con Bildu de forma indigna. Cualquier otra interpretación es falsa, interesada y partidista”. En realidad, Ibarrola dijo exactamente lo que dijo. “Prefiero fregar escaleras” pertenece a una vieja familia de frases hechas –“Prefiero quitar m… en las alcantarillas”, “prefiero barrer las calles”, “prefiero pegar ladrillos”, etc.– con las que ciertas personas, que evidentemente nunca se han visto en tales tesituras, describen lo más bajo, infortunado o penoso a lo que están dispuestas a caer en la pirámide social con tal de no sacrificar sus pretendidamente nobles principios. Si a mí alguien me hace un ofrecimiento indeseable, no se me ocurriría espetarle como una Juana de Arco dispuesta a la inmolación que prefiero realizar un trabajo digno, duro y mal pagado, sino que lo mandaría sin mayores aspavientos al carajo. Lo que debería hacer, y seguro hará, Ibarrola es pasar como buena demócrata a la oposición, en la que no sé si ganará 100.00 euros, pero seguramente mucho más que alguien que friega escaleras. Suelo ser reacio a clasificar los trabajos como “dignos” o “indignos”, pues con esas categorizaciones se puede acabar incurriendo en consideraciones de tipo moral. De lo que tengo plena certeza es de que hay trabajos mucho más duros que otros. Peor pagados que otros. Menos respetados socialmente que otros. Hemos construido una sociedad en la que se valora de manera desproporcionada lo que se entiende como “éxito” y en la que se miran con menosprecio cientos, miles, de trabajos sin los cuales no funcionaría la comunidad y se iría al garete todo el engranaje que sostiene el estado de bienestar (o lo que va quedando de él). Sin duda, alguien tiene que limpiar escaleras. O barrer las calles. O mantener las alcantarillas. De lo que se trata, aunque parezca utópico, es de que sean oficios mucho mejor remunerados, que se realicen en condiciones laborales amables y, sobre todo, que la sociedad en su conjunto adquiera la conciencia de que todos los trabajos edificantes merecen igual respeto, lo que exigiría un cambio radical de paradigma en nuestra forma de entender la vida en común. Yo no sé qué ha hecho a lo largo de su carrera política Cristina Ibarrola por las sufridas limpiadoras –y limpiadores– de escaleras con quienes estaría dispuesta a compartir destino con tal de no renunciar a sus principios; sí sé lo que ha hecho su partido hermano, el PP, en los territorios donde gobierna: ha aumentado la desigualdad social, ha desmembrado la sanidad pública, ha convertido los colegios públicos en guetos para la población más desfavorecida privilegiando la educación concertada y privada. Las políticas neoliberales, abanderadas por la derecha aunque durante décadas asumidas con docilidad por la socialdemocracia, han averiado eso que llaman el ascensor social. El discurso de la igualdad de oportunidades, sobre el que se sostiene el sistema, se desmorona cada vez más. Las brechas en la educación entre ricos y pobres son abismales. La lucha por estirar los ingresos hasta el fin de mes es agónica en cientos de miles de hogares. Quien friega escaleras probablemente deberá desempeñar ese trabajo durante toda su vida, incluso compatibilizándolo con más trabajos para cuadrar las precarias cuentas domésticas, con la esperanza cada vez más vana de que sus hijos tengan una vida más desahogada. En su libro ‘La tiranía del mérito’, el filósofo Michael J. Sandel contaba cómo, a finales de la década de los 70, los graduados universitarios ganaban alrededor de un 40% más que los graduados de secundaria, mientras que en la primera década del siglo XXI ganaban un 80% más. Lo decía en referencia a EEUU, pero puede ser extrapolable a nuestro país. “Hay que reconsiderar el modo en que concebimos el éxito y hay que cuestionar la idea meritocrática de quienes están arriba en la sociedad han llegado allí por sí mismos. Significa también cuestionar desigualdades de riqueza y de estima social que hoy son defendidas en nombre del mérito”, observa Sandel. Quizá el mejor ejemplo de los tiempos que corren lo ofreció hace unos meses el presidente de Nuevas Generaciones del PP de Madrid, Ignacio Dancausa, al anunciar jubiloso que, para poner “en valor” el carné del partido, estaba buscando acuerdos con las mejores discotecas para “listas exclusivas, descuentos, o invitaciones a copas y chupitos”. Si le pidieran que apoyara una subida de impuestos a los ricos, no me extrañaría que respondiera con pundonor que preferiría barrer las calles antes que renunciar a sus principios y sumarse a tal iniciativa. El ascensor social está averiado desde hace mucho tiempo, si es que alguna vez ha existido. Las escaleras, en cambio, siguen ahí, con sus peldaños interminables que conducen, una jornada tras otra, tozudamente, agotadoramente, al mismo sitio.
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