Os lo confesaré:
Todavía no sé si Jesús (como hijo de Dios) existió realmente.
No sé si existe Dios; tengo temporadas de creer, temporadas de no creer, temporadas de enfadarme con Él, y temporadas de ignorarlo totalmente.
Pero sí creo en la llamada Magia de la Navidad…
Porque observo que, en esta fecha, cada año, todo parece detenerse.
Porque, creyentes o no creyentes, aparcan a un lado los rencores y susceptibilidades y se desean felicidad.
Porque nos sentamos, o al menos nos paramos un rato, o unas horas, a evaluar y hacer proyectos, lo que quizá no hacemos en meses.
Porque recibo saludos de personas que durante todo el año no me han dado noticias, ni yo a ellas. Y me alegra muchísimo.
Porque las familias hacen lo posible por reunirse.
Porque nos invade (a mí por lo menos) una especie de ganas de hacer algo por alguien de modo altruista, aunque sea en estos días.
Si cada 25 de diciembre se consigue todo esto de modo generalizado, mecachis en la órdiga…
¡¡viva entonces la Navidad, el que la inventó, Jesús, los Reyes Magos, y la madre que los parió!!