| Contra el neo-liberalismo su ideología y su praxis | El término “liberalismo” se usa cada vez con mayor frecuencia y con menor significado, políticos de varios signos se definen como “liberales” sin querer decir nada específico, simplemente defender una vaga idea de “libertad” que cada uno concibe de forma peculiar y diferente. El término liberal es usado hoy desde la izquierda a la derecha, incluso la extrema-derecha, en contextos contradictorios y sin un contenido preciso. Dicen que la mayor virtud del diablo es hacer que no existe. El liberalismo es de hecho una ideología muy concreta, la ideología dominante y gran parte de su triunfo radica en que todos la asuman como algo “neutro” precisamente como si no existiese como tal ideología y fuese la única lógica posible. La realidad es muy diferente. El liberalismo es la superestructura ideológica propia de la clase social que se desarrolló con el capitalismo mercantil, una clase social que se convirtió en la protagonista económica primero y socio-política después, de Europa occidental a partir del siglo XVI. Priorizando el enriquecimiento económico sobre cualquier otra consideración, esta clase social –que en Inglaterra se llamó “whigs”– exigía debilitar al Estado así como desconfiaba de las clases populares –fueron ellos los que impusieron el sufragio censitario– entendidas como “conservadoras” y ligadas a las estructuras del Antiguo Régimen, es decir de las formas económicas y sociales tradicionales europeas. El liberalismo es en una ideología del privilegio económico, las clases populares estuvieron mucho más cerca del conservadurismo que del liberalismo, según el cual sólo una élite económica de origen mercantil tendría derecho a participar en la vida pública, al margen del Estado y al margen también de las clases trabajadoras, artesanas y campesinas. Economistas reunidos en la reunión fundacional de la Sociedad Mont-Pelèrin en 1947.
Conceptualmente el liberalismo consiste en “liberar” –es decir despojar– al hombre de todo lo que le define como tal, para convertirlo en individuo aséptico e intercambiable, una pieza más en el mercado, entendido de forma absoluta como única realidad en la que se desarrolla la sociedad. Partiendo de este principio el liberalismo “clásico” empezó por destruir los gremios y los organismos intermedios orgánicos de las sociedades tradicionales, para pasar a atacar a los Estados –“cuanto menos estado mejor, es su consigna”– y el sector público (privatización de sectores claves, sanidad, educación), para ahora atacar a la familia, a la identidad colectiva y a la identidad sexual con la aberrante ideología de género. Porque afirmamos rotundamente que la ideología mundialista no es más que el desarrollo hasta sus últimas consecuencias de la ideología liberal. Entre el liberalismo y el mundialismo no hay ruptura ni diferencia ontológica entre ellas, mundialismo es simplemente la última fase del liberalismo y su intento de imposición a escala planetaria, que hoy planeta su última meta ideológica: la uniformidad absoluta de todos los miembros de la especie humana bajo el mercado global: más allá de “condicionamientos” identitarios, familiares y sexuales, las dos últimas barreras a romper para imponer su pesadilla uniformizdora. El liberalismo es la causa principal de todos los problemas agonales que sufren hoy las sociedades europeas. Consecuentemente, es el gran enemigo a destruir. La anunciada “Agenda 2030”, es la gran ofensiva, en la que un mundialismo reforzado que ha unificado sus dos vectores: el liberalismo cultural de tradición izquierdista y el neoliberalismo económico asumido por la “derecha”, dirigido por la superclase mundial aspira a la imposición de su definitiva de su “agenda” urbi et orbi en la presente década. En un contexto geopolítico que le es favorable, donde el protagonismo de los Estados está siendo sustituido por el de otros geopolíticos, el viejo sueño liberal de sustituir al Estado en todos los terrenos también ha llegado a la geopolítica, papel en el que está siendo rápidamente substituido por las grandes empresas transnacionales. CONTRA LA IDEOLOGÍA LIBERAL-MUNDIALISTA: IDENTITARISMO SOCIAL Partiendo de principios antitéticos cualquier contestación al liberal-mundialismo debe tener como primer principio precisamente la defensa de todo lo que define a la persona, es decir la identidad, el rol sexual, el localismo, el ecologismo y la defensa social de la comunidad. Respuesta en la que el “nosotros” comunitarios e identitario se opone ontológicamente al “todos” universalista y mundialista. Para el liberalismo, el hombre nace "ex novo". Es decir, que no forma parte de una comunidad, tradición o identidad, simplemente es un individuo que se mueve por su mero interés individual y económico. De alguna manera el liberalismo es la teoría del individualismo absoluto, dentro de la cual el individuo, sin raíces, pasado ni memoria, y por tanto igual e intercambiable con el resto de los hombres, se asocia con otros para defender a los intereses propios que son abrumadoramente de naturaleza económica. Esta amalgama de intereses particulares crea la sociedad, entendida esencialmente como mercado. Ríase mientras pueda...
Concebido como un pacto de mínimos, el Estado es "un mal menor" que se debe reducir al máximo para que sea el mercado –el tótem liberal– quien regule las relaciones entre a los individuos. Nosotros, los identitarios, estamos a la antítesis, tanto en cuanto a sus principios como en su aplicación, del pensamiento liberal. Para nosotros, la sociedad no la crea un contrato mercantil –principio liberal–, sino una historia, una herencia y una tradición. La persona nace con una herencia y en un entorno determinado, es, desde el primer momento parte de un conjunto y son estos conjuntos, los pueblos, los que creen en los Estados. Para los identitarios, el "nosotros" precede y condiciona el "yo", Mientras que el "yo" desligado del "nosotros", es la base de la ideología liberal, uniformista y mundialista. En la Grecia clásica, cuna de la democracia (el poder del pueblo), el "demos" iba ligado-legitimado con el etnos. Nada que ver con un agregado de individuos que se relacionan entre sí por interés económico-mercantil. Es en este sentido que se hace necesario recuperar la naturaleza real de la democracia. Entendida la sociedad como una comunidad que comparte profundos lazos históricos-culturales, nos situamos en las antípodas del liberalismo y de su idea de reducir el Estado a mínimo. El Estado es el instrumento político de la comunidad histórica-identitaria y por tanto velará por la y protección de todos sus miembros y no la abandonará al injusto arbitrio del "mercado", hoy entendido como “mercado universal”. CONTRA LA PRAXIS NEOLIBERAL: UNA EUROPA PROTECCIONISTA Y AUTO-CENTRADA. Los firmantes del Tratado de Roma en 1957 pretendieron poner las bases de una unificación europea sin objetivos políticos muy reales. A realizar en varias fases, muy probablemente inspirados en el proceso de unificación alemana del siglo anterior, que también fue iniciado por una unión aduanera –Zollverein– que terminó en una unión política. Las fases que se marcaron los firmantes de aquel Tratado eran: Unión Aduanera Unión monetaria Unión Política Sesenta años después podemos decir que sólo se ha cumplido el primer objetivo: En el artículo 91 del Tratado de Roma se dice: “La Comunidad se basará en la unión aduanera que abarcará la totalidad de los intercambios de mercancías y que implicará la prohibición, entre los Estados miembros, de los impuestos de Aduana a la exportación o a la importación”. Así que efectivamente la UE se ha convertido en una unión aduanera completa al unir estos dos factores: -Eliminación de impuestos internos entre los Estados miembros -Existencia de un arancel común TARIC unificado y redactado en Bruselas que es el que usan todos los Estados miembros frente a terceros. Esto significa que todos los estados miembros han cedido absolutamente toda su “soberanía” en materia aduanera, en beneficio del Bruselas, que es quien redacta los códigos arancelarios que sirven para los impuestos. De ahí que sean absurdos las reclamaciones de diversos sectores económicos pidiendo a sus Gobiernos nacionales protección arancelaria para su producción; ningún Gobierno nacional tiene ningún poder sobre la política arancelaria, que es común a toda la UE y dirigida desde Bruselas. Aunque la unión aduanera es “imperfecta” por no haberse logrado establecer un espacio como total, porque cada país tiene un IVA diferente y porque los impuestos Especiales (alcohol, tabaco, hidrocarburos, electricidad y vehículos de lujo), los regula independientemente cada país miembro.
Todos los ingresos que recaudan las aduanas de cada Estado van en su integridad a Bruselas como ingreso del presupuesto europeo que consta de cuatro elementos:
1-Los aranceles, como acabamos de decirC 2-Los tributos recibidos sobre el intercambio de productos agrícolas con países no miembros, en el marco de la Política Agraria Común (PAC) 3- El IVA 4- desde 1998, un % del PNB de cada país miembro.
La legislación aduanera europea viene codificada en el Código Aduanero 2913/92 del Consejo europeo, pero siempre ha de estar condicionado a las determinaciones de las rondas del GATT, hoy transformado en el Organización Mundial del Comercio (OMC), máximo organismo regulador del comercio internacional, por lo que la UE tiene límites internacionales para desarrollar una política arancelaria absolutamente independiente y en defensa de la producción económica europea.
Es por esto por lo que el gran límite de la política comercial de Bruselas es que el arancel, además de su función recaudatoria, no tiene una función proteccionista, sino de equilibrio según la lógica del liberalismo mundialista. Es decir, en ver de usar el arancel como un “arma” dentro de la concepción económica de defensa de los grandes espacios, cuyo objetivo económico sea frenar al máximo la entrada de productos extranjeros; el arancel es usado simplemente como una “compensación” dentro de una economía globalizada, cuya función es simplemente “equilibrar” el precio del producto importado, para que el producto europeo pueda competir a “igualdad” de precio. Señalando que, en la mayoría de los casos, como en las importaciones chinas y de otros países del Extremo oriente, ni siquiera se cumple esta mínima función.
Esta situación se agrava si tenemos en cuenta las políticas económicas comunitarias en las que se favorece, mediante las rebajas arancelarias, las importaciones de productos producidos por países pobres o en –eterna– vía de desarrollo, en el llamado “Sistema de Preferencias Generalizadas” (SPG), según el cual más de la mitad de las mercancías que llegan a la UE de los países incluidos en este acuerdo, tienen una rebaja en el arancel de entrada, que les hace tener un precio final de mercado, mucho más barato que los mismos productos producidos en Europa.
Más llamativo aún son los llamados acuerdos comerciales preferentes con países concretos: Marruecos, Turquía e Israel, según los cuales las mercancías de dichos orígenes también tienen un beneficio arancelario. Hay que señalar que, no son países pobres y que sus productos, especialmente agrícolas, son clara competencia de los producidos en la Europa mediterránea.
La situación real es que los países han cedido toda su soberanía aduanera a Bruselas, lo que sería positivo porque realmente solo una potencia económica como la UE es capaz de actuar de forma ventajosa en el concierto comercial mundial, pero el gravísimo problema es que la mentalidad y la praxis neoliberal de los dirigentes de Bruselas, hace que el resultado sea precisamente el contrario, que la impotente e inepta política arancelaria de la UE sea objetivamente un problema para las economías europeas.
Esta debilidad en la política comercial de la UE, junto a los procesos de deslocalización, y el desarrollo tecnológico de las potencias extraeuropeas está afectando muy negativamente a la industria y los trabajadores europeos. Es necesaria una rectificación abandonando toda sumisión ultraliberal y reorientando la economía en un sentido soberanista europeo. Como dice el nada sospechoso Emmanuel Todd: “el proteccionismo es la única vía para que no desaparezca la industria europea frente a la globalización”.
Si Europa quiere seguir existiendo como civilización e identidad en el siglo XXI, lo primero que ha de hacer es identificar su peor enemigo: la ideología liberal-mundialista y la praxis neoliberal globalizadora, y lo segundo que ha de hacer es construirse como antítesis identitaria y social.
Enric Ravello Artículo publicado originalmente en la revista nacionalista polaca 3Droga Contra el neo-liberalismo su ideología y su praxis – -Medio disidente de agitación y combate cultural- (elosoblindado.com)
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