[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Fraga no ha muerto John BrownIohannes MaurusEl régimen español, tras la muerte de Franco, se ha caracterizado por
su contitnuidad jurídica e institucional con el orden establecido por
el 18 de julio. No sólo se pasó de la "democracia orgánica" a la
"monarquía democrática" en el marco de las leyes franquistas y sin la
más mínima ruptura del ordenamiento jurídico, sino que se mantuvo en la
jefatura del Estado al rey elegido por Franco, los magistrados y mandos
policiales responsables de la represión conservaron sus puestos y
prosiguieron sus carreras, los mandos militares franquistas siguieron en
su lugar. El conjunto del aparato de poder del régimen se mantuvo,
haciendo sitio en los lugares de privilegio a los dirigentes de los
partidos de oposición que aceptaron legitimar la mutación. A todos
ellos, la constitución de 1978 les garantizaba no sólo la impunidad,
sino el respeto público, pues los que habían sido pilares de uno de los
regímenes más sangrientos del período fascista europeo y lograron
hacerlo sobrevivir hasta bien entrados los años 70 del siglo XX,
quedaron transformados en sostenes de la "joven democracia". En el
contexto de este peculiar arreglo, quienes dentro de la débil oposición
deberían haber pasado a los libros de historia como responsables de
horribles crímenes de guerra fueron incluidos "generosamente" en la
impunidad de sus vencedores. En España no hubo nunca una comisión de la
verdad y la reconciliación que esclareciera todos los crímenes, hubo
silencio recíproco entre los responsables de los principales partidos
sobre sus responsabilidades respectivas.
Manuel Fraga Iribarne, que hoy nos acaba de abandonar fue un actor
fundamental de esta transformación. En su historial está sin duda el
haber sido ministro de Franco y haber dado cobertura política y moral a
algunos de los más espeluznantes crímenes del franquismo reciente
(Grimau, Puig Antich, Vitoria...). Fraga aprobó en su conjunto el
régimen de Franco del que fue uno de los pocos intelectuales
competentes, lo que le daba una posición excepcional en el erial
intelectual que fue el franquismo. Su posición fue siempre conforme a su
autodefinición, la de un "liberal conservador". Sin embargo, esta
calificación merece matices importantes, pues la defensa del orden
liberal, para Manuel Fraga, podía requerir la abolición de la libertades
democráticas. Fraga, aunque en algún momento, como embajador del Estado
español en Londres luciera bombín no era un conservador británico, sino
un reaccionario español particularmente ilustrado. No puede
despreciarse en su formación intelectual el bagaje del pensamiento de la
contrarrevolución y en concreto la influencia de pensadores como Joseph
de Maistre o Donoso Cortés. Su amistad política y filosófica con el
ultracatólico y filonazi Carl Schmitt a quien acogió en momentos de
desgracia -tras el paso de este por el tribunal de Nüremberg- en el
Instituto de Estudios Políticos es a este respecto muy ilustrativa. Al
igual que Carl Schmitt quien consideró que la defensa del régimen
liberal de Weimar pasaba por la implantación de una dictadura y que, en
último término acabó defendiendo las leyes de excepción que sirvieron de
fundamento al régimen hitleriano, Fraga defendió el orden burgués desde
la dictadura franquista. Lo hizo, al igual que Carl Schmitt, con todas
las consecuencias: aceptando la ausencia de libertades, los
encarcelamientos políticos, la tortura y las ejecuciones. Para Fraga,
sin embargo, la democracia no era imposible; era incluso deseable
siempre y cuando respetase el orden liberal burgués. De ahí que
impulsara una transición controlada del franquismo originario a la
peculiar "democracia" que hoy conocemos. Para Manuel Fraga, la esencia
del Estado de derecho era, aunque él no utilizara estos términos, la
dictadura de clase: el mantenimiento por todos los medios necesarios de
un orden social dominado por la burguesía y las demás clases
capitalistas españolas. Por ello mismo, la diferencia entre dictadura y
democracia nunca fue una diferencia radical para él, pues lo importante
era el mantenimiento de la "situación normal" basada en el respeto de la
propiedad y de las libertades mercantiles y las demás libertades
resultaban accesorias y temporalmente prescindibles.
Este planteamiento de Fraga y del sector de la derecha española que
constituyó en torno a él Alianza Popular y posteriormente el PP explica
que el Estado español sea uno de los pocos países europeos donde no
existe una extrema derecha organizada. A pesar de los intentos por parte
de Blas Piñar (Fuerza Nueva) o Ramiro Fernández Cuesta (Falange) de
crear un espacio autónomo de extrema derecha, nunca llegó a haber desde
la transición un partido fascista con peso significativo en el panorama
español. La explicación de este fenómeno radica en que la identidad de
extrema derecha no corresponde ni puede corresponder a ningún partido en
particular, sino al conjunto del régimen transfranquista y, en
particular, a la fuerza de derechas que encarna su naturaleza "liberal
conservadora" en el sentido anteriormente matizado. La extrema derecha
española puede permitirse ser liberal, e incluso "democrática" a
condición de que, bajo ningún concepto se ponga en peligro el orden
social capitalista en su versión hispánica. Para ella, Estado de derecho
y dictadura no son términos contradictorios siempre que la dictadura
tenga como objetivo la defensa del orden social y no su subversión. Esta
posición, prevalente en el PP, destiñe hacia otros horizontes
políticos, contando con eximios representantes en un PSOE que defiende
posiciones neoliberales y nacionalistas españolas y que siempre ha
criticado el franquismo sin la más mínima intención de romper con él, y,
por supuesto, hacia el partido del nacionalismo español a la vez
impolítico y autoritario que es UPyD.
Del mismo modo que no había razón alguna para alegrarse de que Franco
muriese en su cama, tampoco la hay para celebrar la muerte de Manuel
Fraga. Después de todo, es sólo la muerte de dos personas. Las
instituciones y sobre todo el orden de legitimidad política que fundaron
y defendieron siguen existiendo, representados en el principal nexo de
continuidad entre la etapa actual y la etapa anterior del régimen: la
persona del monarca designado por Franco para sucederle a título de rey.
Más vale ahorrarse los improperios contra Manuel Fraga, pues no sólo él
defendió o encubrió ejecuciones y torturas. El actual Jefe de Estado
compartió balcón el Plaza de Oriente con el Caudillo, cuando este se
dirigía en sus últimas semanas de vida a una manifestación espontánea
organizada que apoyaba los últimos fusilamientos del régimen. Asimismo,
Juan Carlos de Borbón declaró más de una vez que jamás aceptaría que se
criticase a Franco en su presencia. El régimen no ha muerto, sólo ha
muerto uno de sus más lúcidos y tal vez cínicos exponentes, que algunos
consideramos un "enemigo político" en el sentido preciso que diera Carl
Schmitt a ese término: " El enemigo político no tiene por qué ser
moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por
qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer
ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y
le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un
sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso
extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos
conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida
de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por
lo tanto "imparcial". " No puede decirse lo mismo de la inmensa mayoría
necia, inculta e indecente de los exponentes del actual régimen español.
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