La naturaleza sabia logró entrelazar sus vidas. Distintos sus comienzos, dispares sus necesidades, de gustos y preferencias no siempre coincidentes; no obstante, siempre juntos, salvo raras y especiales ocasiones.
Ella femenina al extremo, él, con su porte erguido, exigía respeto.
Difícil, al entendimiento de todos los que los rodeaban, resultaba esa relación, en momentos increíble, que en más de una oportunidad fue catalogada como errada, pues carecía de toda lógica, al punto que desentonaba con toda la vecindad.
En ello radicaba el comentario general, que, en un principio fue motivo de extrañeza, pasó a burla y terminó ocasionando una total y generalizada envidia.
Nuestra damita, una bellísima canaria de un amarillo suave, casi aterciopelado, falta de compañero de su estirpe, por razones que permanecerán encerradas en el mundo de las incógnitas.
Él, exhaustivo roble ya entrado en años, dueño de una copa rozagante, amplia, que irradiaba protección, sombra y un refugio ante cualquier extraño enemigo amenazador que merodeé por los alrededores, ya sea en dos o cuatro patas, con alas o sin ellas.
Tiempo atrás, en un día gris que se dejaba amedrentar por la carrera desenfrenada de un vendaval próximo, apareció, por primera vez, una pajarilla atormentada, desesperada, en busca de una guarida momentánea, pues reconoció que su frágil cuerpo no sería capaz de soportar tal advenimiento natural.
Al instante, el majestuoso representante de los dueños del bosque, percibió el aletear nervioso de la desdichada, con un rápido movimiento de sus ramas señaló un pequeño hueco en su inmenso tronco, en la parte superior; ella sin siquiera dar las gracias, aceptó y con humildad entró en aquel hoyo oscuro.
Acto seguido, una de las ramas, como dirigida por una mano invisible, cubrió casi por completo dicha abertura, evitando que ráfagas del alterado viento consiguieran perturbar el descanso de la dócil canaria.
La mañana alumbrada por el siempre bien venido sol anunció el cese de la tempestad. La recuperada canaria salió de su escondite, revoloteó hasta detenerse en uno de los múltiples brazos de su protector.
Quiso, a su manera, agradecer la ayuda recibida. Ofreció una canción de trinos que logró conmover a todos los vecinos cercanos.
El viejo roble, cuenta la leyenda, impactado por tal sentimiento, movió todas sus ramas, como muestra de aquella amistad que quedó sellada desde aquel día.
En los siguientes amaneceres se repitieron los suaves y cariñosos conciertos que hablaban de una amistad verdadera.
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