Es curioso cómo los amigos, algunos amigos, se pierden con el tiempo, sin que a priori exista una razón válida que lo justifique. A mí me cuesta por lo menos entenderlo o, más que entenderlo, asumirlo. Todos adquirimos compromisos: pareja, familia, trabajo, etc, que dificultan mantener una relación de amistad en los mismos términos que en su día la fecundaron e hicieron pujante, pero no creo que eso implique no poder, aunque sea de vez en cuando, realizar una llamada, escribir un mail, quedar un par de horas para tomar unas cañas o un café. ¿Tan complicado es?
El caso es que te casas, tus amigos se casan también, unos marchan a un lado, otros a otro, se alejan, nos alejamos, "ya te llamo yo", "de acuerdo", "ya nos veremos", y, por desgracia, las amistades se van difuminando en la lejanía. Me refiero a las amistades verdaderamente importantes, esas que se fueron forjando a lo largo del tiempo, desde la infancia y la adolescencia. Y al cabo de los años, un buen día te apetece quedar con ellos, con alguno, con varios, y buscas la agenda y empiezas a llamar, pero ya nadie está disponible, todos andan ocupados o ni siquiera están. Y entonces te das cuenta que has perdido esos amigos, los importantes, los verdaderos, y sabes que tienes otros, otros que has ido haciendo en el trabajo o por vecindad, pero que ya no son aquellos, aquellos con los que modelaste y compartiste sueños, con los que creciste, con los que te comiste el mundo, con los que reías a carcajadas en noches interminables, aquellos en cuyos hombros llorabas y a los que cedías los tuyos para que llorasen, aquellos, tus amigos, los importantes, los verdaderos.