Que tardes aquellas, cuando el estío se filtraba por las rendijas de las ventanas como claridad cegadora.
Entonces, ella las entrecerraba hasta convertirlas en delgados haces de luz.
Y jugaba, jugaba con sus peluches en medio de la penumbra y mecida por el canto de las chicharras al menos hasta que la voz de su madre la llamaba a merendar.
Pasaron los años y desengaños, ahora estaba en la cama y ya no era una niña.
Los postigos entrecerrados.
Y las chicharras seguían cantando, como hacía tantos años…
¿las mismas?
Omnipresentes…
Mientras que su interior continuaba convulsionado, los sentimientos al igual que en los días de tempestades, no lograban sofocar el ardor que la consumía.
Entonces como por arte de magia, el agudo canto de sus viejas amigas, resucita, y aunque en bajos decibelios, vuelven a escucharse.
Saltó de la cama y abrió de par en par la ventana.
Y allí estaba: pequeña, brillante, de sutiles alas sonoras.
Hacía ya mucho su madre (Que ya no estaba) le había dicho:
"Es imposible verlas, las oyes, las buscas entre el follaje...y ya vuelan lejos…"
Pero esta estaba allí, a su alcance.
Sonrió. No se atrevió a tocarla, no porque volase, (Que sabía que no lo haría) sino para no herir la magia.
-Sabía que volverías- dijo ahogada por la emoción.
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Autores
Athenea (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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*Imagen de la WEB