El apretón de manos
Estaba en serios problemas económicos. Una larga serie de hechos desafortunados, sumados a los intensos vaivenes que se producían en la economía del país, causados por la creciente inestabilidad del sistema financiero regional producto de la avidez con que las grandes empresas multinacionales ejecutaban sus estudiados movimientos de ajedrez que hacían temblar las estructuras de muchos gobiernos, algunos de los cuales en ocasiones terminaban desmoronándose sin más, colocaron a mi empresa, y con ella a sus trescientos empleados, las familias de éstos y a mi propia familia, al borde de la quiebra. No tuve entonces otra opción que acudir a una institución financiera a fin de solicitar un empréstito que trajera consigo una refrescante brisa con la cual aliviar la temperatura de los estados de situación patrimonial, cuyos números estaban en rojo.
El gerente de la Institución me recibió en su oficina con una gran y brillante sonrisa que iluminaba todo el recinto, estrechándome largamente la mano. Y al cabo de unos instantes no supe definir claramente donde finalizaba mi brazo ni donde se encontraba su mano.
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