En un momento de nuestra existencia, sin preámbulos ni preparativos, nos inquieta una sensación repentina incitándonos mirar hacia atrás.
Quisiéramos analizar, de improviso, el camino recorrido; hacer hincapié en determinados obstáculos que como vallas ocasionaron caídas, obligando a levantar cabeza, e intentarlo por segunda vez.
Los recuerdos de sensaciones vividas que acompañaron instantes de incertidumbre reaparecen superpuestos, uno a uno lucha por ocupar su lugar, en el podio de nuestro pensamiento.
Aquellas esperanzas que un día mantuvieron latente nuestro fervor por adelantar, las ansias de subir, de avanzar, de ser más, de ser alguien, sobresalen como queriendo superponerse a los fracasos, las pérdidas y las disoluciones soportadas.
Miramos, observamos, nos permitimos efectuar una especie de inventario para verificar lo positivo y lo negativo; las entradas y las salidas; decidiendo, como corresponde, determinar el debe y el haber.
Poseemos, por suerte, los elementos esenciales necesarios que nos brindarán la posibilidad de discernir.
La educación recibida, los estudios cursados, la experiencia adquirida, eventos y vivencias, que, como piedras en el cauce del río, formaron un fondo uniforme y rígido, liso y fuerte.
En la mayoría de los casos, pretendemos interiorizarnos aun más, llegando a exigirnos un examen calificativo de nuestro papel desarrollado como padres.
¿Qué doctrina aplicamos sobre nuestros descendientes?
¿Qué métodos empleamos?
¿Qué resultados obtuvimos?
¿Positivos, mediocres o negativos?
Y la pregunta flota por si sola: ¿Podemos hoy, reparar, subsanar, corregir, lo hecho?
Tal vez esbozaremos una sonrisa, y, llenos de satisfacción, nos demos unas auto-palmadas en el hombro, y seguiremos el camino hacia el futuro.
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