Luego de tantos años
Cuando la vida parecía una autopista por la cual solía viajar siempre apurado y pensando en llegar a destino las horas eran precisas agujas torturando la carne y clavándose en su pensamiento. Se limitaba a seguir las flechas que le indicaban cuándo debía doblar a la derecha o a la izquierda y a prestar atención a los carteles de señalización que le decían qué maniobra realizar. La conquista del mundo era la segura meta a la que se dirigía y no le importaba si alguien quedaba detrás ni quién se atravesaba en su camino. Simplemente apuraba el paso y continuando por la interminable autopista repleta de conductores perseguía a quienes iban a la vanguardia y servía de guía a los demás. Uno tras otro iban quedando los diversos paisajes a ambos lados de esa carretera que con certidumbre le conducía hacia su futuro tan anhelado.
De pronto un día se encontró mirando la ruta en ambas direcciones sin lograr ver a aquellos que le seguían y que parecían haberse esfumado. Ya no existía nadie que le sirviese de guía hacia su tan ansiado futuro que ahora comenzaba a desvanecerse entre las mil dudas que empezaban a hostigarlo.
Una mañana, sintió la necesidad de reducir la velocidad, y al hacerlo, comenzó a apreciar mejor a su alrededor. Vio cerros, llanuras, bosques, ciudades y rostros como nunca antes. Al prestar más atención, pudo disfrutar de todo aquello que contemplaba. Sus desmesurados ojos, con cada ínfimo detalle que observaban, se maravillaban ante un mundo que se les antojaba desconocido.
Si bien comenzó a tener la sensación de que el tiempo transcurría más lentamente, dejó de sentir el inquietante paso de aquellas horas que componían sus días de angustias interminables. Imágenes, aromas, sabores y sonidos le parecieron nuevos. Como si nunca los hubiera percibido. Y cuando Lucas sintió la tibia caricia que le regalaba Lucía, se sorprendió de que aún estuvieran juntos, luego de tantos años de desenfrenada locura.
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