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| Relatos eróticos creados por nuestros foreros | |
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tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Sáb Sep 10, 2011 6:23 pm | |
| Voy a irme trayendo los que publiqué allá. Habiendo preguntado si este tipo de literatura debía ir en la zona privada o en esta, desde moderación se me ha aclarado que puede ir aqui.
Tampoco sé quién querría traerse los suyos, prefiero que eso sea decisión propia de cada autor.
Tendrá aqui cabida todo el género erótico, desde el más sutil al más explícito, a medida de la voluntad del que escribe, siempre que no nos saltemos las normas.
Comencemos, disculpas por los errores de redacción u ortografía que podáis encontrar, y espero que disfrutéis. Algunos los escribí hace más de diez años.
El tren de los sueños Lo mismo da que fuera verano, que estuviéramos en un tren de correos, que fuera noche cerrada. Lo mismo da que cubriera tal o cuál trayecto, ni en qué punto del mismo nos halláramos, porque sólo era un sueño. En nuestro compartimiento no había nadie más que nosotros, aunque no nos conocíamos, ni habíamos intercambiado palabra alguna. Ignoro quién de ambos subiría antes al tren, ni en qué estación, ni si nos saludamos al entrar en el reservado. Apenas se vislumbraban sombras gracias a un piloto luminoso que permanecía constantemente encendido en el techo de la estancia, velando por la seguridad de los equipajes mientras los viajeros durmieran… o se supone, porque yo me hallaba de pie, apoyada sobre el marco de la ventanilla abierta, dejando que el aire me golpeara el rostro. Hacía bastante calor; la tiniebla de la noche me impedía disfrutar del paisaje y cerré los ojos. Me encontraba a gusto.
Tú dormías en una postura casi forzada; medio tumbado, medio sentado. Soportabas -absurdamente, porque disponías de cuatro asientos para tu confort -, una encorvada incomodidad que en tu semblante no parecía tal. La tendencia de todo cuerpo a caer, suscitaba que de vez en cuando tu cabeza cayera, casi en toda la extensión de la palabra, y la enderezabas de nuevo súbitamente una y otra vez, como accionado por un resorte. Sumido en el sueño dejaste deslizar un periódico al suelo que pareció quedar también dormido, abierto por cualquier página; lo mismo da cuál…
Yo no pensaba. Me complacía, si se imagina posible, de las contadas ocasiones que tenía de sentir bajo los pies el traqueteo del tren sobre la vía, la cual, molesta por la compresión y peso del vehículo, se quejaba esporádicamente con histéricos grititos, como prosapiada dama ofendidísima por cualquier grosería. No conté, en cambio, con un túnel que venía dispuesto a devorarnos. Un golpe de aire violento, sumado a la resonancia de la máquina sobre los muros, me asustó, haciéndome caer hacia atrás, pisando el periódico y desplomándome finalmente sobre ti. Sobresaltado, reaccionaste con prontitud. Me empujaste haciéndome a un lado, y te abalanzaste sobre la ventana, a fin de cerrarla y acabar con el ruido y la molesta estela de aire que nos despeinó a placer. La hoja, por el contrario, se resistía a subir, y decidí impulsivamente incorporarme y ayudarte en el propósito. Lo logramos. El silencio volvió y nos quedamos mirándonos, confusos, sin decir nada. Lo mismo da si hacía falta hablar…
Tus besos eran conscientes, henchidos, llenos, pero extremadamente dulces. No eran temerosos, inocentes, ni púberes. Nos recreamos en toda una gama: breves, prolongados, visibles e indiscretos, penetrantes y cerrados, silenciosamente eternos y estrepitosamente profundos. Mordías e incitabas a morder, pero lo hacías con destreza, al contrario que yo, que terminé hiriendo tus labios levemente, sin quererlo. Me sentí sonrojar por ello, mas toparme con el salado sabor de la sangre entre tanta dulzura no hizo sino aplacar mi vergüenza. Y la punzada te hizo efecto, al parecer, porque te asiste a mi brazo y sin miramientos me sentaste a horcajadas sobre ti, arrojándote literalmente sobre los asientos, y atrapando mis nalgas bajo la falda con las manos, como si en ello te fuera la vida. Descubrir el desafío del tanga te dio más alas, si cabe, y te precipitaste, sin dejar de besarme, ya con descarado ímpetu, a liberarte de la presión del pantalón. Para tu sorpresa no lo permití, con el beneplácito de mi sueño, que para eso era mío y lo estaba viviendo acorde con el guión que mi deseo me dictaba. Cogí tus manos y volví a guiarlas hasta mi cintura, de donde descendieron veloces para encajarse de nuevo sobre mis caderas a modo de piezas de puzzle… “como debe ser”, pensé. Porque mi obstinación en aquél momento no era otra que rozarme y friccionarme contra ti; llevar los prolegómenos al borde de un desenlace que, cuanto más tarde llegara, mejor.
Debía encenderte, hacerte prender; quería quemarme contigo. No deseaba una pronta sofocación del fuego, no en mi sueño. Noté tu excitación, aunque creo que tú no la mía; por obviedad competíamos en dureza genital, mas no en tensión. Me pediste que te desnudara, me suplicaste, me imploraste; me atrevo a decir que rezaste para que lo hiciera… pero no quise interrumpir por nada del mundo ese juego que tanto gozaba. Sexo contra sexo; seda contra algodón. El placer era más placer por encima de la ropa, aunque te empeñaras en contrariarme.
Sentí tus dedos saltarse apresuradamente la ridícula barrera que mi tanga ofrecía en su parte más delgada, y comenzaste a acariciar con atrevimiento los rincones más inescrutables de mi anatomía. Te dejé hacer. Mi abandono fue tal, que a punto estuve de rogarte que profundizaras en la caricia, pero hay cosas que, incluso en sueños, me atrevía pocas veces a pedirle a un hombre.
El tren se sumó a nuestro frenesí con un vaivén acompasado, meciéndonos suavemente, e inmortalizó con el fugaz alumbrado de los vehículos detenidos en un paso a nivel lo que la noche se empeñaba en ocultar, consiguiendo una instantánea de la pasión digna del más atrevido paparazzi. Durante una milésima de segundo los contornos se convirtieron en volúmenes, los grises en rosados, los mates en brillos. Una fotografía mordazmente memorable, rebelde al olvido. Un flash canallamente traidor y delicioso.
Tu rostro sudaba, tanto más cuando ya parecía haberme instalado sobre tu pelvis a perpetuidad tras el tejido tibio de tu tejano, mas no di visos de cambiar mi estrategia. Llevaste mi estimulación al límite por el efectivo método de romper mi camisa, a precio de dispersar la botonadura por el piso. Harto de esperar la consecución de lo inevitable, te liaste a dentelladas con mis pechos; dentelladas suaves, certeras, precisas, oportunas y medidas, pero dentelladas, abundantes, interminables, y progresivas en fuerza y presión. Dentelladas.
Lograste, por fin mi rendición en forma de orgasmo, mientras yo, abochornada, intentaba disimular que era débil, que mis músculos no podían detener su lógico convulsionar, que no podía renegar del inevitable devenir del goce. Yo misma liberé lo que estaba deseando liberar, tocar, besar, engullir, apresar y beber... Y lo toqué, lo besé, engullí, apresé y bebí, consumando mi sueño, tu sueño, si lo hubieras tenido, el sueño de nuestro tren; lo mismo da si continuara o no el viaje… Sonreíste relajado, tumbado sobre el suelo con el periódico maltrecho como almohada. Acercaste tu boca a mi oído, dispuesto, creí, a dedicarme un discurso de agradecimiento por tanto placer inesperado. Con la respiración todavía entrecortada, me susurraste:
-La suma del cuadrado de los catetos ha de ser igual al cuadrado de la hipotenusa…
Maldita sea. Un sueño es un sueño y no siempre termina como uno quiere…
Última edición por tay el Dom Sep 11, 2011 6:11 pm, editado 1 vez | |
| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Sáb Sep 10, 2011 6:30 pm | |
| Eugenia.
Llegó más pronto de lo que pensaba. Mi madre me había puesto sobre aviso, pero me pilló en la cama. Quizá la confianza de saber que Eugenia tenía inmejorables referencias, originó que yo no tuviera la decencia de esperarla vestido y aseado.
Eugenia era grande, físicamente una enorme mujer. Era alta, tanto como yo. No era obesa; quizá acusara un poco de sobrepeso, quizá bastante, pero se veía que, lejos de ocultarlo, sabía aprovecharlo resaltando sus redondeces hasta hacerlas atractivas a la vista. Vestía camisa abotonada amarilla que dejaba al relieve, en su opresión, los encajes del sujetador, enorme como ella. Llevaba una coleta mal cogida y parte del pelo le caía por la cara, lo que encima, para colmo de males, le quedaba bien.
Eugenia entró en casa nada más abrirle la puerta, y saludó una vez estuvo dentro del recibidor. Se presentó, y me largó de inmediato un extenso discurso sobre las secuelas laborales y psicológicas de los atascos de tráfico en el servicio doméstico, mientras caminaba pasillo adentro, como si ya conociera la casa. Supuse que mi madre ya se lo habría explicado, y en la confianza que adquieren las vecinas entre sí, le habría narrado también mi vida por entregas. Aparentaba tener casi cincuenta años, imagino que tendría menos, quizá cuarenta, pero su abandono estético le habría pasado factura de cara a ojos ajenos. Un tejano ceñido resaltaba su culo, orondo, carnoso, definitivo.
Eugenia tenía un culo con personalidad propia, parecía ser independiente, ir a su rollo. Y el culo, en su inteligencia, se sabía seductor, pues cuanto más le seguía yo con la mirada, más se erguía y contoneaba, dándose importancia descaradamente, y llamándome a seguirle en exquisita rendición.
Antes de mostrarle a Eugenia mi agrado por conocer a quien ya era mi nueva asistenta, asunto difícil, ya que no dejaba de hablar, me di cuenta de que le había recibido semidesnudo, ataviado tan solo con el pantalón del pijama, y, pese a que ella ni lo había notado, sentí cierta turbación por ello. Le di alcance, aun abochornado, y corté su alocución con la simple estratagema de pronunciar, en un tono de voz casi ofensivo, su nombre. Me miró sorprendida y se ruborizó, callando al instante. Pareció hacerse el silencio en el Universo, el vacío total. Me preguntó dónde estaban los utensilios de limpieza, y me dejó bloqueado por un momento. Pasó un ángel, y en ese lapsus de silencio ella dirigió la mirada directamente a mi pantalón, el cual, traicionándome como jamás lo hizo antes prenda alguna, dejó patente una erección mañanera de cuidado, de ésas que ni con agua fría podría sofocar.
Le adelanté y le indiqué que me siguiera hasta el tendedero. Me detuve en la puerta y con la mano le hice una seña para que dispusiera de lo necesario para comenzar su tarea. Ella me dio las gracias, e ipso facto comenzó a abrir armarios y a tomar posesión de trapos, bayetas, productos limpiadores varios, cubos y barreños, sin mirarme, dándome a entender que yo allí ya sobraba, y me retiré prudentemente. Quise preguntarle si necesitaba ayuda, pero una mirada inquisidora bajo su alborotado flequillo me sirvió de inapelable respuesta.
En la ducha se me antojaron dos mil fantasías con Eugenia. Nada tenía que ver aquella mujer con las que habían compartido mi cama, esbeltas y curtidas en gimnasios, peinadas de peluquería, elegantes y femeninas. Eugenia, ni era esbelta ni iba peinada, y su elegancia acabó el día en que decidió vestir con la ropa de su hermana pequeña. La imaginé intentando embutirse en su pantalón y su blusa, y me pareció hasta sexy. Femenina tampoco era, ni pretendía serlo; no le hacía falta; ella sabría que revolucionaba hormonas a su alrededor. Seguro que sí.
Abrí la mampara y cogí la toalla, enrollándomela alrededor de la cintura. No me sequé. Según me encaminaba hacia la habitación admití que no estaba bien ir goteando por el suelo. Era la primera vez en casi cuarenta años que sentía culpa por semejante costumbre. Volví a la ducha y me sequé dentro. Al salir de nuevo sequé las gotas del suelo con papel y lo arrojé al inodoro. Así estaba mejor; no quería que Eugenia se llevara un mal concepto de mi cuando entrara allí a limpiar. Mi madre, además, se acabaría enterando.
Una vez en el dormitorio me dispuse a abrir el armario. Justo cuando desplazaba la puerta, que se mostraba pesada gracias a llevar un espejo adherido en toda su extensión, vi a Eugenia reflejada en él. Parecía un fantasma. Permanecía de pie, junto a la cama. Había quitado las sábanas para lavarlas, y sosteniéndolas en las manos, me miraba fijamente; no sé si a mí, o a mi imagen reflejada en el espejo… o quizá a ambos. Se había cambiado de ropa, posiblemente en el tendedero. Ahora llevaba una especie de bata de tirantes, made in mercadillo local, también de su hermana pequeña. Sus brazos eran carnosos y rotundos. Adiviné unas axilas mal o nada depiladas. Me importaba un carajo. Su cuerpo de guitarra me llamaba a gritos bajo el atuendo. Ya no sólo se delataba el sujetador anti-libido; también la braga, alta y ancha, pero llena de encajes, a juego.
Eugenia era mujer. Eugenia era carne. Eugenia era ansia en toda la extensión de la palabra.
Me di la vuelta y la miré también, dispuesto a correr cualquier riesgo. Ella desvió la mirada, cogió las sábanas, salió de la habitación en silencio y cerró la puerta. Me senté sobre el colchón y me quité la toalla. De nuevo la eterna erección. Seguro que ella la había visto. Debí parecerle un obseso, un vicioso, un impresentable.
Me puse, sin calzoncillo, un vaquero que, en mi caso, sí había pertenecido a mi hermano mayor, y me quedaba ridículamente grande. “Es la moda, qué hostias”-, pensé. Me enfundé una camiseta blanca de algodón que mi madre me había lavado, perfumado y planchado a conciencia, lo que agradecí, puesto que cuando alguien se viste las prendas que una madre cuida, automáticamente se puede considerar feliz.
Salí del dormitorio y me encaminé a la cocina para prepararme un café. Al final del pasillo, dentro del salón, vi a Eugenia ocupada en su labor de dejarme, remuneración mediante, mi hogar como los chorros del oro. Mi cafetera me regaló el mejor café en muchos meses, o eso me pareció a mí, ya que lo necesitaba con urgencia, no sé a fin de calmar qué, solo sé que lo necesitaba.
Me vino a la cabeza la idea de ofrecer uno a Eugenia, y antes de darme tiempo a pensar dos veces, la llamé. Se personó ante mí, secándose el sudor de la cara con el brazo, y me miró. Le ofrecí el café, y asintió con la cabeza. Mi cafetera eléctrica apremió, y en un minuto mi asistenta disfrutaba un café exquisito pero hirviendo, quizá lo que menos necesitaba en ese momento. Para romper el hielo le comenté que mi madre me había hablado bien de ella, a lo que respondió sonriendo que ella también le había hablado bien de mí, arrancándose con un nuevo discurso, esta vez referente a la soledad de las viudas a quienes sus hijos no tienen la dignidad de visitar más que lo imprescindible, y generalmente para pedir dinero. Dejó la taza vacía sobre la encimera, y continuó dándome el repaso que mi madre me habría dado de igual modo de encontrarse allí, solo que ella lo hacía con tal gracia y encanto, que no pude por menos que olvidar nuestra relación profesional y cogerla de la cintura para darle un morrazo de antología, haciéndola callar de nuevo, para abandonarnos a lo que ambos sabíamos que tenía que ocurrir en el mismo momento en que ella traspasó el umbral de mi puerta.
Eugenia no besaba; mordía. Quise otorgar algo de romanticismo al frío hecho de estar con una desconocida jugueteando con mi lengua en su boca de modo adolescente, pero ella no me dejó. Cuando quise darme cuenta me arañaba la espalda bajo la camiseta. Su flequillo loco se coló durante un instante en el hermetismo de nuestras bocas, humedeciéndose a placer, y ella se separó, a fin de echarlo a un lado, continuando en seguida con su labor de comerme vivo allí mismo.
Cogí sus brazos por las muñecas, colocándolos sobre mi cuello, para poder abrirme paso bajo su indumentaria, por llamarla de alguna manera, y comenzar el sacrificio de desnudarla, tan ceñida llevaba la ropa. Puse todas mis fuerzas en ello, y cuanto más tiraba de las prendas, Eugenia suspiraba más rápido, separando finalmente sus brazos de mi cogote y ayudándome en mi dificultoso trabajo. Hubiera querido verla así, desnuda, ante mí; contemplarla unos minutos, deleitarme con su visión, mas no quiso apartarse. Agarró mi camiseta y me la sacó por la cabeza, volviéndome a morder la boca como poseída por el demonio. Sentí sus enormes pechos sobre el torso, y empezó a dolerme la erección; no me extraña, no había tenido descanso desde que apareció aquella mujer en mi casa. Dio un paso atrás para acceder a los botones de mi tejano. Unos breves instantes en los que pude admirar sus tetas, grandes, eternas, descolgadas, pero con los pezones apuntando desafiantes hacia mis ojos, pidiéndome placer a manos llenas.
Diríase que Eugenia había pasado media vida entrenándose para aquél momento, ya que me encontré desnudo en un segundo. Vi que sacaba mi vaquero por los pies, como quien se lo quita a un niño con la premura de no llegar tarde al colegio, y de inmediato se puso de pie, acariciándome con ambas manos de abajo a arriba, haciendo una primera exploración sobre el terreno que me encendió todavía más, si era posible tamaña hombrada.
Guió mis manos directamente hacia sus pezones, asiéndose a su vez ella a los míos con las suyas, para iniciar, a dos, una danza de pellizcos y caricias, apretando, soltando, amasando y estirando nuestros vértices que, agradecidos y sincronizados, se estremecían y parecían reventar de gusto, sobre todo cuando decidimos detener el juego manual para continuarlo con los dientes, con la boca, mordiendo, chupando, succionando, besando… ahora tú; ahora yo, hasta el infinito goce…
Impaciente por mi dolor genital, la besé de nuevo, y ella se apoyó sobre la mesa, alzando sus caderas para tumbarse boca arriba, separando las piernas y agarrando mi miembro para acariciarse con él, sin más preámbulo, dándome muestras de que su dolor debía ser semejante al mío, tanta era la humedad que rezumaba su vagina deliciosa. Eugenia no estaba depilada. Al menos no sus ingles, y no creo recordar si las piernas acaso lo estarían. Me encontré ante una vulva salvaje, silvestre, diría que indómita, ante la que no sabía casi cómo proceder. No recordaba haber visto en mi currículum sexual más que coñitos rasurados e hidratados que me ofrecían la mitad del trabajo hecho. Me dispuse a abrirle los labios para investigar; quería ver su sonrosada florecita bajo aquella espesura. Su clítoris emergió a flote, agresivo, enorme como ella, un pistilo delicioso que pedía ser acariciado con la mayor delicadeza. Y así hice durante largos minutos, adentrándome en la jungla perfumada de mi Eugenia, con la boca, con el rostro, con toda aquella parte de mí que se dejara invitar al disfrute y la locura.
Me levanté para seguirla mirando, era digna de ello, y estimulándola frenéticamente con los dedos conseguí que finalmente alcanzara el cielo. No permití que descansara; necesitaba ver mil veces más estremecerse aquél cuerpo, vibrar aquella carne, contemplar su rostro sublime contraerse una y otra vez en un eterno clímax, uno tras otro, hasta hacerla morir de placer.
Eugenia gemía, susurraba pidiendo que parara, pero no me soltaba el rabo ni matándola a orgasmos. Cada vez que se corría me apretaba más fuerte, vaticinándome lo que minutos más tarde sería el polvo más soberbio y glorioso de cuantos recordara haber vivido en mi malgastada existencia. Ella misma cogió el miembro y se penetró; no me dio tiempo a hacerlo por mí mismo. Cuando quise enterarme se la había clavado hasta el estómago. Eugenia me había abducido literalmente hasta el interior de su selva, y sentía su vagina succionando frenética, ávida de más deleite, si cabe, de más fruición. Tal fue la excitación, tal era el fuego que allí dentro había, que pensé que allí mismo moriría con ella, desnudo sobre su cuerpo, tendidos los dos sobre la mesa de la cocina.
Sentía que iba a reventar de un momento a otro; ella no sé cuántas veces lo habría hecho ya. Enterré el rostro entre sus pechos para recibir el inminente estallido en mi cuerpo, y Eugenia se agarró a mi cabello, haciéndome levantar la cabeza, para dedicarme, esta vez sí, el más dulce y sedoso beso que jamás me hubieran dado antes, empapado de extrema gratitud, delicado, prolongado, adentrándome, ya no en su jungla, ya no en su selva, mas sí, capitulado al sublime encanto de aquella mujer, en la inmensidad del Paraíso.
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| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Sáb Sep 10, 2011 6:32 pm | |
| Mi chica
Las tetas de mi chica sabían a coco. Había estado tomando el sol toda la tarde, embadurnada en aceite bronceador del citado sabor, y pese a la ducha que había tomado para eliminar los restos, su piel se conservaba resbaladiza. Las tetas de mi chica eran blancas, comparadas con el resto del cuerpo. Aunque a veces, como hoy, quedaban liberadas unas horas del sujetador del bikini, no se bronceaban con facilidad. Eso a mi chica le crispaba, pero a mí me gustaba ver su palidez resaltada. Eran como un par de huevos fritos, suculentos y atractivos a la vista, que invitaban a morder y lamer, como ya estaba haciendo desde hacía un buen rato.
Mi chica me agarraba del pelo, con firmeza, pero con dulzura. En su negativa a liberarme me indicaba que no quería que parara. Le fastidiaba que considerara sus tetas un lugar de paso, y por eso disfrutaba horrores cuando me dedicaba a su exclusiva estimulación, otorgando a sus agradecidos pezones la importancia merecida. Le gustaba que los atrapara con los dientes, a modo de mordaza, sin poner demasiada fuerza en ello, y que los hiciera titilar con la punta de mi lengua. A la vez le atrapaba los senos con las manos, a fin de tensarlos, aumentando con ello la irrigación sanguínea en la zona, la sensibilidad cutánea, y proporcionándole a ella , por tanto, un placer mayor. Y a mí me gustaba escuchar su respiración mientras me deleitaba con sus tetas. Mi chica se empeñaba en ser silenciosa, no le gustaba imaginar que alguien más que yo pudiera oírla, pero entre tanto gustazo no podía evitar a veces emitir un gemido delator, o susurrar para sí misma, embebida de sensaciones: “más… más… por favor”…
Sentí por un instante contraerse los pezones entre mis dientes. Mi chica se corría irremediablemente. Me agarró el cabello con más fuerza, ya no miró si me hacía daño o no, que me lo hacía, mas en ese instante no era dueña de sí misma. Con rapidez maniobré para juntar ambos pechos y morder los dos pezones al tiempo. No quería interrumpirle el momento, pero forcé la cabeza con el propósito de mirarle a la cara. Necesitaba ver sus muecas de delirio, sus ojos en blanco. Aquella visión, absurda quizá, me ponía como una moto, aunque a ella le daba vergüenza ser observada en el culminante momento, y cuando se daba cuenta de ello, se cubría el rostro con las manos, sonriendo rendida, ruborizada, dulce, preciosa…
Le agarré las muñecas para retirarle las manos, y le miré a los ojos, sonriéndola. Me devolvió la sonrisa, pero le costaba mantenerme la mirada. Sus mejillas, enrojecidas por la tensión, le concedían a su cara un aire infantil que me encantaba. Sin soltarla, besé despacio la línea central que bajaba de su pecho hasta el pubis; una línea marcada por un hilo de vello blanquito, amelocotonado, que parecía marcarme el camino para continuar buscando sensaciones en aquél cuerpo maravilloso.
Su pubis estaba recortado triangularmente, en un estilo casi de peluquería, cuidado, casi esculpido con el único fin de enamorar más, si era posible, mi percepción visual. Dibujé tan perfecto marco con la lengua, poniendo de nuevo nerviosa a mi chica, que se estremeció levemente, y entreabrió las piernas como impulsada por un resorte, invitándome a perderme entre su sabrosa intimidad, pidiéndomelo a gritos con el simple temblor de su cadera, mientras, esta vez sí, me buscaba los ojos con la mirada, y se mordía el labio inferior, preparándose para más goce, más delirio, más placer...
Su clítoris me habló directamente. Articulaba palabras de deseo, salió atrevidamente a mi encuentro, y vaya que me encontró, no iba yo a hacerle un feo en ese momento; tanta amabilidad bien merecía ser recompensada. De modo que, juguetón que me encontraba yo, comencé a acariciarlo lingualmente, pero no directamente sobre el vértice, sino algo más arriba, donde la vena ardía, donde el latido suplicaba. Mi chica gemió y soltó sus muñecas atrapadas de entre mis manos para asirme de nuevo la cabeza. Sus dedos temblaban, y noté que hacía verdaderos esfuerzos por no presionar en demasía. No me habría importado que lo hiciera; mi dolor sería su placer, para mí, el más bello sacrificio para que ella gozara como lo hacía, porque su disfrute, en ese momento, era la más bella compensación a la más bella tarea de todas, la tarea de amarla con todas mis fuerzas.
Introduje tímidamente un dedo en su vagina. Abrasaba por dentro. Me adentré hasta localizar su punto sensible, aquél donde, una vez acomodado, comenzaba a sentir sus contracciones, y con cuya estimulación conseguía que las piernas de mi chica comenzaran a vibrar sin control. Introduje un segundo dedo; quise aumentar así la fricción, girándolos en un sentido y en otro, sin prisa pero sin pausa, sin olvidar a mi pequeño clítoris, que, ya familiarizado con mi boca, compartía conmigo sensaciones increíbles. Se dejaba lamer, se dejaba morder, atrapar, succionar y soltar, y parecía bailar, por momentos, sincronizándose a la perfección con el ritmo que mi boca le marcaba.
Y mi chica gozaba, se corría una y otra vez, sudaba, convulsionaba y caía sobre el lecho repetidamente, y el mundo ya podría detenerse si se le antojara, que yo no me apartaría jamás de aquél chochito agradecido y entregado, vibrante y vivo, rebosante de deliciosos jugos y aromas, que en ese instante me hacía sentirme el hombre más dichoso sobre la tierra.
La dejé descansar unos instantes, tumbándome a su lado. Ella permanecía boca arriba, extenuada, sonriente. Me miró a los ojos con dulzura, y yo a ella. En esa mirada sostenida nos dimos tanto, que no me habría importado acabar ahí. Pero mi chica no se rendía, y noté que su mano cogía mi miembro con firmeza, mientras sus ojos me pedían más… Me incorporé de nuevo, decidido a penetrarla, deseoso de comenzar a sentir lo mío, para qué lo voy a negar. Estaba encendido hasta límites indescriptibles, y quería consumar aquella noche fundiéndome con ella en lo que prometía ser el más dulce frenesí jamás vivido.
Pero mi chica hizo algo inesperado. Con sus manos sobre mi cintura, cuando ya estaba situándome sobre ella, tiró hacia arriba, dándome señal de que no era una cópula lo que quería. Me pilló desconcertado, pero al coger de nuevo mi miembro, entendí lo que deseaba. Me senté a horcajadas bajo sus senos, y ella, con cuidado, comenzó a acariciar mi polla con ambas manos, atrapándola delicadamente mientras la introducía en su boca, amoldando sus labios a la cilíndrica forma, y su calorcito y humedad provocaron el primero de mis susurros: “amor mío”…
Qué dulce panorama, qué maravillosa vista, qué deleite y qué emoción la de contemplarme dentro de aquella boca sonrosada y henchida, que pareciera haber sido hecha a la medida de mi glande. Solo ella podría dedicarme tan sublime mamada, mi chica, la más deliciosa feladora que hombre alguno soñara jamás, el más dulce molde para el más sorprendido falo, tómalo, cariño, haz con él lo que quieras, pero déjame mirar lo que hagas, porque ahora mismo sería incapaz de apartar la vista de este maravilloso paisaje.
Y mi chica me tragó literalmente. Desaparecí de lleno en su garganta para volver a aparecer al instante y sumergirme de nuevo, una y otra vez, sometido a sus manos, a su boca, a sus dientes, que de vez en cuando arañaban con dulzura mi frenillo, volviéndome más loco, si cabe, sometido a su voluntad, a su engullir y soltar frenéticos, a los aleteos de sus dedos sobre mis testículos, que amenazaban con reventar de un momento a otro por las caricias recibidas, por los pellizquitos, las lamidas breves y furtivas de las que eran objeto durante algunos instantes. Quise morir allí mismo, mirando su cara, rompiendo su boca, que nadie más pudiera disfrutarla sino yo, que nadie más pudiera alcanzar las cotas de placer que aquella mujer me estaba dando, que solamente ella pudiera ser para mí, y que muriera conmigo entre espasmos y sudor.
Mi orgasmo fue silencioso, como una liberación. Sentí su boca amoldarse para recibir mi esperma, abriendo el fondo de su garganta para que yo pudiera derramarme a placer, y masajeando suavemente con la lengua mi frenillo, cuánto sabes, amor, no me dejes nunca, mi chica…
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| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Sáb Sep 10, 2011 6:36 pm | |
| Quiero morir así
Tan sólo nuestros ojos se presentaron.
Nuestra mirada era lo único que no habíamos cruzado anteriormente. Tu voz, deseosa y anhelante, ya me había entregado lo más íntimo de ti. A través del auricular de mi teléfono había bebido tu sudor, emanado como fuente al amor de mis palabras.
No había tiempo, me urgía tu carne; tus palabras ya habían sido mías; tu cuerpo, aún no. Una desconocida fuerza nos llevó hasta mi alcoba. Sin pausa y con prisa nos vimos sin ropa, tocando, agarrando, arañando, besando, mordiendo a la desesperada como presa y depredador, como depredador y presa.
Por fin. Por fin tu piel, por fin tus besos, por fin tu espalda y tu pecho, por fin tu miembro, por fin tú.
Nos pedíamos placeres sin hablar, ¿para qué? Ya nos lo habíamos pedido muchas veces sin tocarnos.
Agarré tu pelo cuando acoplaste tu boca en mi vagina, no salgas de ahí, no salgas nunca. No despegues jamás esta dulce ventosa, hermética, cerrada, estanca y perfecta. Tu lengua se adentraba una y otra vez en las profundidades de mi cueva, causando un delicioso vacío, hermético, cerrado, estanco y perfecto.
Mátame aquí mismo; quiero morir así.
Te separaste, y quise maldecirte, pero no lo permitiste. Antes de poder articular palabra, tu polla indagaba en mi garganta, buscaba delirio y frenesí. Se lo di. Te lo di. Fui consciente de haber nacido para dártelo, y dediqué mi vida a ello, concentrándola en unos minutos. Minutos de vida; minutos de muerte. Gemías en una agonía desmesurada.
Mátame aquí mismo; quiero morir así.
Resucitamos. Resucitamos para morir de nuevo. Resucitamos para morir fundidos. Cópula letal. Estocada de muerte. Fóllame, móntame, cabálgame, lo que quieras, amor, pero hazlo hasta matarme.
Y mátame aquí mismo, porque quiero morir así.
Tay | |
| | | Tatsumaru V.I.P.
Mensajes : 31594
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Dom Sep 11, 2011 5:38 pm | |
| Veré si encuentro el que escribí en otra parte y lo corrijo un poco... | |
| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| | | | Tatsumaru V.I.P.
Mensajes : 31594
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Dom Sep 11, 2011 6:28 pm | |
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| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Dom Sep 11, 2011 6:35 pm | |
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| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Vie Sep 23, 2011 1:40 pm | |
| La ducha
Abrí el grifo para dejar que fluyera el agua; necesitaba sentirla casi hirviendo. Venía con frío de la calle, y quería entrar en calor. Mientras esperaba, me miré al espejo. Aquél día era uno de ésos en que no me apetecía desmaquillarme, pero no quedaba más remedio. No me iba a acostar así, evidentemente. La lacrimógena película que había visto en el cine junto a mi amiga, había tenido efectos demoledores en mi máscara de pestañas. Humedecí un algodón en crema limpiadora y procedí a dejar mi mirada como recién estrenada. Me observé de nuevo; no bastó con una sola pasada y repetí la operación. Aparté el algodón manchado para deshacerme de él arrojándolo al cubo. Me cepillé el pelo. Me gustaba ducharme con el cabello desenredado para ahorrarme después el engorro de los tirones. Me despojé del vestido, quedándome en ropa interior. Me gustaba mi imagen. Quizá me sobraran algunos kilos, no lo niego, pero resultaba atractiva a mis propios ojos y a los ajenos, y eso ya era motivo suficiente para no comenzar cada lunes una dieta, como hacían gran parte de mis amigas. Me contemplé girando un poco ante mí misma, enderezando y relajando la columna, adelantando los hombros, sacando cadera, poniéndome de puntillas. Disfruté de mi reflejo.
Un tirante de mi sujetador se deslizó y cayó de mi hombro, dejando mi pecho izquierdo al descubierto. Instintivamente acaricié mi pezón con la mano contraria, sin pensar en nadie en concreto, mas reaccionó adquiriendo una dureza juguetona, invitándome a seguir. Me bajé el otro tirante, y el derecho emergió, curiosamente, igual de dispuesto. Mi espejo agradeció la sorpresa devolviéndome una imagen sugerente que me incitó a acariciarme brevemente desde el vientre al cuello. El vapor de la ducha empañó el cristal, y caí entonces en la cuenta de que estaba derrochando agua innecesariamente.
Me desprendí del tanga y de lo que quedaba del sujetador, y entré en la cabina de ducha. De primeras di un salto; el agua quemaba. Gradué la temperatura y fijé el caudal para que cayera desde arriba, con efecto lluvia, desde una descomunal alcachofa diseñada al efecto. Me dejé envolver por la húmeda cortina, con los ojos cerrados. Pese a la temperatura del agua, todavía elevada, noté que mis areolas se contraían más aún, y sentí una tirantez placentera en toda la extensión de mi pecho, cercana al dolor, que me gustó. Aparté la cabeza del copioso manantial para embadurnarme las manos con gel perfumado, y volviendo a sumergirme comencé a enjabonarme desde el vientre, con movimientos circulares, cerrando los ojos de nuevo y abandonándome al momento, recorriendo mis caderas, mis brazos y mis piernas, de los tobillos a las ingles, despacio, abriendo los dedos a fin de incrementar la sensación de ser acariciada, mientras la música del agua me regalaba delicadamente los oídos y me zambullía en la paz de aquél deleite memorable.
Volví a enjabonar mi mano derecha y la encaminé hacia mi vulva, abriendo tímidamente las piernas, como si estuviera siendo observada por alguien ajeno. Las primeras fricciones sobre mi vello levantaron un mar de espuma que sirvió para lubricar los labios una vez que me adentré en la carne prohibida , aunque pronto advertí que estaba ya húmeda de antemano, y no precisamente por el efecto del agua.
Mi dedo corazón se adentró sabiamente buscando mi clítoris, y lo sentí pequeño y duro, pero agradecido al saludo. Lo masajeé en redondo con las yemas, despacio, notando cómo crecía y experimentando un cosquilleo sutil que hizo que me flaquearan las piernas, y apoyando las nalgas sobre el frio azulejo, me concentré en la caricia que, lejos de sorprenderme, pareció prometerme el más sublime desenlace. El agua seguía anegándome confortablemente, y de vez en cuando sentía que se detenía sobre mis pezones, deliciosos obstáculos, para gotear desde allí al suelo de la cabina, donde la espuma había formado un mullido y blanco colchón que, en espiral, terminaba despareciendo lentamente por el sumidero.
Bajé el caudal activando la llave con la zurda, y acto seguido cogí la ducha de teléfono. Sin apartar la otra mano de mi henchido tesoro, abrí con ella los labios desinhibidamente, dirigí el agua a máxima presión hacia mi interior, y me dejé hacer por mi singular y chorreante compañera, que fluía sin descanso e in crescendo, a la vez que mi delirio. Durante eternos minutos me embebí de sensaciones, vibrando, temblando, tiritando, trepando hasta el cielo de infinito placer. Con la mano libre pellizcaba mis pezones enardecidamente, ahora uno, ahora el otro, a fin de acrecentar al límite toda aquella carga de electricidad bendita, deseando desfallecer allí mismo, entregada por entero a mi propio frenesí.
En el piso se mezclaban mis íntimos jugos con la espuma y el líquido elemento, esfumándose, todos a un tiempo y progresivamente, en los abismos del subsuelo, quedando borrada por momentos toda prueba de aquél secreto y furtivo disfrute.
Apoyé la espalda sobre la pared, y el gélido contacto de la cerámica causó que el orgasmo se multiplicara, hielo contra fuego, frío contra calidez, llevándome a gozar hasta límites insospechados, haciéndome gemir superando con creces el sonido del agua, que, como el mejor de los amantes, se fue templando según se estremecía todo mi ser, dejándome exhausta, rendida, agradecida por mi propia pasión, para qué nadie más, para qué… Solté la ducha y me senté en el suelo. Aún quedaba espuma tibia a mi alrededor; espuma blanca, crepitante y suave, que no me habría importado que hiciera las veces, aquella noche, de improvisado y confortable colchón… | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Oct 11, 2011 3:43 am | |
| EL cárdigan rojo
Aquella era una de esas tardes en las que no me habría levantado de la siesta. Mi esposa, antes de marchar, había alzado la persiana del dormitorio y me había dado instrucciones sobre una lavadora, un caldo y un armario, no recuerdo cuáles, pero me las dio. Tendría que ejercitar la memoria para poder cumplirlas y no llevarme una merecida reprimenda a su vuelta.
Me acerqué a la ventana y entreabrí el visillo. No llovía, mas supuse que no tardaría en hacerlo. Abrí la ventana. Hacía un extraño bochorno para ser otoño. El tráfico era lento y caótico, como correspondía a esa hora de la tarde. Todo el mundo, menos yo, se había puesto en acción, preparando su retorno al hogar tras la jornada laboral, esa jornada por la que yo suplicaba cada mañana en la cola de la oficina de empleo. Fijé la vista en el semáforo de la plazoleta. No estaba ella todavía. Me lamenté. Había soñado con ella de nuevo, como cada noche, y necesitaba verla ahí, con su melena color avellana, sus tejanos ajustados color gris, y su cárdigan rojo, como cada tarde. Me pregunté por qué no habría llegado aún. Encendí un cigarrillo a la espera de que apareciera, y tardó aproximadamente los diez minutos que tardé en fumármelo, como si ella pretendiera que acabara de hacerlo para brindarme el exclusivo placer de contemplarla sin hacer absolutamente nada más. No iba maquillada, en realidad no se maquillaba nunca, ni falta le hacía. En mis sueños recorría el óvalo de su rostro con las manos, deleitándome con su contorno. Se dejaba besar, con los ojos cerrados, y con lengua pequeña y temblorosa me devolvía el beso, temerosa de sentir, sonrojada, entregada al comienzo de un frenesí que solo en mi imaginación tuviere quizá cabida.
Ordenada telepáticamente por mi, se quitó el cárdigan y lo dobló sobre su brazo. El semáforo tardaba en abrirse, lo que me permitió seguir recorriendo su cuerpo con la vista. Llevaba una blusa ceñida en la cintura que destacaba la forma de sus pechos, esos pechos que en mi mente eran besados cada noche, que ofrecían ávidos a mi boca el rosado regalo de sus vértices endurecidos, y se dejaban morder, sumisos, una y otra vez, sucumbiendo al gozo, entregados a una mezcla de placer y dolor, mientras débiles gemidos envolvían el momento como la más placentera banda sonora que hubiera escuchado jamás.
El semáforo se abrió, por fin. Ello me permitiría contemplar su andar felino, y regodearme en el balanceo rítmico y acompasado de su cadera mientras cruzaba, en redondo, la plazoleta, hasta desaparecer en la calle frontal. Un paso, dos, tres, y su culo tentador desmadejando fantasías en la mente de todo aquél que se cruzara con ella. Qué miráis. Ese culo es mío. Es el culo que, de tanto anhelarlo, he dispuesto ya de mi propiedad. Ese culo que recorro con mi rostro, nalga a nalga, valle a cumbre, que atrapo entre los dedos y que abro con apetito y ansia para rastrear todos sus pliegues, todos sus recodos y rincones, buscando el paraiso en él, delicioso refugio, preciosa guarida para mi secreto deseo. Ese culo que, en la cima del delirio y la vesania, perforo sin piedad, con mi miembro, con mi lengua, con todo aquello que pueda perforar, arrastrando a aquella mujer conmigo al edén, provocando que grite, que suplique, que comparta conmigo tan descomunal ensueño, que se rinda como yo me rindo, que sienta como yo siento, que se pierda como yo, por ella, me pierdo.
Desapareció por la calle frontal. No tardaría más media hora en volver; siempre era así. Cerré la ventana y el visillo, me senté sobre la cama recostando la espalda sobre el colchón. La excitación me causaba dolor, y me agarré a los testículos en un vano intento de aplacarla. De un tirón me despojé del pantalón del pijama y comencé a masturbarme frenéticamente.
Cerré los ojos y la busqué de nuevo en mi pensamiento. En él, aparecía ya desnuda, a mi lado, relajada y sonriente, susurrándome cariños al oído mientras cogía mi mano y la acercaba a su pequeño y sonrosado coñito. Lo acaricié con las yemas de los dedos, estaba húmedo y escurridizo. Ella se abrió, juguetona, entregada, deseosa de ser escudriñada. Indagué con la mirada. A ella, en mi fantasía, le gustaba ser observada y se abrió más, regalándome la vista impresionante de sus labios hinchaditos y hambrientos, deseosos de caricias y placeres. Asiéndome el cabello con la mano, decidida, me guió hasta allí, a fin de que devorara aquél tesoro. Fundiendo sus labios con los míos, conduje mi lengua hasta los abismos de su cuevecita, donde me esperaría el más fresco manantial de jugos y fluídos, para beber, para embriagarme de ellos hasta saciarme. Y bebí. Y enloquecí en el sueño y la consciencia, y pedí a la providencia que aquél delirio no acabara, mientras ella se tornaba más real a cada instante, disfrutando, jadeando desatada y compartiendo lo que nunca, jamás, podríamos terrenalmente alcanzar.
Escuché un ruido que reconocí como el girar de la cerradura. Me incorporé de súbito, encendido aún, excitado casi hasta el orgasmo, mi gozo en un pozo, mi sueño al garete. Me froté la cara con las manos en aras de terminar de despertar. Mi esposa había vuelto antes de lo previsto. En un momento recordé que no habia puesto la lavadora, ni había preparado el caldo para la cena, ni colocado la ropa planchada en el armario. Salí al pasillo. Ella había entrado ya en la cocina y gritaba, enfadada, al ver que nada de lo que me había pedido estaba hecho.
Quise calmarla, le pedí que se tranquilizara, le dije que me había quedado dormido. Dejó de gritar y cogió el cesto lleno de ropa sucia que me había dejado en el suelo antes de irse. Abrió la puerta de la lavadora y se agachó para disponerse a llenarla. Llevado por no sé qué impulso, me coloqué tras ella y pegué mis caderas a las suyas. Mi erección le dio de lleno. Le sentaban muy bien los tejanos ajustados color gris. Se levantó y se giró de golpe, y su melena color avellana golpeó en mi rostro al hacerlo. Me apartó de un empujón, movió el cesto de ropa con una certera patada, y salió de la cocina, en silencio.
Se acercó al recibidor, cogió el bolso, las llaves, y se puso de nuevo su cárdigan rojo. Abrió la puerta, salió de la casa, y antes de cerrar tras ella, me miró y me increpó: -No sé cómo he de decirte que NO. ________________
Por Tay | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Oct 11, 2011 3:45 am | |
| Irene
Irene tenía los pechos pequeños, redondos y duros que siempre quise ofrecerte; poseía el culo adolescente y prieto que habría deseado poseer yo para tu disfrute, y la cintura menuda que ya quisiera que hubieras encontrado en mi; era la mujer que yo soñé entregarte, y no pude.
De modo contradictorio, tú deseabas mis pechos grandes y desparramados, mi culo enorme y mi cintura regia, y me dejaste constancia de ello en aquella noche de frenesí.
Yo deseé a Irene como tú me deseaste, porque proyecté en ella todo lo ansiado de ti. Enamorándome de ella, me enamoré de mí misma, y necesité que ella sintiera lo que contigo sentí, en un intento, gran error, de revivir lo nuestro. Haciéndole gozar, yo gozaba de nuevo, porque en mi mente su cuerpo era el mío, y mi cuerpo, el tuyo.
Y ella disfrutó, tanto en cuanto se sentía deseada, como antes disfrutara yo, tanto en cuanto me sentí deseada por tus ojos, por tus manos, por tu miembro, por toda la inmensidad y la fuerza de tu ser, encendido, apasionado, bestial, sólo mío, solamente para mi...
Ella se entregaba como yo me entregué, porque amando a alguien de la manera que tú amabas, era imposible no entregarse.
Vestí nuestro lecho de blancas sábanas, como las que vistieron nuestra pasión. Dejé una luz tenue encendida para alumbrar el encuentro, como fuera antaño iluminada nuestra noche inolvidable de invierno.
Me comí su boca, como tú te comías la mía, quemándola con hirviente saliva, llenándola de carne, te deseo, te deseo... Se ahogaba con mi lengua, como me ahogaba yo con la tuya, sin poder apenas respirar. Me gustaba chuparle el surco entre el labio y la barbilla; qué gusto, hombre mío, cuando tú me lo hacías. Le vibraba el mentón de gusto, te deseo, y la volvía a perforar con la lengua, hasta la garganta, traga, traga, eres mi perra caliente, eres una perra, te deseo...
Mordía sus pezones imaginando tus dientes, tus labios suculentos, intentando emular tu frenética succión, e Irene me rogaba, muérdeme, muérdeme, retorciéndose como solamente tú supiste hacerme retorcer. Y sus pezones temblaban, salían en busca de mi boca, como yo buscaba la tuya con los míos, doblegada, chupa, liba, arráncamelos, hazlo ya, hazlo ya... Irene, amor, cuántas veces he nombrado esas palabras, cuánto necesito escucharlas de ti, grita, por favor, quiero escucharme gritando con tu garganta, como yo grité, grita, gime, quiero que lo hagas, hazlo para mi...
E Irene gemía y gritaba, de la forma que en mi recuerdo yo gemia y gritaba para ti, cómo lo hacías, hombre mío, cómo era posible que me hicieras gozar así, cómo me horadaban el cerebro tus palabras, goza, perra, eres mi perra caliente, eres mi zorra, quiero oirte gritar, y yo agarraba las muñecas de Irene como tú agarrabas las mías, mas quise poseer tu fuerza para hacerlo igual, esa fuerza que nunca podré tener y que ella no podria sentir, por mucho que yo quisiera.
Bajé por su vientre viéndote a ti bajar por el mío, y sentí erizarse toda mi piel, mientras se erizaba la de ella, cuánto la deseaba, cuánto me deseabas, te perdías en mi cuerpo, y en su cuerpo me perdí...
Ábreme... me escuché a mi misma, y la abrí, mucho, mucho, como me abriste tú a mí, hasta casi dislocar sus piernas, haciéndome revivir el dulce dolor que tú me provocabas al hacerlo, qué coñito, mi perlita, es preciosa, la deseo... ¿escuchaba? ¿añoraba? Qué dulce mezcla de sentimientos, ajenos, cercanos, qué galimatías de placer evocado en tí y volcado en ella, te voy a comer todo, te voy a matar de gusto, mi perra, te voy a devorar entera, te deseo, te deseo... Estoy abierta para ti. Soy tuya, toma, bebe, no me dejes una gota, sáciate de mi, hazlo ya, hazlo ya...¿te hablaba yo con una voz tan dulce? La devoré hasta el delirio, engullí su deliciosa perla hasta hacerla reventar, y ella temblaba, saltaba y se contraía, cómo lo logras, cómo haces que pueda gozar así, me matas, me matas, no hay secretos, Irene, lo hago como lo hacía conmigo él...
Busqué tu miembro en mis recuerdos, y le metí los dedos, su chochito vibraba desesperado, agonizante de pasión, ¿vibraba asi el mío, amor? ¿lo recuerdas? ¿podías ver esa delicia cimbreante cuando me taladrabas sin piedad? Irene chorreó litros de zumo mientras se agarraba a las sábanas, sudorosa, temblorosa, rendida y sonriente, y yo me vi en ella mientras tú me bebías toda, bébeme, bébeme. Claro que si, eres mi perra, mi perra caliente, mi zorra, goza, goza para mi, yo te beberé, lo deseo, te deseo...
Respiró, descansó. La miraba intentando verme en ella; jamás podría, eso sí, mirarla como tú me mirabas a mí, agradecido y satisfecho. No sabía cómo había ocurrido, no entendía cómo había terminado yo con aquella mujer en mi cama, solamente sé que no dudé en pedírselo, aunque solamente habíamos compartido unos cafés en los descansos del trabajo. Ella tampoco dudó en consentir, como si siempre hubiera deseado que se lo pidiera.
Cogió mi cabello con dulzura y me besó, pero no eran tus besos. Apresó mis pechos, mas no eran tus manos, los mordió y succionó, y añoré tu boca. Algo iba mal.
Cerré los ojos en el tiento de borrarte de mi mente, imposible, imposible, no te vayas, amor, soy tu perra, tu perra caliente. Irene me pedía que gritara, pero no era tu voz, recorría mi vientre, mas no era tu rostro. Su boca atrapó mi clítoris y le dedicó sabias caricias, y sin embargo, mi clítoris no reaccionó, porque buscaba tus labios. Me penetró con sus dedos pequeños y delgados, ágiles, huesudos, amor, ¿donde estaba tu miembro? ¿dónde estaba aquella polla sublime, aquél ariete que tan loca me volvía, aquél prodigio percutor que una noche me llevó a tocar el cielo?¿donde estaba mi golosina deliciosa, por qué no podía sentirla en mi boca, en mi cueva, perforándome, clavándose en mi sin compasión, rompiéndome entera por dentro? ¿dónde está? ¡maldita sea!¿ por qué sólo aparece en mi recuerdo?
Lloré. Lo siento, Irene, no puede ser. Ni tú eres yo, ni yo soy él... __________________ Por Tay | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Oct 11, 2011 3:46 am | |
| Estos son los dos relatos que me pediste que te trajera | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Oct 11, 2011 3:51 am | |
| En la estación
No sé qué pasó por mi mente exactamente, sentada en aquel café viendo las parejas juntarse sentí cierta envidia. Sexo, era sexo lo que las unía. Ella parecían tan dispuestas, tan listas para amar y ellos tan seguros de tener el precio justo para pagarles. No era amor, no. Ellas vendían una ilusión y eso era precisamente lo que necesitaba. Me imaginé por un momento como una de ellas. Un ligue, media hora en una habitación de hotel y luego a la calle. En ese momento me pareció una opción tan válida que un golpe de adrenalina mojó mi sexo y disparó las pulsaciones de mi corazón.
Me puse de pie y caminé hacia la esquina. Las chicas vestían colores más subidos que los míos, faldas más cortas, medias de malla. Mi cabello iba recogido firmemente en mi nuca, solté la coleta para caminar hacia ellas, pero nada podía hacer con mi atuendo. Nadie me notó. Cerca las vías del tren y la estación atraían viandantes de forma constante. Pasados unos minutos parada sin saber qué hacer, decidí volver a mi mesa del pequeño café y sentarme. “¿Qué estaba pensando?” ¡Una mujer cómo yo! Más me valía volver a mi casa, muchas de estas chicas envidiarían mi vida acomodada. Volví a ponerme de pie y sin lograrlo alguien tomó de mi brazo. - ¿Cuánto por un completo? - 300. Dije un precio que creí alto, pensando que me dejaría escapar, pensando que no los pagaría. - ¡Vamos! Dijo, y lo seguí. De nuevo sentí la excitación, el corazón latir, la aventura. No sabía qué sucedería, sin embargo, mi cuerpo seguía el impulso. El hombre me tomó del brazo y me condujo y yo me dejé conducir. Óscar, así se llamaba. Apenas entrar a la habitación me besó apasionadamente, su cuerpo avanzó hacia mí con una fuerza que no podía presentir y yo respondí con toda la pasión que tenía guardada, como si estuviera reservada para él, con su nombre desde el principio del tiempo. Sus manos en mi cuello, pronto bajaron por mi pecho apretando mis senos, recorriendo mi espalda, apurando los botones, que también en su camisa fueron cediendo a mis torpes dedos. A medio vestir y aun de pie besó mis pezones, mordisqueando las puntas con suavidad, llevando sus dedos a mi raja y notando que si él iba embalado, yo estaba lista para recibirlo. Se inclinó, apoyando su rodilla en el suelo y me dio un beso profundo en mi sexo, temblé mientras su lengua jugueteaba con mi raja. Levantó mi pierna un poco y la sostuve en aquella difícil posición, recostada a la pared. Su beso se hizo más profundo, no sé cuánto duró, perdí el sentido del tiempo. Me llevó a la cama y disfrutó de mi boca, del tacto de mi piel, de la caricia de mis manos, que ávidas recorrieron su cuerpo. Un cuerpo firme, apetecible, fresco que se adueñó de mi cuerpo, cálido, moreno y voluptuoso. Transformado en sus manos expertas. Al fin me penetró, lo deseaba, deseaba lo que pudiera hacerme, lo que pudiera darme, deseaba que la sensación de entrega se perpetuara. Que hiciera de mí a su antojo. Envistió una y otra vez, con fuerza, mirando cómo mis ojos se entrecerraban al recibirlo, me giró dejando que yo impusiera mi ritmo sobre él y me despaché a gusto, clavando las manos en su pecho, mirando sus ojos brillantes, imponentes.
Se corrió en mi boca, empujando con fuerza, hasta largar toda su carga y lo recibí con gusto, lamiendo y chupeteando su miembro. Viendo la expresión de su rostro. Quedamos en aquella cama, uno al lado del otro. Dos completos desconocidos que habían compartido la mayor intimidad. Me sentí satisfecha, contenta. De pronto, se levantó y comenzó a recoger sus ropas para vestirse. - ¿Ya te vas? Inquirí, con cierto desespero. - Sólo tengo para un completo, nena. No entendí lo que quiso decir, aun así no quería que se marchara. - Quédate, por favor. Rogué y detuvo sus acciones, para acariciar mi mejilla con ternura. Me besó y su caricia se transformó en tenaza en mi cuello y apretó con fuerza, sin cerrar el puño, se dibujó en su rostro un gesto perverso, malicioso y entendí que el juego subía de nivel, sin saber muy bien por qué derroteros llevaría. Me llevó a la cama y tomó el cinturón de su pantalón y temí, aun así no hice nada, me dejé llevar, ató con el cinturón mis manos a la cabecera y dejó caer una sonora palmada en mis nalga derecha, me estremecí. El cambio repentino de su carácter si bien me hizo temer, también me hizo desear conocer qué pasaría ahora. Jamás había sido tomada así, jamás había consentido tal cosa. Ahora estaba allí, de rodillas, las manos atada, a expensas de los deseos de un hombre de quién lo único que sabía era su nombre. Aún así, no deseaba impedirlo. Ató con el cinturón de mi gabardina mi tobillo derecho, de manera tal que debía permanecer en esa posición, aunque tenía una escasa movilidad.
Vino desde atrás hacia mí, puso la mano en mi cuello, habló profundamente a mi oído. "Sabrás lo que es bueno" y sin dilación apuntó su polla hacia mi ano y me penetró. Un dolor desgarrador se propagó por mis entrañas, grité -creo- sentía que me rompía por dentro, a cada envestida, aquella mezcla de dolor y placer se hacía más intensa. No deseaba que parara, porque al empujar, cada vez más, dejaba de sentir dolor para sentir un placer tan intenso que necesitaba prolongar el disfrute.
Me apretaba los pechos, dejaba caer palmadas en mis nalgas, se afincaba en mis caderas con su manos como garras, tiraba de mi cabello arqueando mi espalda. Me usaba sin más, ajeno a mi placer, que era el suyo, completamente egoísta. Me sentí por primera vez en la noche su puta. Se corrió dentro de mí y se desplomó a mi lado, mientras yo seguía atada. Su mirada no había cambiado un ápice desde que le pedí quedarse.
Aprovechó su posición para jugar con mis senos, lamerlos, estrujarlos a gusto, meter sus dedos por mi raja y masturbarme, a la par que dejaba una y otra vez palmadas en mis carnes. Yo estaba caliente, el miedo había desaparecido, mi cuerpo era el instrumento de un virtuoso, con gustos extraños, que hacía escapar de mí notas por momentos estridentes, agitadas, ruines. Me corrí para él un par de veces, a su orden, según su deseo.
Cuando me desató estaba agotada, sudorosa, satisfecha. Entonces se vistió, sin más, vino hacia mí ya vestido, retiró el cinturón y dejó caer un último azote con el cuero firme sobre mis nalgas. Se marchó. Dejándome el tobillo atado, aun de rodillas sobre la cama. Al darme cuenta que se había ido, decidí desatar mi tobillo, recogí mi ropa y me dispuse para irme.
Al hacerlo noté que no estaban mis bragas.
Me vestí con lo que tenía, me marché, tratando de no tropezar con nadie, de no llamar la atención. Tomé un taxi hasta mi casa, entré y fui directo al bar, necesitaba algo fuerte. Luego subí las escaleras y me dirigí a mi habitación. La cama estaba sola, nadie había dormido en ella. Me habría gustado saber, dónde estaba mi marido. Aunque me alegraba no haberlo encontrado a mi regreso. Fui a la ducha, la imagen de mi cuerpo desnudo me recordó las escenas de aquella habitación de hotel. El contacto del agua me ayudó a relajarme. Sentía una mezcla de sensaciones tan diversas. Por un lado, me sentía satisfecha, deseaba tanto tener sexo, ser deseada, poseída, disfrutada. Por otro lado, había sido tomada de manera tan intensa, tan brutal, que sólo recordarlo me erizaba la piel y deseaba tocarme, evocar las caricias, las palmadas, los truenos y relámpagos que aquel hombre dejó caer sobre mi cuerpo. Me metí a la cama, envuelta en la toalla y me quedé dormida. Me despertó el olor a café en la mañana, la voz de mi marido en la cocina y las ganas de volver a sentir a Óscar.
Con desgano, salí de la cama, me puse una bata y bajé al encuentro de mi marido. Me senté a desayunar, mientras él no perdía de vista su diario. Respondió lacónicamente buenos días y me dijo: - Esta noche tenemos invitados. Será una cena importante, ya le he dado instrucciones a Teresa y he encargado el menú al restauran. Sólo te queda estar preciosa. - Perfecto Daniel, así estaré. Respondí sin el menor entusiasmo. Terminó su café, cerró el diario, vino hacia mí, me besó la frente y se marchó. Luego de su partida, terminé mi desayuno y me fui al salón, de allí a la boutique habitual para comprar algo digno de la ocasión, sabía que para Daniel debía estar regia. Era su muñeca y tenía que vestir lo mejor, aparentar era el juego que jugaba mejor. Escogí un hermoso vestido ceñido hasta la cintura, con una falda cortada al bies con mucho vuelo. Ya en casa, descansé un rato, dispuse la decoración del salón y el comedor. Dispuse las bebidas, supervisé todo una última vez, antes de irme a vestir. Me maquillé a la perfección y me perfumé. Como si estas tareas estuvieran programadas en mi cerebro. Me entretuve un rato mirándome al espejo. Disfrutando de la vista y por un momento pensé en las manos de Óscar, recorriendo mi cuerpo. Alejé ese pensamiento de mi mente y descendí las escaleras.
La llamada de Daniel me indicó que ya estaba cerca. Me apresté a interpretar mi rol de perfecta esposa del ejecutivo rico. Escuché las llaves en la puerta, me acerqué al hall de entrada y le vi. El hombre que entraba con mi marido, era ni más ni menos que Óscar. Intenté disimular el sobresalto que me produjo, besé a mi marido torpemente y le extendí la mano a Óscar, quien no parecía sorprendido de verme.
Pasamos al salón a tomar los aperitivos, realmente lo necesitaba. Tomé vino, lamentando no poder beber algo más fuerte. Sonreí acertadamente a la conversación de mi marido, mientras en mi mente trataba de entender qué pintaba Óscar en aquella escena. Mi marido se mostraba muy contento e interesado en hacerle la estadía lo más placentera posible. - Aun tengo un par de días libres, antes de asumir funciones. Me encantaría poder conocer la ciudad, dijo Óscar, con fingida inocencia. - Aproveche, amigo, esta es una bella ciudad. Mi esposa, podría servirle de guía. Conoce los mejores sitios y se aburre sola. "Imbécil", pensé. Cómo no se da cuenta que el tal Óscar no le interesa conocer la ciudad, si no estar a solas con su mujer, bueno eso era un decir. Creo que igual le hubiera dado, con tal de lograr lo que sea que estuviera buscando. Me resultó sórdido y divertido. Lo que me resultaba chocante era la frialdad de Óscar. Me miraba a la cara, sonreía cortés, pero no hacía ni el más mínimo gesto que indicara que se acordaba de mí. La cena fue un poco más de lo mismo. Todo estuvo perfecto, me enteré que Óscar era casado y que quizás en una semana o dos su esposa se trasladaría a la ciudad. Al parecer estaba en trámites de comprar una de las empresas asociadas a la de Daniel. Ahora entendía la necesidad de éste de lograr causar una excelente impresión. - Óscar lo invito a mi despacho. Mi vida, puedes conducirlo, voy al servicio. - Por supuesto, cielo. ¿Me acompaña? Pregunté en tono amable a Óscar, indicando el camino. Caminó a mi lado por el pasillo que conducía al despacho, abrí la puerta y su mano fue al encuentro de la mía. La apresó y me hizo entrar, cerrando tras de mí. Con una mano recorrió mi cuerpo, apoyándome contra la puerta y con su lengua desafió mi boca sin dar margen a ninguna queja, ni reclamo. - ¿Pensabas que me olvidaría de ti, Cecilia? Al pronunciar estas palabras, vi en su mirada aquella mezcla de ángel y demonio que había saboreado la noche anterior. Yo no entendía nada. Consciente de que mi marido no tardaría, intenté separarme de Óscar. Su cuerpo me aprisionaba contra la puerta. - Déjame salir, por favor. Le urgí. Volvió a besarme. La sensación de ser deseada y poder ser atrapada en aquella situación más que adrenalina infundía un temor en mí. Óscar lo tenía claro. En cierta forma me tenía en sus manos, sólo bastaba apretar. - Mañana vendré por ti a eso de las nueve. Iremos a desayunar, luego ya veremos. Soltó las últimas palabras dando un paso hacia atrás, casi al tiempo que entraba mi marido. - Daniel, le decía a tu esposa que mañana podríamos ir a desayunar juntos y aprovechar el día conociendo la ciudad. Si voy a invertir tanto en ella, quizás sea mejor que la conozca. - Claro, ella encantada, siempre se queja de no tener con quién salir. A mí el trabajo me absorbe. Entonces perfecto, por mi parte. Cecilia, ¿esto le conviene? - Faltaba más, Óscar, venga por mí. Estaré lista. - Será todo un placer tener un completo. Sonrió. ... Epilogo
Subí corriendo las escaleras, mil dudas asaltaron mi cabeza. Necesitaba un cigarrillo, pensar, aire. La idea de salir con Óscar era un sin sentido, pero lo deseaba, tenía muchas cosas que preguntarle. A mi vida aburrida, había llegado el condimento preciso... Algo me decía que nada de esto tenía sentido, si no había un propósito y sospechaba que "Dios jugaba a los dados" y yo era una pieza en un acertijo no resuelto. Aun así todo me parecía supremamente excitante. Mañana podía ser un gran día. Y yo estaba lista a vivirlo.
Descendí las escaleras para despedirme y al hacerlo, Óscar extendió una pequeña caja hacia mí. - Un presente para tan grata anfitriona, espero sea de su agrado. Agradecí el detalle y nos despedimos con un hasta mañana que prometía mucho. Subí a mi habitación y abrí la caja, dentro de ella mis bragas y una pequeña nota. "Deseo poseer a la dueña de estas bragas y aspiro obtener mejor prenda que la primera vez." __________________
Por: Sukubis | |
| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Oct 11, 2011 9:14 am | |
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| | | Rhhevoltaire V.I.P.
Mensajes : 11326 Localización : NePtuNo
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Vie Oct 21, 2011 4:24 am | |
| bUFFFFF Me ponen jejeje... | |
| | | Sukubis Veterano/a
Mensajes : 986 Edad : 56
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Miér Dic 07, 2011 5:51 am | |
| Quiero que me folles, y a ver qué pasa...
Ya sé que esto no encaja en mi conducta habitual, que te sorprenderá que te lo pida de forma tan explícita porque nunca te he dado muestras de ello, que quizás te resulte más complicado que excitante pensar en la situación. Es posible incluso que te esté pidiendo algo que no te apetece hacer…, que te ponga en un compromiso, pero quiero que sepas que me gustaría que, de vez en cuando, te dejaras de insinuaciones decorosas, de caricias superfluas, de preparativos innecesarios y me follaras sin más. Sin preguntar. Sin tratar de averiguar si me apetece sexo ese día. Sin intentar convencerme. Yo quisiera que algún día me utilizaras pensando sólo en ti, en tu propio placer, y a ver qué pasa…
Se me ocurren mil oportunidades relegadas por la rutina, pisoteadas por el minutero del reloj, aplastadas entre los muebles. No tienes que buscar una situación especial, ni un día preciso, ni siquiera un lugar distinto de los que ocupamos diariamente. Me basta con que obedezcas a tu excitación.
Déjate llevar por las prisas, descarga en mí tu urgencia carente de formalismos, abórdame por sorpresa y sin besarme siquiera embísteme de frente o por la espalda, dormida o despierta… despójame de lo justo para poder acceder a mis orificios, y aborda mi cuerpo y mi mente para desarmar mi coherencia, mi sensatez, mi raciocinio… No esperes a que mi sexo responda con humedad, ni mi boca con gemidos. Quiero experimentar la invasión de tus ganas, tu fuerza y tu superioridad. Tu egoísmo. Sentir cómo me utilizas a tu antojo. Cómo me manejas, me usas, me disfrutas. Sin explicaciones, sin tiempo para preguntas, sin derecho a respuestas. Que todo el diálogo se reduzca al monólogo de tus manos y tus bramidos. Quiero que hagas de mí tu juguete, tu capricho, la caja de tus deseos, el recipiente de tus fluidos. Y a ver qué pasa…
Tampoco es fácil para mí imaginar la situación, por eso quiero vivirla. Me gustaría sentirme débil, cazada por tus garras, inmovilizada por tu codicia voraz, violenta, depravada. No tener opción de sugerir, ni reprender, ni reclamar… Sentirme marioneta de tu voluntad, manipulada por tus deseos más primitivos y tus impulsos más espontáneos.
Me da igual que sean las 3 de la madrugada o las 3 de la tarde, tampoco me importa que sea sábado o martes, ni la postura que elijas, ni la ropa que lleve puesta, ni lo que tenga que dejar a medias, ni lo que tenga que hacer después, ni que se enfríe la cena o el desayuno, ni que… Nada. No me importa nada. Quiero que tú me folles sin más, y a ver qué pasa…
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| | | tay V.I.P.
Mensajes : 5719 Edad : 58 Localización : Museo del Jamón
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Miér Dic 07, 2011 9:38 am | |
| Original y potente donde los haya, Sukubis. te felicito. | |
| | | Sukubis Veterano/a
Mensajes : 986 Edad : 56
| Tema: Re: Relatos eróticos creados por nuestros foreros Mar Dic 27, 2011 8:28 am | |
| Pago por ver.
- Pago por ver. Dijo él como si se tratara de una partida de poker. Ella lo observó un poco desconcertada, sin saber qué responder. La verdad era que no sabía a qué se refería. - Me presento, soy Agustín y quiero que seas mi modelo. - ¿Piensa tomarme fotos? ¿Es eso? Preguntó ella con tono de incredulidad. No eran fotos lo que él quería precisamente, Agustín era un brillante ilustrador, muy bien cotizado en el mercado y no había podido quitarse de la mente el rostro de aquella chica desde que la vio. Sucedió una semana antes, cuando acudió a Starbucks, se quedó impactado por el rostro de la cajera. Ella le sonrió, tomó su pedido y él pagó, sin más, pero desde una esquina del café se sentó estratégicamente para seguir observándola. Por suerte llevaba un block y lápices Cartuche B, B2 y HB. La idea de contratarla como modelo llegó de improviso. Esa misma tarde. Su editor le sugirió preparar una publicación, el libro que había ilustrado con sus trabajos publicitarios había tenido excelente respuesta por lo que sería el momento oportuno para comenzar a trabajar en otro libro. Agustín decidió ir en busca de la chica, cuyo rostro no se sacaba de la mente y proponerle posar para él.
Al ir al café a buscarla, no la consiguió, esperó el cambio de cuarto de trabajo, pero ella no se presentó, así que decidió preguntar a una de las otras dependientas. Esta un poco desconfiada le dijo que Susana estaba en ese momento en el colegio, y que no le tocaba trabajar. Un retraso en sus planes, aunque tenía claro que necesitaba a Susana como su musa para el próximo libro.
Volvió a su estudio y empezó a trabajar. Comenzó a dibujar dejando ir su imaginación a su bola. Al principio trazos inconexos, escenarios cavernosos, su mente descartaba con rapidez, y su trazo se hacía más preciso y concreto, hasta dibujar una enorme bestia con cuernos y fauces de jabalí, la piel plagada de verrugas que daban aspecto descompuesto y una mirada feroz y agresiva, como de un ser ávido de comida, dispuesto a todo en su casería. De seguro representaba su propia avidez. Tenía que conseguir a Susana. Volvió al café y con mejor suerte esta vez coincidió con ella. Sabía que para una joven estudiante la oportunidad de ganar dinero era siempre apreciada, más si prometía dejar suficiente tiempo libre. Un par de sesiones, él haría las fotos y la llamaría quizás para algún detalle. Ella lo miró desconfiada, como evaluando la veracidad de su propuesta. Aun no había hablado de tiempo ni de dinero, sabía que de aceptar estaría un poco a riesgo con ese hombre. - ¿Modelo para qué tipo de anuncios? - No es para anuncios, sino para libros ilustrados. - Ilustraciones, pensé que todo salía de la mente y lo dibujaban. ¿Para qué necesitas modelos? - En el tipo de ilustraciones que hago son necesarios, son dibujos realistas y por ello necesito modelos. Ella dudo de nuevo, aunque ser dibujada no sería como salir en la portada de una revista de seguro era bien pagado y le ayudaría con sus gastos. - ¿Y qué tengo que hacer? - Me gustaría fotografiarte, cuerpo entero, algunas tomas de tu rostro, hablamos e unas veinte horas de trabajo.
- ¿Tú serás el fotógrafo? - Yo mismo. No habrá más nadie. De inmediato advirtió que tal información podría hacer que ella se negara. Así que agregó: - Ven a mi estudio mañana, si quieres ven acompañada y así conoces mi trabajo y decides si deseas ayudarme. Me encantaría que fueras mi modelo. - Bien, eso haremos. Agustín le entregó una carta y fijaron hora para las nueve de la mañana. Se retiró y él hizo lo propio, contento aunque no del todo satisfecho. Era la primera vez que él mismo contrataba una modelo. Sabía que su agente o su secretaria habrían cerrado el trato con más facilidad. Volvió directo a su departamento, confiado en dormir para levantarse temprano. Sin embargo, no estaba cansado y luego de cenar y ver un poco de televisión, decidió dibujar un rato, el rato se convirtió en horas y cuando se fue a la cama ya eran las dos de la madrugada. Para colmo su sueño no fue tranquilo, en su pesadilla veía un gran monstruo con cara espantosa y dientes de jabalí que cazaba y devoraba sus presas, veía el terror de las presas y despertaba, para luego volver a tener la misma pesadilla. En esta la presa trataba de burlar al monstruo y se escondía, mientras el cazador esperaba y acechaba. Los sudores perlaban su cuerpo y su corazón latía agitado. De nuevo había tenido una pesadilla. A las seis decidió que ya era suficiente y se dedicó a dibujar otro rato y luego se durmió sobre el sofá hasta salir corriendo a las ocho y media. El estudio no quedaba lejos, llegaría a tiempo. Había establecido su estudio en un callejón tranquilo, se accedía por un pasillo breve que desembocaba a una plazoleta de unos cinco metros de diámetro adornada con algunos árboles y un par de banquetas. Un sitio hermoso y escondido de miradas indiscretas, siempre pensó que era el sitio ideal para citas de enamorados. Al lado de la plazoleta, bajando un par de escalones, la puerta de una cabina, una pequeña casa de una sola planta, daba entrada a su estudio. Anteriormente esa casa pertenecía al conserje de los edificios que servían de fortaleza a la plazoleta y la casa, pero luego, al sustituir el conserje por un servicio de limpieza, la cabina fue vendida y Agustín decidió que sería el sitio ideal para su estudio. Al desembocar, ese día del pequeño corredor, se encontró a Susana sentada en una de las banquetas. Vestía un pantalón ceñido y una enorme sudadera. Llevaba el cabello suelto, que le caía en lisas capas sobre los hombros. Se saludaron y ella lo siguió observando sus pronunciadas ojeras. Se imaginó que había estado de juerga y sonrió. - Ten cuidado con los escalones. Le anunció. - Bienvenida a mi estudio, dijo casi en tono de disculpa. Allí puedes ojear mi trabajo, yo voy a poner un café. ¿te apetece? Yo necesito uno urgente. - Si, un café estará bien. Respondió mientras ojeaba asombrada la calidad del trabajo de Agustín. Había entre sus trabajos ilustraciones de guerreros, vampiros, demonios, héroes, y escenarios que representaban la tierra después de una guerra nuclear y espacios de otros planetas. Los cuerpos de las figuras humanas, si bien estaban recubiertas de adornos y tatuajes, eran bien definidos, casi como fotografías de las personas, entonces entendió su necesidad de modelos. - ¿Por qué deseas que sea tu modelo? Le soltó cuando él se acercó con dos tazas de café. - “A quien le dan que no llore” Le respondió echando a reír. Si te soy sincero desde que te vi en la cafetería tuve en mente dibujarte, ¿quieres ver mis primeros borradores?. Y estiró el brazo para tomar el block de dibujo. Al verse, Susana se sintió halagada, un asomo de rubor tiñó sus mejillas. - Sólo sólo borradores, hechos de prisa… - No me esperaba esto, eres muy bueno. Bien, me has convencido, ¿cuándo empezamos? - Tan pronto me despierte, sonrió Agustín. Trabajaron toda la mañana y parte de la tarde, al medio día hicieron una pausa y Agustín encargó comida para los dos. Aun no habían fijado el precio para las horas de trabajo, pero Agustín confiaba que de eso se encargaría su manager. Como a las seis de la tarde, visiblemente cansados se despidieron, para ella había resultado divertido, Agustín era un hombre sencillo y de trato familiar y habían logrado una buena química. Ella posó con la misma ropa que llevaba, habituándose con facilidad a la cámara. – Por hoy está bien, le dijo agustín, debes estar cansada. Pondré las imágenes en mi ordenador. Te las mostraré mañana si quieres. – Claro, ¿mañana a las nueve? – Eres despiadada. Suspiró. Mañana a las nueve. Esa noche, luego de tomar una ducha y cenar ligero, estuvo viendo las fotos e imprimió algunas para llevarlas a su mini estudio. Allí el monstruo con boca de jabalí lo esperaba, decidió trabajar en él, le dio una apariencia más humana, caminando en dos patas, con manos de brazos rotundos y musculosos. Una especie de feroz demonio apareció ante sus ojos, lo dibujó de frente y de perfil, dejando su vientre salir de manera prominente. Lo representó sentado en un trono y se obligó a ir a dormir antes de la medianoche. Durmió mejor, pero en sueños de nuevo la imagen del demonio con boca de jabalí vino a sus sueños, ahora iba al acecho de Susana, la observaba y la perseguía por las cavernas. Ella no parecía asustada, él durmió. A las nueve, ella estaba allí, en sus manos llevaba una bandeja con dos cafés y una bolsita. Él le sonrió. Ya en el estudio le dijo que ese día deseaba hacer unas fotografías un poco más atrevidas, pero que se detendrían si ella se llegaba a sentir incomoda. En un probador le indicó que encontraría qué ponerse y que para empezar la dejaba escoger lo que quisiera utilizar. Había poca cosa, nada vistoso, así que escogió un vestido liso de malla. Él la fotografío y luego le pidió que fingiera quitarse el vestido, como si hiciera un striptease. A ella le resultó gracioso, pero superando la vergüenza que le daba, y controlando la risa se dedicó a fingir el striptease. Susana, podrías ponerte un bikini de los que están en el probador y un par de esos calentadores, él arregló las luces y encendió la calefacción. Lo dijo sin voltear a verla, ella se sorprendió obedeciendo. En bikini repitió el striptease, cada vez con más soltura y desenfado. Agustín tomó toda la serie de fotos. Al medio día, la invitó a comer en un restauran vegetariano cercano y durante el almuerzo le pidió su dirección y nombre completo para poder hacerle llegar el cheque de pago. - Al final se me ha hecho súper corto este tiempo. Le confesó Susana. - No te apures, de seguro te llamaré luego para afinar detalles o para un nuevo proyecto, has sido fenomenal. Volvieron al estudio y Agustín y Susana trabajaron un par de horas más y luego se despidieron. Ella se vistió y recogió sus cosas con un dejo de melancolía. Le habría apetecido seguir viendo a Agustín. Aunque hasta ahora él mantenía siempre una distancia. Terminó de recoger sus cosas, le dejó su número de teléfono, nombre y dirección a Agustín anotadas y se dirigió a la salida, había subido un par de escalones, hacia la plaza, cuando él la alcanzó. - Gracias, Susana. - Hasta luego Agustín, nos seguiremos viendo, se apresuró a decir ella. Cuando vengas por tu café. Su risa se iluminó con los últimos rayos de luz del día y él deseó haber tenido su cámara para fotografiar su rostro. Agustín se puso a trabajar de inmediato, tenía clara la escena del streptease, la chica llegaba y con timidez iba mostrando más y más piel, ante las miradas, la mirada. Se dedicó a trabajar con detalle los trazos de sus piernas, su vientre, imaginó sus pechos chicos con pezones en punta, el cabello amenazando con cubrir la visión, su rostro pasando de tímido a atrevido en una mirada y rematando con una caída de ojos que derretía a cualquiera. Cualquiera, pensó. De nuevo en su casa frente a la imagen del demonio barrigón con dientes de jabalí, le presentó a su presa, los bocetos de Susana estaban por primera vez al lado de los de aquel demonio, como si los hubiera pedido en sueños. Esa noche pudo dormir tranquilo, cansado, pero satisfecho. Por la mañana llamó a su agente y le dio los datos de Susana y este a su vez lo riño por haber contratado sin un papel firmado y sin haber fijado con claridad un precio. Trataría de arreglar todo para evitar problemas. Agustín río divertido, como quien hace una travesura. A sabiendas de que no habría problemas. Susana se sorprendió al recibir el cheque. Era mucho más de lo que había imaginado. Quiso llamar a Agustín para agradecerle, pero se dio cuenta que no conocía su número de teléfono. No pasaba nada, pensó, luego lo visitaría y le agradecería en persona. Agustín trabajó sin descanso, desde la noche que había tenido aquel sueño, no había podido dejar de hacerlo sino lo necesario. Un par de meses después se sintió satisfecho al tener en frente el boceto final de la escena de aquel sueño. En el sueño una hermosa joven era entregada a un horrible demonio. Ella debía calmar los deseos del demonio, seduciéndolo y entregándose a él. Tímidamente aceptaba su suerte, se presentaba ante él e iba descubriendo su cuerpo, grácil, hermoso, sus piernas bien torneadas y su breve talle, su trasero redondo aparecía ante la vista del exigente demonio, mientras ella se deshacía del top dejando a la vista sus senos chicos y firmes y se acercaba decidida hacia el demonio, este con dos dedos de su enorme mano la tomaba por la cintura y la subía a su regazo dónde ella se inclinaba para besar su boca, esa fea boca de jabalí, de la cual salía una enorme lengua lasciva y libidinosa. Con la lengua afuera el demonio lamía los senos de la chica y ella era presa de la excitación. Era como una muñeca en manos de aquel gigante demonio y de pie sobre sus piernas le ofrecía sus nalgas y él lamía sus largas piernas y sus nalgas con esa lengua larga y babeante. Mientras ella visiblemente extasiada se dejaba hacer poco a poco. Luego se inclinaba para tomar con dos manos el enorme ariete del demonio, masturbando y acariciando la verga con parsimonia, mientras el demonio ponía gesto vicioso y ella se iba sintiendo poderosa. Bajó su delicada boca para besar el firme ariete y su pequeña lengua no se daba abasto para lamer y chupetear el desproporcionado glande. Con esfuerzos se sentó a horcajadas sobre el demonio, dándole la espalda, para penetrarse sola y subir y bajar las caderas, dejando que su sexo la atravesara a placer. El cadencioso movimiento se adivinaba en las caras excitadas y viciosas de ambos. El demonio emitía un grito sordo en aquellas ilustraciones, anunciando el gran final y ella se apresuraba a aproximar su boca para recibir la leche del demonio con boca de jabalí. Entre sus piernas con la boca abierta, el demonio se corrió derramándose sobre ella, regando generosamente sus senos, de pezones duros y su vientre hasta sus piernas. Misión Cumplida. Viviría otro día y tenía derecho a irse por su propio pie. Indemne pero habiendo perdido toda pizca de inocencia. Dando paso a una mirada llena de lujuria y vicio. Agustín estaba satisfecho. Aunque dudaba si el resultado seria del agrado de Susana.
Cayó en cuenta que en dos meses apenas había salido del estudio, decidió ir al café y probar suerte. En efecto sus miradas se cruzaron cuando él entró y ella tomó la caja para atenderlo y luego le preparó el café. - ¿Puedes tomar una pausa?. Preguntó él con cierta timidez. - Le pediré a alguien que me sustituya, ya pronto terminaré mi turno. - Entonces mejor te espero. Ella se sintió halagada. Habló con una compañera para salir cuanto antes. Él la esperaba sentado en la mesa. Ella llegó lista para salir y se sentó a su lado. Hablaron, ella agradeció el monto del cheque, él aceptó las gracias, sin saber exactamente por qué. Suponía que le habían pagado igual que a las otras modelos. Se sintió extrañamente alegre y relajado al estar a su lado, se dirigieron al estudio y le anunció que esperaba que le gustaran los dibujos, aunque estaba a la expectativa. Ella estaba ansiosa de verse, no sabía exactamente qué esperar. Las primeras imágenes asaltaron su vista, era ella, desnudándose poco a poco, de manera sensual, despacio, dejando adivinar el misterio más que mostrarlo. Luego la imagen del demonio, la entrega, el erotismo de las escenas. La grotesca figura del demonio y la fragilidad de la chica –ella- que se entregaba… -¿en sacrificio?- La escena estaba cargada de sensualidad y aunque le resultaba repulsivo el demonio, le excitaba en el fondo, aquellas imágenes demostraban que Agustín había pasado un buen tiempo a pensar como sería ella teniendo sexo. Y aquella certeza, la excitaba. - ¿Y bien? ¿Qué te parece? Se atrevió a preguntar Agustín. - Son fantásticos, Agustín. ¿Así me ves? Quiero decir, tan sexy te parezco o es sólo deformación profesional. Dijo tratando de reír con naturalidad. - Eres muy sexy Susana. Joven y sexy, se forzó a acotar. Lamentando la brecha de años que les separaban. - Tengo 20 años. No soy tan joven. - Si claro, poco más y serías una niña. Río con fuerza, haciéndola sentir incómoda. Yo tengo 36 agregó y te digo que eres joven y sexy. Este cabroncete, por el contrario no me dejó dormir hasta que no lo dibujé, feo y horroroso como es. Dijo señalando el demonio. - No pude parar, es como si me obsesionara con estos personajes. - ¿Yo si te dejé dormir? Coqueteó ella. - Hasta sentí celos del demonio. Ambos rieron. Atardecía y él la acompañó a su calle. Luego se fue a su casa y comenzó a organizar el material para los dibujos definitivos. Pensó en Susana todo el tiempo. Susana no podía olvidar las escenas que había visto, era aterrador y excitante, a la vez y ella se imaginaba siendo gozada por aquel horrible ser, pero a la vez recordaba la expresión del placer de su rostro y un hormigueo se iniciaba en su sexo y recorría su bajo vientre. Al llegar a casa decidió tomar un baño caliente y mientras se enjabonaba el deseo se iba intensificando. Se masturbó, intentó alejar se su mente la escena dibujada por Agustín, pero no pudo, ni quiso dejar de pensar que era ella entregada al demonio con fauces de jabalí, que la poseía primero con su lengua y luego más profundo con su enorme ariete, haciéndola gozar una y otra vez hasta caer derretida a su pies, transformada para siempre. Salió del baño envuelta en la toalla y se fue a la cama. Sentía su cuerpo caliente y excitado. Apuntó el espejo hacia la cama y se tocó mientras se miraba. Cada vez que podía veía su reflejo, su rostro mostrando todas sus emociones, sus pezones, por momentos duros como piedras, su sexo rosado y brillante. Los músculos de sus piernas pasaban de tensos a relajados, según los movimientos de su pelvis y su boca se abría tragando el aire. Presa de sus propias manos logró tener un orgasmo intenso, sintiendo cómo todo su cuerpo se tensaba para luego deshacerse en temblores sobre la cama arrugada. Ya en calma deseó con todas sus fuerzas a Agustín.
“Eres sexy Susana”. “Muy sexy y muy joven”, muy joven… esas palabras resonaron en su mente y al llegar a las dos últimas las repitió un tanto decepcionada. No era una niña, no podía ser que la viera como a una chiquilla, se rebeló contra esa idea. Deseaba ser esa mujer que él había dibujado, seducirlo. Se puso en pie y decidió ir a su estudio, convencida de que lo encontraría trabajando. No lo encontró dentro del atelier, que permanecía cerrado. Se plantó debajo del árbol y esperó. Veinte minutos más tarde Agustín llegaba acompañado de dos personas, una mujer y un hombre. Agustín se sorprendió al verla, pero la sonrisa le hizo ver que no le molestaba su presencia. - Ester, Jaime, les presento a mi musa. Susana e hizo una reverencia, que le produjo risa. - Mucho gusto, Susana. –Dijo Jaime esbozando una sonrisa sin dientes. - Un placer, dijo Ester, mirando a Susana de arriba abajo. Todos entraron al atelier, Susana se retrasó un poco para saludar a Agustín con un beso en la mejilla y decirle al oído que si era inoportuna se retiraba o volvía más tarde. Pero que quería hablar con él.
- No Su, quédate, hoy les voy a mostrar nuestro trabajo a Jaime y Ester –la inversión de nombres no pasó desapercibida por Susana- y qué mejor que tú estés aquí. - Joder, nos tienes en ascuas, podemos ver ya lo que has dibujado. Urgió Jaime. - La idea que tuve fue un enorme demonio habitante de las cavernas cuya furia es calmada entregando a jóvenes doncellas. - Mmmm, pues déjanos ya verlo, hombre. En el primer cuadro, les mostró las imágenes del feo demonio con trompa de jabalí. - Caray, la verdad es que es feo. Luego les mostró la bella y grácil doncella. A las respectivas presentaciones siguieron las escenas de la presentación de la doncella al demoniaco ser, luego la entrega de la chica, haciendo un streptease sensual y a la vez inocente, casi ingenuo.
http://i.pinger.pl/pgr144/db39a42f0028165f4921d4d3/214916luis_royo_-_striptease.jpg
Luego les mostró la bella y grácil doncella. A las respectivas presentaciones siguieron las escenas de la presentación de la doncella al demoniaco ser, luego la entrega de la chica, haciendo un striptease sensual y a la vez inocente, casi ingenuo. Luego la furia lujuriosa desatada en las escenas sobre el demonio, hasta el climax de ambos y la despedida transformada de la chica. Al escuchar la historia contada por Agustín, Susana sintió una súbita excitación, recordó cómo la noche anterior se había masturbado pensando en esa escena, en él y sus deseos de seducirlo, se sonrojó temiendo que alguien pudiera leer sus pensamientos.
- Agustín, demás está decir que te has botado, ya tienes la primera historia del libro Underground. Y según creo tienes también inspiración suficiente para continuar, dijo, mirando con intención a Susana. - Eso, si Susana decide seguir siendo mi modelo. Respondió, Agustín. Susana los miró sorprendida, y antes de pensarlo dos veces selló con una enorme sonrisa el trato. No sólo podría trabajar con Agustín, sino que ganaría muy buen dinero. - Ester preparará los documentos y se los enviará a tu agente. - Yo no tengo agente, dijo Susana. Puede enviarlos a mi casa. - Perfecto, así lo haremos. Bueno chicos, ya que tienen trabajo, nosotros nos retiramos. Hasta pronto Agustín, Susana ha sido un placer conocerte. Ester se despidió de ambos con dos besos y los dejaron a solas. - ¿De verdad seré tu modelo? - Eres mi modelo, ¿aun no te lo crees? - Esto tenemos que celebrarlo, dijo ella abrazando a Agustín. El contacto con su cuerpo le recordó que lo deseaba. Lo retuvo contra si un poco más de lo necesario y él se sintió a gusto. - Te invito a cenar, le dijo Agustín. Yo mismo cocinaré. Pero tú traerás el vino. Le guiñó el ojo. - ¡Cocinarás para mí! –sin disimular la sorpresa- Vale, cariño, llevaré el vino. Le respondió, divertida por la inversión de roles. - ¿Esta noche a las siete, estará bien para ti? - No te haré esperar. Se despidió de él feliz, anticipando momentos gratos. Anticipar la velada se le hizo excitante, se dio una ducha, secó su cabello y se puso un vestidito corto color rojo que luego cambió por uno más largo color azul pálido. Dejó el cabello suelto y se perfumó discretamente. Cuidó cada detalle aun así estaba nerviosa. Se presentó puntual con la botella de vino que compró de camino al departamento de Agustín, él abrió la puerta y la recibió con un beso en cada mejilla, la invitó a la cocina para ayudarle a terminar la cena, aunque ya todo estaba listo. Era difícil definir su ánimo, no sabía ella si seducir o dejarse seducir, cosa fácil si él se decidiera. Cenaron disfrutando de la compañía mutua, él la consideraba fascinante, aunque no se atrevía a dar un paso. A veces se sentía torpe, era muy fácil imaginarla, pero pasar a la acción era otra cosa. La cena acababa, tomaron una copa de vino, mientras le mostraba la terraza y comentaban de algunos cuadros colgado en el muro. Ambos nerviosos y ansiosos de dar algún paso, pero demasiado nerviosos para hacer algo más. Lamentando su cobardía, Susana le comentó: - Bien, creo que será mejor que me retire. No es bueno que me quede hasta tarde siendo tú un chico soltero. Ambos rieron. Él se acercó para besarla, ella buscó su boca, y se dieron un beso breve, delicado, que precedió a otro, hasta que dejaron libres las manos y él al fin recorrió el cuerpo que había desnudado en trazos. Sus suaves y redondos senos, le se antojaron firmes entre sus manos, le apetecía desnudarla, descubrir su tacto. Sus bocas alternaban entre lametones y chupetes, cortos y largos a verdaderas danzas de lenguas complicadas. Ella atacó uno a uno sus botones y él dejó que fuera ella la primera en tocar la piel del oponente, luego él cobraría prenda. Él decidió que era su turno y deslizó sus manos por su talle y acarició sus nalgas subiendo el borde del vestido. Ella se retiró, impidiendo que él la desnudara. Él se quedó desconcertado un momento hasta entender las intenciones de Susana. - Sé que has esperado por esto. - Realmente no me sentía tan afortunado. - ¿No? Preguntó con falso pesar, al tiempo que dejaba caer uno de los tirantes, luego otro, la expectativa y el deseo aumentaban y Agustín hacía esfuerzos para no irse encima. Cuando ella dejó caer el vestido, él observó su cuerpo de arriba abajo, sus bragas de encajes y lacitos, su brasier juvenil y sensual, que servían de marco a esos glúteos redondos y respingones de veinteañera. Ella continuó, uno a uno los tirantes cayeron y luego ambas manos fueron a la espalda a liberar del brasier sus senos, que saltaron hermosos, macizos y provocadores. Deseaba lamerlos, chuparlos, llenarlos de saliva mientras los tocaba. Le dio la espalda y se fue inclinando hasta sacar las bragas y dejó finalmente su sexo ante la vista de Agustín, se acercó a él cada vez más segura e hizo realidad las imágenes que ambos tenían en mente. Se comieron centímetro a centímetro el uno al otro, hasta que por fin sus sexos se encontraron. La penetro con facilidad gracias a la excitación de ambos y con cadenciosos movimientos ella dio cuenta de su sexo hasta dejarlo satisfecho y quedar ella derretida entre sus piernas. Luego, la llevó a su habitación y pasaron la noche juntos. Al despertar a su lado, se escurrió entre las sábanas y buscó la cámara, un click la despertó, le sonrió y tirando de la sábana posó para él desnuda.
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