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 Relatos hermosos sobre animales...

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Pipo
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Pipo


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MensajeTema: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 11, 2011 12:08 pm

Este relato, no es mio, pero es uno de los que he leido en mi vida que mas me ha impresionado, por eso lo pongo hoy aquí...

CURZIO MALAPARTE (“LA PIEL”)


Jamás he querido tanto a una mujer, a una hermana, a un amigo, como a Febo. Era un perro como yo. Era un ser noble, el ser más noble que jamás he encontrado en la vida. Era de aquella raza de lebreles, raros hoy día...

Era un perro triste, de ojos graves. Todas las tardes pasábamos largas horas en el umbral ventoso de mis casa, contemplando el mar. (...)

Durante todo el tiempo que pasamos en Pisa, estábamos casi constantemente encerrados en casa, y sólo hacia mediodía salíamos a andar un paseo,,,Febo pasaba largas horas acostado a mis pies y de vez en cuando se levantaba, se acercaba a la puerta y se volvía a mirarme. Yo iba a abrirle la puerta y Febo se marchaba y volvía al cabo de una hora, de dos horas. Por la noche, levantaba la cabeza para oír la voz del río, la voz de la lluvia sobre el río. Y yo, acaso despertándome, sentía sobre mi su mirada tibia y suave, aquella presencia suya viva y afectuosa en la estancia oscura y aquella tristeza suya, aquel desierto presentimiento suyo de la muerte.

Un día salió y no volvió más. Lo esperé hasta la noche y por fin me decidí a buscarlo por las calles llamándolo por su nombre. Regresé a casa a altas horas de la noche y me arrojé sobre el lecho con el rostro hacia la puerta entornada. De vez en cuando me asomaba a la ventana y lo llamaba largo rato, gritando. Al alba corrí de nuevo por las calles desiertas, por entre las mudas fachadas de las casas que, bajo el cielo lívido, parecían de papel sucio.

Apenas se hizo de día corrí al depósito municipal de perros. Entré en una estancia gris, donde, encerrados en fétidas jaulas, gemían perros con el cuello segado todavía por la correa de los laceros. El guardián me dijo que quizás mi perro había acabado bajo las ruedas de un automóvil o había sido robado...

Toda la mañana anduve de canal en canal y finalmente, un esquilador me preguntó si había ido a la Clínica Veterinaria de la Universidad a la cual los ladrones de perros venden por poco dinero los animales domésticos para los experimentos clínicos. Corrí a la Universidad, pero era pasado ya mediodía y la Clínica estaba cerrada.

Volvía a casa; sentía en los ojos un algo frío, duro, resbaladizo; me parecía tener los ojos de cristal.

Por la tarde fui de nuevo a la Universidad y entré en la Clínica Veterinaria. El corazón me latía, no podía casi caminar, tal era mi debilidad y mi angustia. Pregunté por el médico de guardia y le di mi nombre.

El médico, un hombre joven y rubio, miope, me acogió cortésmente y me miró largamente antes de contestarme que haría todo lo posible por ayudarme.

Abrió una puerta y entramos en una gran habitación nítida, reluciente, con el pavimento cubierto de linóleo azul. A lo largo de las paredes estaban alineadas, una al lado de otra, como las camas de una clínica para la infancia, extrañas cunas de forma de violonchelo; en casa una de aquellas cunas estaba tendido sobre la espalda un perro con el vientre abierto, o el cráneo partido o el pecho en canal.

Tenues hilos de acero, enroscados en aquella especia de clavijas de madera como en los instrumentos de cuerda, mantenían abiertos los labios de alguna horrenda herida; se veía latir el corazón al descubierto, los pulmones, las ramificaciones de los bronquios como ramas de árboles hincharse, como la copa de un árbol al respiro del viento, el hígado rojo y brillante contraerse lentamente, leves estremecimientos correr sobre la pulpa blanca del cerebro como en un espejo empañado, las circunvalaciones de los intestinos desarrollarse lentamente como los anillos de una serpiente al salir del letargo. Y ni un gemido salía de la boca de los perros crucificados.

Al entrar, todos los perros volvieron la vista hacia nosotros con una expresión imploradora y al propio tiempo llenos de una atroz sospecha; seguían con la mirada nuestros ademanes; nos espiaban con los labios temblando. Inmóvil en medio de la sala, sentía mi sangre helada recorrer mis miembros. No podía cerrar los labios, no podía dar un paso. El médico apoyò su mano sobre mi brazo y me dijo: “!Valor!”

Esta palabra me quitó el hielo de los huesos, lentamente me moví, me incliné sobre la primera cuna. Y a medida que avanzaba de una cuna a otra la esperanza renacía en mí. De repente vi a Febo.

Estaba tumbado sobre el dorso, el vientre abierto, una sonda metida en el hígado. Me miraba fijamente y tenía los ojos llenos de lágrimas. Tenía en la mirada una maravillosa dulzura. Respiraba levemente, con la boca medio cerrada, presa de un temblor horrible. Me miraba fijamente y un dolor atroz socavaba mi pecho. Febo, dije en voz baja. Y Febo me miraba con una maravillosa dulzura en los ojos. Vi en él a Cristo, Cristo crucificado, vi a Cristo que me miraba con una inmensa dulzura maravillosa. Febo, dije en voz baja inclinándome sobre él, acariciándole la frente. Febo me besó la mano y no emitió un gemido.

El médico se acercó a mi, me tocó suavemente el brazo.
-no puedo interrumpir el experimento- dijo-, está prohibido. Pero por usted...le daré una inyección. No sufrirá.

Yo cogí la mano del médico entre las mías y con las lágrimas corriendo por mi rostro le dije:

-¡Júreme que no sufrirá...!
-Se dormirá para siempre. Quisiera que mi muerte fuese tan dulce como la suya- dijo el médico.

-Cerraré los ojos- dije yo- no quiero verlo morir, aprisa, aprisa.

-Un instante sólo- dijo el médico; y se alejó silenciosamente sobre el pavimento de linóleo.

Fue al fondo de la sala y abrió un armario.

Yo permanecía de pie delante de Febo, temblando horriblemente, el rostro bañado por las lágrimas. Febo me miraba fijamente y ni el más leve gemido salía de su boca; me miraba fijamente con una maravillosa dulzura en los ojos. También los demás perros, tendidos en sus cunas, me miraban fijo; todos tenían una maravillosa dulzura en los ojos y ni el más leve gemido brotaba de sus bocas.

De repente, un grito de horror escapó de mi pecho.

- ¿Por qué este silencio? –grité. ¿qué significa este silencio?

Era un silencio horrible. Un silencio inmenso, helado, muerto, un silencio de nieve.

El médico se acercó a mi con una jeringa en la mano.

-Antes de operarlos- dijo- les cortamos las cuerdas vocales.
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tay
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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 11, 2011 12:22 pm

Ufff... ¿hermoso? Madre mia Pipo... ¡¡es espeluznante!! , aunque, por desgracia, creíble.

Pero bueno, no es mal comienzo para un hilo que espero sea fructífero, en homenaje a nuestros pequeños hermanos. Gracias, pirata.

Colaboraré con un relato de mi autoría, presentado el pasado mes de Mayo en el concurso "Renacer" de relato breve, en el foro de nuestra querida Brujita. Espero que os guste, y perdonad los posibles errores de redacción.

Bo

Le gusté a Bo desde el primer momento. Fue fijar mis ojos en los suyos, y agitó la cola. Un buen comienzo, más tierno, imposible, de no ser porque Bo estaba tendido en el suelo, exhausto, dolorido y confuso. Acerqué mi mano a su quijada y me lamió, agradecido. Agradecido a mí por no haberle matado, por haber podido dar un súbito giro al volante antes de atropellarlo.

-¿Por qué has cruzado por aquí, por Dios? ¿No ves que es una curva? ¿No te das cuenta de que no tenía visibilidad para frenar? ¡Casi te mato!

Le dejé solo unos instantes para acceder al maletero del coche y extraer los triángulos de emergencia. Los vehículos que me siguieran debían ser avisados, avisados de que allí, herido quizá de muerte, estaba el que, desde entonces, sería mi más fiel amigo.
Al adelantarme a mi utilitario, pude ver un faro roto y el paragolpes dañado. En ese instante me importó, francamente, un pimiento. Pensé que también podía haber salido yo perjudicada en la maniobra; me importó otro pimiento.
Las lágrimas me dificultaban la labor. Bo esperaba, inmóvil y callado, como sabedor del protocolo obligatorio para accidentes de tráfico.
Por fortuna llevaba una botella de agua junto al asiento, caliente ya, pero agua. Me hice un bol improvisado con la tapa de un tarro de pomada que había introducido en mi maleta antes de salir del hotel, limpiándola previamente y de modo precario con un pañuelo de celulosa.
Me acerqué al perro, pudiéndole observar, por primera vez, en toda su belleza. Bo era un pastor alemán precioso, de manto negro, sucio por el abandono, pero que se adivinaba lustroso una vez pudiera asearle en condiciones.
Recordé que no se debía dar de beber a los heridos, pero quise olvidarlo de inmediato. Me agaché y procedí, asiéndole por la nuca, a suministrarle el agua, que, no sé si por saberse cercano a los últimos instantes de su vida, se bebió con fruición, moviendo la cola de nuevo, para mi tranquilidad. Apuro me da admitir que, verle luchar por la vida, simplemente bebiendo, me levantó una sonrisa.
De vez en cuando le retiraba el recipiente, no quería que se atragantara, pero Bo se impacientaba por beber, e intentaba incorporarse, mas el dolor se lo impedía.
Un vehículo todoterreno se detuvo tras de mi. De él bajó un hombre de mediana edad y cabello cano. Me preguntó qué había ocurrido. Giré el rostro hacia él, y quise hablarle, pero el llanto me lo impidió. Se acercó a mí, y me puso la mano sobre el hombro. Bo agitaba la cola pidiendo más agua.
El hombre intentó levantarle agarrándole bajo las costillas, pero el perro chilló, lo que acrecentó mi angustia más aún, si cabe.
-No se sofoque, joven. Si quiere, podemos llevarle a un refugio. Conozco uno cercano, y allí se ocuparán de aliviarle.
-¿Aliviarle? ¿Qué quiere decir? ¿Qué lo van a matar?
-A menos que quiera usted quedárselo, señora, lo más probable es que si.

Aterricé. Aquél hombre tenía razón. Seguramente Bo sufriría lesiones letales, y no estábamos siendo testigos más que de una prolongada agonía. Sentí culpa, mucha culpa. Debí haber sido más precavida tomando esa curva.
-Voy a abrir el portón de mi coche para meter al perro. ¿El suyo arranca?
-Sí, solamente tiene un golpe, pero podré conducirlo.
-Debe usted tranquilizarse, señorita. Cuando levante a este animal, le causaré dolor y chillará. Será sólo un momento, pero hay que hacerlo.
Asentí con la cabeza, y le pregunté si podía seguirle. Apretó levemente mi brazo, en un gesto de consuelo y afirmación que agradecí en un susurro.

Bo se comportó. Solamente se quejó en el instante de ser alzado, pero durante el recorrido hasta el todoterreno permaneció en silencio, sabedor, quizá, de que aún le quedaba esa esperanza para salir con vida.
El refugio se encontraba a escasos quince kilómetros de allí. Supuse que mi entonces compañero de fatiga sería oriundo de la comarca, ya que tuvimos que adentrarnos por un camino de piedra durante casi un kilómetro más, camino para el que su vehículo, a diferencia del mío, estaba sobradamente preparado. La edificación se reducía a un par de naves y algunas jaulas de aproximadamente dos metros de alto, con una serie de encinas cuidadosamente ubicadas alrededor, a mi ver, con el propósito de aportar sombra suficiente a los animales que, ajenos e indiferentes a la visita que llegaba, dormían plácidos dentro de las jaulas.
Una mujer que rondaría la cincuentena salió a recibirnos, y, para mi sorpresa, se dirigió al hombre que me precedía con una cómplice sonrisa. Nos apeamos de nuestros sendos automóviles, y en cuestión de segundos, Bo y la mujer fueron presentados.
Ella le pidió ayuda para llevar al perro al interior de las instalaciones, y entre los dos se ocuparon de ello, ignorando los gemidos del animal como yo no era capaz de hacerlo, dejándome llevar de nuevo por el llanto, y delatando mi extrema debilidad psicológica con ello.
Una vez dentro pude constatar que aquella mujer, además de la dueña del refugio, era veterinaria. Varios diplomas adornaban las paredes, por otro lado desnudas de cualquier adorno complementario, ni falta que hacía.
Se adentraron con Bo en una especie de laboratorio desordenado y caótico, y lo depositaron con cuidado sobre una mesa de radiología. Antes de hacer nada, la doctora nos preguntó si teníamos intención de quedarnos con el animal, y si nos haríamos cargo del coste de la revisión. Llevada por no sé qué desconocido impulso, me ofrecí a todo, y rogué a Dios que, aunque salvar a Bob supusiera un hándicap en mi vida a partir de entonces, le dejara vivir. La responsabilidad de ocuparme de aquel animalillo, aun a costa de mi tiempo y dinero, aminoraría en buena parte la culpa por el daño que le había causado.
La media hora que duró la exploración se me hizo interminable. Bo se dejaba hacer en silencio, tan sólo emitiendo un leve quejido cuando su cuerpo era volteado para ser radiografiado desde la trufa al rabo. Me miraba, y cuando le respondía la mirada, agitaba la cola, logrando que aquellos momentos fueran menos traumáticos para mi, y quizás para él mismo.
La mujer se disculpó unos instantes para adentrase en el cuarto oscuro donde estarían las radiografías, y el hombre se preocupó por mi ánimo.

-Mucho me temo que ya tiene usted perro, joven. No se ha quejado mucho.

Le sonreí. Aquél hombre no merecía más llanto por mi parte.
La doctora volvió, y saludó de nuevo, disponiendo las radiografías sobre la pantalla luminosa. Pasé otro instante interminable hasta que habló. Bo permanecía tumbado sobre la mesa, buscando mis ojos durante la aburrida espera.

-Han tenido suerte; solamente tiene un fémur fracturado.

Respiré. Mi perro viviría. Me acerqué a él, y le abracé, rendida. Bo meneó la cola como solamente él sabe hacerlo.
-Ya está. Ya nos vamos a casa. Ya pasó todo, mi cachorro…

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Pipo
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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 11, 2011 12:39 pm

La amistad de un perro, es la única amistad, realmente verdadera.

Gracias Tay, bonito relato, Bo tiene mucha suerte, seguro.
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AmyJelyfsh
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AmyJelyfsh


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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 11, 2011 2:01 pm

Macabro el primero pale
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John
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John


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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 25, 2011 6:20 pm

Me ha puesto el cuerpo malo, poned algunos alegres , he leído el primero nada más, avisad si es triste o alegre para poder elegir, saludos.
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Tatsumaru
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Tatsumaru


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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyDom Sep 25, 2011 10:21 pm

Una historia que había en un viejo libro de antología de cuentos y que era muy emocionante, al menos para un niño: la de Rikki-tikki-tavi, la mangosta.

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Como es muy extenso el cuento no lo pondré
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John
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John


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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyMiér Sep 28, 2011 8:06 pm

tay escribió:
Ufff... ¿hermoso? Madre mia Pipo... ¡¡es espeluznante!! , aunque, por desgracia, creíble.

Pero bueno, no es mal comienzo para un hilo que espero sea fructífero, en homenaje a nuestros pequeños hermanos. Gracias, pirata.

Colaboraré con un relato de mi autoría, presentado el pasado mes de Mayo en el concurso "Renacer" de relato breve, en el foro de nuestra querida Brujita. Espero que os guste, y perdonad los posibles errores de redacción.

Bo

Le gusté a Bo desde el primer momento. Fue fijar mis ojos en los suyos, y agitó la cola. Un buen comienzo, más tierno, imposible, de no ser porque Bo estaba tendido en el suelo, exhausto, dolorido y confuso. Acerqué mi mano a su quijada y me lamió, agradecido. Agradecido a mí por no haberle matado, por haber podido dar un súbito giro al volante antes de atropellarlo.

-¿Por qué has cruzado por aquí, por Dios? ¿No ves que es una curva? ¿No te das cuenta de que no tenía visibilidad para frenar? ¡Casi te mato!

Le dejé solo unos instantes para acceder al maletero del coche y extraer los triángulos de emergencia. Los vehículos que me siguieran debían ser avisados, avisados de que allí, herido quizá de muerte, estaba el que, desde entonces, sería mi más fiel amigo.
Al adelantarme a mi utilitario, pude ver un faro roto y el paragolpes dañado. En ese instante me importó, francamente, un pimiento. Pensé que también podía haber salido yo perjudicada en la maniobra; me importó otro pimiento.
Las lágrimas me dificultaban la labor. Bo esperaba, inmóvil y callado, como sabedor del protocolo obligatorio para accidentes de tráfico.
Por fortuna llevaba una botella de agua junto al asiento, caliente ya, pero agua. Me hice un bol improvisado con la tapa de un tarro de pomada que había introducido en mi maleta antes de salir del hotel, limpiándola previamente y de modo precario con un pañuelo de celulosa.
Me acerqué al perro, pudiéndole observar, por primera vez, en toda su belleza. Bo era un pastor alemán precioso, de manto negro, sucio por el abandono, pero que se adivinaba lustroso una vez pudiera asearle en condiciones.
Recordé que no se debía dar de beber a los heridos, pero quise olvidarlo de inmediato. Me agaché y procedí, asiéndole por la nuca, a suministrarle el agua, que, no sé si por saberse cercano a los últimos instantes de su vida, se bebió con fruición, moviendo la cola de nuevo, para mi tranquilidad. Apuro me da admitir que, verle luchar por la vida, simplemente bebiendo, me levantó una sonrisa.
De vez en cuando le retiraba el recipiente, no quería que se atragantara, pero Bo se impacientaba por beber, e intentaba incorporarse, mas el dolor se lo impedía.
Un vehículo todoterreno se detuvo tras de mi. De él bajó un hombre de mediana edad y cabello cano. Me preguntó qué había ocurrido. Giré el rostro hacia él, y quise hablarle, pero el llanto me lo impidió. Se acercó a mí, y me puso la mano sobre el hombro. Bo agitaba la cola pidiendo más agua.
El hombre intentó levantarle agarrándole bajo las costillas, pero el perro chilló, lo que acrecentó mi angustia más aún, si cabe.
-No se sofoque, joven. Si quiere, podemos llevarle a un refugio. Conozco uno cercano, y allí se ocuparán de aliviarle.
-¿Aliviarle? ¿Qué quiere decir? ¿Qué lo van a matar?
-A menos que quiera usted quedárselo, señora, lo más probable es que si.

Aterricé. Aquél hombre tenía razón. Seguramente Bo sufriría lesiones letales, y no estábamos siendo testigos más que de una prolongada agonía. Sentí culpa, mucha culpa. Debí haber sido más precavida tomando esa curva.
-Voy a abrir el portón de mi coche para meter al perro. ¿El suyo arranca?
-Sí, solamente tiene un golpe, pero podré conducirlo.
-Debe usted tranquilizarse, señorita. Cuando levante a este animal, le causaré dolor y chillará. Será sólo un momento, pero hay que hacerlo.
Asentí con la cabeza, y le pregunté si podía seguirle. Apretó levemente mi brazo, en un gesto de consuelo y afirmación que agradecí en un susurro.

Bo se comportó. Solamente se quejó en el instante de ser alzado, pero durante el recorrido hasta el todoterreno permaneció en silencio, sabedor, quizá, de que aún le quedaba esa esperanza para salir con vida.
El refugio se encontraba a escasos quince kilómetros de allí. Supuse que mi entonces compañero de fatiga sería oriundo de la comarca, ya que tuvimos que adentrarnos por un camino de piedra durante casi un kilómetro más, camino para el que su vehículo, a diferencia del mío, estaba sobradamente preparado. La edificación se reducía a un par de naves y algunas jaulas de aproximadamente dos metros de alto, con una serie de encinas cuidadosamente ubicadas alrededor, a mi ver, con el propósito de aportar sombra suficiente a los animales que, ajenos e indiferentes a la visita que llegaba, dormían plácidos dentro de las jaulas.
Una mujer que rondaría la cincuentena salió a recibirnos, y, para mi sorpresa, se dirigió al hombre que me precedía con una cómplice sonrisa. Nos apeamos de nuestros sendos automóviles, y en cuestión de segundos, Bo y la mujer fueron presentados.
Ella le pidió ayuda para llevar al perro al interior de las instalaciones, y entre los dos se ocuparon de ello, ignorando los gemidos del animal como yo no era capaz de hacerlo, dejándome llevar de nuevo por el llanto, y delatando mi extrema debilidad psicológica con ello.
Una vez dentro pude constatar que aquella mujer, además de la dueña del refugio, era veterinaria. Varios diplomas adornaban las paredes, por otro lado desnudas de cualquier adorno complementario, ni falta que hacía.
Se adentraron con Bo en una especie de laboratorio desordenado y caótico, y lo depositaron con cuidado sobre una mesa de radiología. Antes de hacer nada, la doctora nos preguntó si teníamos intención de quedarnos con el animal, y si nos haríamos cargo del coste de la revisión. Llevada por no sé qué desconocido impulso, me ofrecí a todo, y rogué a Dios que, aunque salvar a Bob supusiera un hándicap en mi vida a partir de entonces, le dejara vivir. La responsabilidad de ocuparme de aquel animalillo, aun a costa de mi tiempo y dinero, aminoraría en buena parte la culpa por el daño que le había causado.
La media hora que duró la exploración se me hizo interminable. Bo se dejaba hacer en silencio, tan sólo emitiendo un leve quejido cuando su cuerpo era volteado para ser radiografiado desde la trufa al rabo. Me miraba, y cuando le respondía la mirada, agitaba la cola, logrando que aquellos momentos fueran menos traumáticos para mi, y quizás para él mismo.
La mujer se disculpó unos instantes para adentrase en el cuarto oscuro donde estarían las radiografías, y el hombre se preocupó por mi ánimo.

-Mucho me temo que ya tiene usted perro, joven. No se ha quejado mucho.

Le sonreí. Aquél hombre no merecía más llanto por mi parte.
La doctora volvió, y saludó de nuevo, disponiendo las radiografías sobre la pantalla luminosa. Pasé otro instante interminable hasta que habló. Bo permanecía tumbado sobre la mesa, buscando mis ojos durante la aburrida espera.

-Han tenido suerte; solamente tiene un fémur fracturado.

Respiré. Mi perro viviría. Me acerqué a él, y le abracé, rendida. Bo meneó la cola como solamente él sabe hacerlo.
-Ya está. Ya nos vamos a casa. Ya pasó todo, mi cachorro…


Que bonito Tay Neutral
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Pipo
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Pipo


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MensajeTema: Re: Relatos hermosos sobre animales...   Relatos hermosos sobre animales... EmptyMar Feb 14, 2012 7:24 pm

Me miraba con esa mirada suya

sin pestañear,

como esperando algo,

como si fuera Dios....

Me miraba, con esa extraña mirada suya,

con esa mezcla entre amor

y esperanza,...

pues lo esperaba todo de mí.

Me miraba

y cualquier gesto mío...

la hacía féliz.

Y mirandome...tanto me miraba,

que un día descubrí,

que era yo quien la buscaba

que era yo,

quien en su bondad

en su belleza

en su alma...

veia a Dios.


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