La fe cristiana
Vaya por delante que no tengo nada en contra de las personas que tiene fe en la iglesia católica; en absoluto, pero sí contra aquellos que viven de esa fe ajena, y la multiplican para obtener ganancias.
La fe —dicen— mueve montañas, y es verdad, porque al ser un sentimiento de confianza en lo desconocido, suele ser ciega, o bien llevar unas gafas oscuras o una venda en los ojos que no dejan ver la realidad. Siempre he dicho —y lo sostengo— que para perder esa fe en la religión, nada mejor que acercarse al Vaticano o a la llamada Tierra Santa. Eso sí, uno debe quitarse esa venda y ver con sus propios ojos sin nada que lo estorben. Viendo pues, el negocio, que no es más que un negocio, o la fe se pierde o esa persona está tan impedida de claridad que solo obedece a impulsos impuestos.
En los aledaños de la ciudad de Belén, así como en los demás lugares gobernados por el lobby cristiano en Palestina, usted puede comprar una botellita de vino de aquel que según el N.T. un tal Jesús convirtió desde el agua. O puede comprar una ramita de olivo del olivo en el cual, el mismo personaje de invención, oraba cuando fue apresado, pero si su fe aún es mayor, podrá comprar una astilla de la cruz donde fue clavado ese mismo personaje, una cruz, por cierto, que debió ser enorme en su origen, ya que llevan cientos de años vendiendo astillas y nunca se acaba.
Experiencia personal (una de tantas)
Y ahora narraré una experiencia personal. A mi llegada a España, tras varios años de estancia en Alemania, en la provincia de Castellón de la Plana compré una vieja imprenta a un señor que se jubilaba. Un día se me solicitó, por parte de un cura, un presupuesto para confeccionar 3.000 libros de un escrito del obispo auxiliar de aquella diócesis. A los pocos días, sobre las 2 de la tarde, me llamó a su despacho para que le llevara, por escrito, ese presupuesto, que ascendía a una cantidad de pesetas muy estimable en aquella época.
En su despacho me esperaba junto a una señora de edad muy avanzada, que interpreté como más de ochenta años. Después de ver el presupuesto se lo mostró a esa señora, la cual quedó algo sorprendida por la elevada cantidad. Dijo que para ella era un importe muy grande, y que solo podría corresponde con una parte, pero que intentaría conseguir de otras amigas el poder reunirlo y hacer ese regalo que se le pedía para el señor obispo.
El cura, con esa habilidad del buen vendedor, le dijo que no le pedía un donativo o limosna, que lo que le pedía era un regalo, un hermoso regalo muy personal que el señor obispo agradecería infinitamente. Tras una meditación interior, la señora sacó la chequera y extendió un cheque por esa gran cantidad de pesetas.
Al entregar el cheque firmado, dijo que desearía saludar al señor obispo. El cura llamó por teléfono interior y habló con la monja que atendía la casa del prelado. Tras unos instantes de espera le dijo que en esos momentos no podría atenderla, pues estaba orando… Yo, que siempre he sido un mal pensado, pensé que a las 2 de la tarde era la hora de la comida, que de oraciones nada de nada.
La señora quedó un poco defraudada y aturdida por la negativa de ser recibida tras entregar esa cantidad tan elevada, pero el excelente vendedor y come-cocos del cura, sacó de un cajón de su mesa una estampita. En ella había un troquel cerrado por ambas caras con un papel de celofán, y entre estas láminas transparentes una hoja de olivo. Se lo entregó a la mujer asegurándole ser del olivo donde Jesús oró en aquel Huerto de Getsemaní que mencionan las Escrituras.
Yo me marché de allí, con el visto bueno de ponerme manos a la obra e imprimir el libro, pero pensando que había visto in situ, el timo de la estampita más grande que se pudiera conocer.
No narraré lo que pasó después, porque ya fue algo incomprensible y un abuso descomunal aprovechándose de la candidez de una pobre mujer; pobre de espíritu y dominada, porque de riquezas monetarias no era pobre como pude comprobar.
Con experiencia como estas, y otras muchas ¿cómo podría ser tan imbécil de creer en farsas y engaños?
El Postiguet