[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]MONROVIA, Liberia — La madre de Promise Cooper se quejó al principio de un fuerte dolor de cabeza y de fiebre alta. A los pocos días decidió ir a un hospital y falleció en el camino. Al mes siguiente, su padre mostró los mismos síntomas y su hermanito empezó a lucir apático.
Fue entonces que Promise, de 16 años, se dio cuenta de que no se trataba de una malaria.
Había oído hablar del ébola por la radio. Cuando asistió a su padre, se lavó las manos de inmediato.
Desesperada por evitar el contagio de sus tres hermanos menores, les dijo que jugasen afuera de la casa y permaneciesen el menor tiempo posible adentro de la vivienda de un solo cuarto. Pero estaba indefensa ante un enemigo invisible y su familia de siete miembros fue sucumbiendo a paso acelerado.
Vecinos y parientes, mientras tanto, comenzaban a tener sospechas. Nadie se acercaba a ver a los niños, ni siquiera sus abuelos.
Se empezaba a correr la voz, igual que el virus, de que los Cooper tenían ébola.
En Liberia, tierra muy religiosa de familias grandes, siempre hay una tía dispuesta a hacerse cargo de un niño que perdió a sus padres. Pero el ébola, y el temor de contagiarse, está destrozando esos lazos.
Al menos 3,700 niños de Liberia, Guinea y Sierra Leone han perdido a alguno de sus padres, si no los dos, por el ébola, según la UNICEF, y se espera que esa cifra se duplique para mediados de octubre.
Muchos de estos niños quedan librados a su suerte y siguen viviendo adentro de sus casas infectadas.
En la vivienda de los Cooper, la bebita Success, de cinco meses, perdió la batalla con ébola. Cuando llegó la ambulancia para recoger el cadáver y el del padre de Promise, Emmanuel Junior, de 11 años, había caído enfermo.
Luego de que la ambulancia se los llevó a los tres, Promise quedó sola con Benson, de 15 años, y Ruth, de 13. Un tío las visitó y les dejó algún dinero, pero se fue sin tocarlas por temor a contagiarse.
Si los niños se sentaban en algún lugar, la gente limpiaba el asiento con cloro apenas se levantaban. Cuando trataron de comprar mercancías con el poco dinero que tenían, los vendedores se negaban a atenderlos. Las mujeres hacían rodeos para evitar pasar junto a la casa.
"¿Por qué no quieres hablarme? ¿Por Dios, por qué nadie quiere vernos? Somos seres humanos", dijo Promise entre sollozos.
Finalmente la niña logró que un primo le diese dinero para tomarse un taxi que las llevó a una clínica para ver a su padre. Ella y Ruth caminaron de un lado a otro frente a la clínica, rodeada de alambres de púas, mientras esperaban lo que pareció una eternidad para saber cuándo el papá podría volver a casa.
Hasta que llegó un guardia con la mala noticia: Emmanuel Cooper Senior figuraba en la lista de personas que habían muerto.
Las niñas estallaron en llanto. Nadie sabía si el pequeño Emmanuel estaba vivo o no.
Un líder comunitario llamado Kanyean Molton Farley se hizo cargo de los niños. Farley hacía investigaciones relacionadas con los derechos humanos de día y trataba de ayudar a los niños huérfanos del vecindario de noche.
Pensó que Promise podía caer presa de hombres mayores. A los 16 años, hambrienta, era una niña vulnerable, que podía sufrir abusos.
Los hermanos tuvieron otro golpe de suerte cuando Promise vio el rostro de Emmanuel por televisión, en un reportaje que mostraba fotos de niños que habían sobrevivido al ébola en las clínicas de la ciudad pero que no tenían noticias de sus familias.
"¡Es él! ¡Es él!", le dijo a Farley. Partieron de inmediato a buscar a Emmanuel, el primer miembro de la familia que sobrevivió a la plaga que causaba estragos en el barrio.
Poco después de que Emmanuel regresó a la casa, Ruth se indispuso y se sintió afiebrada. Presa del pánico, Promise llamó a Farley, quien no pudo enviarles una ambulancia hasta la mañana siguiente debido al toque de queda imperante. Le dijo que usase colchones para crear dos ambientes en la habitación donde dormían todos.
Ruth permanecería de un lado y los niños sanos dormirían del otro. Quedaban solo Promise y los varoncitos.
Los niños durmieron en la cama de sus padres y no en el piso, como antes. Algunas noches los menores lloraban pensando en su madre y Promise trataba de ser firme y comprensiva al mismo tiempo.
"Les digo que mami y papi ya no están y que no deben pensar en eso", relata. "Tenemos que vivir nuestras vidas porque ellos se han ido".
Pocas semanas después su tía Helen se apareció por la casa. Fue el primer pariente que lo hizo en meses. Ella también quedó marcada y todos comenzaron a evitarla.
"Tengo que volver porque todos los han abandonado", dice Helen Kangbo mientras amamanta a su hija Faith (Fe), de un año, luego de ofrecerles un modesto plato de arroz a sus sobrinos. "Tengo que encontrar el valor para venir".
Ha habido otra buena noticia para los hermanitos Cooper: luego de tres semanas, Ruth, la niña de 13 años, está mejor. Todavía se siente débil, por lo que permanece en la casa de Farley. Cuando se recupere, volverá con sus hermanos.
En la casa hay pocos rastros de los familiares muertos porque las autoridades quemaron la ropa de sus padres para tratar de evitar la propagación del mal. Las únicas fotos que quedan de sus padres son las de sus tarjetas de identificación. Y el único recuerdo de Success son dos botellitas de talco posadas en una mesa.
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