“Forajido” para la justicia; “desaparecido” y “quizás muerto” para su familia. Manuel Suárez tenía la ambición de ser un gran vaquero, y el sueño se le escapó de las manos. Poseía una granja en la diminuta aldea de Cezar (Vilasantar, A Coruña) con capacidad para 30 vacas, pero fue comprando, y fueron pariendo, y llegó a juntar muchas más de 100. Todas lecheras, todas con nombre propio, todas queridas como si fueran carne de su carne. Hasta que hace más de un lustro algo crujió dentro de la cabeza de este hombre soltero y solo, y se atrincheró con su ganado en ese sueño que acabó convirtiendo sus dos prados de hierba fresca y frisonas blanquinegras en un
holocausto vacuno.
Su familia, dicen, se lo advertía: “Manuel, tienes que vender, no puedes mantener tantas vacas. ¿Para qué quieres tantas terneras, si no producen y comen?”. “Las terneras son el futuro”, contestaba siempre, antes de “ofuscarse” y ponerse a gritar, violento. Las cosas se precipitaron a finales del año pasado. Llegaron los agentes del Seprona; y los inspectores de la Xunta de Galicia;
un grupo de enmascarados ecologistas a caballo que aparecen repentinamente por los pueblos clamando justicia; y tras ellos una comitiva del Juzgado de Betanzos y un forense que habló de “idealización delirante” y concluyó que a Manuel tenía que verlo un psiquiatra.
Los autodenominados Jinetes Enmascarados fueron varias veces por la granja y fotografiaron el paisaje dantesco que ahora está colgado en Internet. Vacas agónicas derrumbadas junto a otras ya muertas, vacas con las ubres ensangrentadas por un hongo, vacas esqueléticas que parecen descomponerse en vida, sumidas en la inmundicia, la enfermedad y el hambre. Uno de aquellos días que cortaron una carretera nacional cercana a Vilasantar, los ecologistas de capa de raso y antifaz -que se presentan por sorpresa en cualquier lugar como personajes de leyenda bajo los pseudónimos de Zeus, Teo, Aquiles, Ulises, Lúa o "Thalía, dama de los 20 misterios”- denunciaron públicamente que, en menos de un año, en la granja de Manuel habían muerto 87 reses.
Tenía tantas que no podía recogerlas por las noches, y los lobos mataron bastantes. A veces, al levantarse, se encontraba alguna medio devorada pero aún viva, y tenía que sacrificarla. Otras murieron pariendo; o poco después, descalcificadas y famélicas. El granjero estaba arruinado y no podía pagar veterinarios. Le habían cortado la luz. Ordeñaba como podía, usando un generador. Las fábricas habían tirado por los suelos el precio de la leche, pero a él dejaron de recogérsela incluso antes. No podía comprar pienso. A veces conseguía sacos de pan viejo, y eso y la hierba de dos prados no eran suficiente para tanta boca. “Se quitaba de comer él para darle a los animales”, cuenta para su descargo Gonzalo, el sobrino mayor.
Gonzalo es ahora quien cuida las 30 vacas que dejaron en la granja de Cezar los veterinarios de la Consellería de Medio Rural el miércoles 20 de enero. Esa mañana se presentaron con una orden judicial en casa de Manuel custodiados por la Guardia Civil para llevarse todas las reses insalvables. Y el vaquero, atrapado en su delirio, intentó impedirlo armado con una horquilla. Golpeó a dos agentes y al darse cuenta de lo que había hecho se escabulló por un ventanuco de la cuadra. Cruzó corriendo el prado y se perdió monte arriba en la arboleda con su traje de aguas azul y sus botas verdes de goma. Ya no lo alcanzaron.
Desde entonces, los guardias civiles lo consideran un fugitivo y lo acusan de atentado contra la autoridad. Una patrulla creyó avistarlo ya en Lugo, en los municipios de Castro de Rei y Guitiriz, pero siempre volvió a desaparecer en la maleza antes de que pudieran identificarlo. No regresa porque cree que va a ir a prisión. “Por favor, decid en las noticias que eso es mentira, a ver si lo lee y vuelve”, ruega su hermano José Luis, nombrado ahora administrador de la heredad de Manuel, que acaba de ser inhabilitado por el juzgado después de promoverlo la familia y confluir en el tiempo todas las denuncias por maltrato animal, la agresión a los agentes y el expediente administrativo por las pésimas condiciones higiénico sanitarias de esta granja de los horrores.
“Es un hombre inteligente que no entraba en razón y no veía cuál era su problema”, lamenta el hermano. “Siempre quiso ser ganadero, y había estudiado para eso”, pero lo suyo acabó pareciéndose demasiado a un síndrome de Noé que jamás fue diagnosticado. Por eso la Guardia Civil se resiste a mudar su postura. “No es un desaparecido, como pretende la familia, y es muy probable que alguien de su entorno le esté ayudando”, insiste un agente.
Pero los parientes de Manuel cuentan que el segundo día le dejaron comida en O Cadavón -unas peñas en las que solía refugiarse con el ganado en su guerra a muerte con el lobo- y que el envoltorio sigue intacto. “Peinamos con vecinos toda la zona, las rocas que le podían dar abrigo, los molinos abandonados… Después lo buscamos allí donde dijo la Guardia Civil que se le había visto". Al cuarto día, el teléfono móvil de Manuel, que nunca contestó a los mensajes, “dejó de dar señal”. Desde que marchó, nacieron cinco becerros.
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