LAS COPLAS, VISTAS DESDE EL BUEN HUMOR

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Nunca llegué a entender por qué la “pena traidora” tenía razón, pero así se dijo de ella. Y aquello de que el niño sufriera por la Salvaora, pues ¿qué quieren que les diga?

El sufrimiento, que no se vende en los Mercadona, cada cual almacena el que quiere, ya que la oferta es libre, pero si al final nos enteramos que la criaturita tenía 17 años —¡juventud, divino tesoro!— ¿cómo puede, también a nosotros, extrañarnos tanta locura?

Todos sabemos que era tan hermosa como el firmamento, que es muy hermoso una noche veraniega cuando las estrellas, como locas, lo cruzan de parte a parte dejando su estela de fino oro, pero es una lástima que tanta hermosura vaya acompañada de malos sentimientos. Que tenga a mi hijo embrujao, soñando por su querer, es cosa que todos comprenden, pero el que yo, de no ser casao, con ella me fuera a perder, ya es algo que me lo tengo que pensar muy mucho.

El P©stiguet

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De rumbo extranjero aquel barco entró un día al puerto, y ella, allí sentada junto a un manchado mostrador de aguardientes, lo esperaba.

Siempre cuando de él decía por ahí, contaba que era alto y rubio como la cerveza, y que entre dientes muchas cosas le contó. Le enseñó su rudo brazo tatuado con un nombre de mujer, que le fue tatuado a fuego lento como se hacen los verdaderos tatuajes, y juró que siempre lo acompañaría.

Contole que ella le quiso, pero que olvidadiza como toda mujer, pronto de él se olvidó, pero él siempre llevaría marcado, en el brazo y en su corazón, ese nombre de mujer que nunca nos fue revelado.

Una tarde, con su barco zarpó con rumbo ignorado, al fin y al cabo es el destino de todo marino, pero a ella le dejó gran huella, y loca de amores se fue, de puerto en puerto, desde Algeciras a Estambul, que ya dijera Serrat, preguntado a los marineros por el rubio marino rubio como la cerveza, pero…

Pero nadie le decía si estaba vivo o muerto, y la pobre enamorada le siguió fiel en su busca ¿Lo encontrará algún día? El mar es muy grande, los puertos muchos, hay muchos mostradores manchados de ron y aguardiente, muchas mujeres esperando confesiones, y muchos tristes marinos con ganas de contar sus tristes historias.

El P©stiguet

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Los seres humanos, y no siempre por mala intención, hacemos preguntas que, conocedores de su respuesta, pueden hacer daño al preguntado.

¿De dónde vienes Juan Simón? le preguntaban sus amigos, y él, que era hombre bondadoso, apacible, muy respetuoso con los demás, les decía con voz queda: "de enterrar mi corazón",” porque si ustedes no lo saben, Juan Simón era enterrador, el único enterrador de aquel pequeño pueblo.

La enterraron por la tarde, se cantaba, aunque bien pudo ser por la mañana cuando el sol da de pleno, pero él decidió enterrarla al atardecer. Se trataba de su hija, la única hija de Juan Simón. Él mismo cavó la fosa, y él mismo, palada a palada, la llenó de tierra para que allí descansara su querida hija por la eternidad.

Y desde el camposanto, por el sinuoso y empedrado camino bordeado de altos y tristes cipreses, con la pala y el azadón al hombro, serio y cabizbajo, el hombre entraba al pueblo para responder, una y otra vez lo mismo: “Soy enterrador y vengo de enterrar mi corazón”.

El P©stiguet

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De apellido Vargas Heredia, y de nombre Antonio, es lo suficiente para ser gitano; pero un gitano cabal y del que dicen no hubo más bueno ni honrao.

La culpa la tuvo una hembra gitana, y los malditos celos, que son como alfileres. Y apareció una daga, de afilado acero, que en el pecho de un hombre clavó. Y Antonio, preso en la trena, cayendo de su boca el rojo clavel reventón y el mimbre de sus manos, allí de rabia murió.

Antonio, apellidado Vargas y Heredia, ¿por qué siendo flor de la raza calé caíste en esa aberración? ¿Por qué no pensar en las consecuencias, fatales consecuencias? Y ahora, de Puente Genil, famoso por sus dulces de membrillo, a Lucena, y de Loja, la del barquerito que pasa a las mozas de una parte a otra del río, a Beniamejí, las mocitas de Sierra Morena, de pena lloran por ti. Antonio, sí, lloran de pena por ti.

El P©stiguet

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Dicen que en el Café de Levante, entre alegrías, algunas veces disimuladas, y palmas tras sus interpretaciones, allí cantaba ella. Una canzonetista afamada en la zona y apodada la Zarzamora. ¿Razón de ese nombre? que sus ojos eran como las moras.

La Zarzamora siempre presumía de que rompía los corazones, y es que, ciertamente, su belleza embargaba a todos los hombres que pasaban por el colmao. Primero fue de un tratante, para ser luego la amante de un marqués, que, según la gente, la llenó de brillantes de la cabeza a los pies.

Ella se decía ser de hielo, que de los hombre siempre se burlaba, pero una noche, tras su actuación en el tablao, a la Zarzamora vieron triste. ¿Qué tiene la Zarzamora —se preguntaban— que a todas horas la vemos llorando?

El amor, que es ciego dicen unos, que todo lo puede, dicen otros, un día anegó el corazón de la canzonetista, y en cuerpo y alma se entregó. Pero en todas partes hay “personas buenas” que buscan hacer daño al prójimo, y así dijeron a la Zarzamora: “Ojo, mi niña, que el menda lleva anillo de casao” ¡Dios mío, por la cruz de Cristo y los Santos Juanes! Todo se transformó en negro ante los ojazos, enormes y lilas como las moras, que tenía aquella hermosa mujer, porque según contó ya lo había besao llegando tarde la funesta noticia. Y ella, temperamental, como toda buena canzonetista, grito desesperada ante su público, mirándola estupefacto, que le quitaran su pecao, pidiendo que todos la dieran de lao, que la repudiaran por su deshonra, al saber del querer desgraciao que embrujó a la Zarzamora

El P©stiguet

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La cosa tiene guasa, que diría un sevillano o un gaditano de Jerez, pues resulta que las marujas del barrio, que alguna tendría algún calzón que lavar, planchar alguna camisa, o tener el guiso a punto, o la alcoba barrida y hecho el tálamo, en vez de terminar sus obligaciones caseras se reúnen para preguntarse “que de dónde saca, para tanto como destaca, la chica del 17”.

Es verdad que en un barrio tan popular, extraño resulta llevar sombrero de alto copete, o medias de tafetán, o faldas cortas por arriba de la rodilla esa chiquilla, que parece más bien una modelo del París de la Frans.

Pero ella, la chica del 17, no se inmuta por los maliciosos comentarios marujeriles, y sin responder a nadie de manera directa, cuando intuye que es censurada dice así: “La que quiera comer peces que se acuerde del refrán”.

O sea, dicho en plata: que se moje el culo.

El P©stiguet

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¡Qué cosas pasan y ocurren en la vida! Nunca dejaremos de sorprendernos, porque la vecinita de enfrente, sí, a los treinta se ha casado, cuando ya tenía perdida la ilusión de vestir de organdí blanco impoluto.

Y no ha hecho un casamiento cualquiera, no señora y señor mío, que se ha casado con un hombre de 50 que dicen es magistrado.

Se la lleva a los cines, se la lleva a los teatros, y para envidia de más de una, con excelentes galas y brillantes alhajas, se pasean por el parque cogidita de su brazo.

¡Cuántas voces se han callado!, cuántas coplillas malintencionadas han dejado de sonar. Sí, porque aquello de “A la lima y al limón, ya no tienes quien te quiera, a la lima y el limón te vas a quedar soltera”, más de una, y uno, se ha tendido que tragar.

Pero ella, no se muestra ufana, sino que con la sencillez que siempre la caracterizó, les sonríe a su paso, sabiendo que en más de una ocasión, y a su paso cuando a misa de doce se encaminaba, se la cantaron.

A la lima y al limón, muchos agachan la frente.

El P©stiguet

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Texto de una carta que he recibido desde Nueva York.

Señor El Postiguet, desearía que en su hilo de coplas colocara esta mi experiencia vivida en Nueva York.

Al ser el día de final de año, preparé una cena para invitar a unos cuantos paisanos. En la agradable reunión, por supuesto todos españoles en tierra extraña, entre vivas y entre olés por España se brindó.

Al ser tiempo de la llamada “Ley seca” y valiéndome de la amistad de un buen galeno de origen hispano, me extendió una receta con la que pude comprar unas botellas de vino español.

En esas estábamos cuando alguien, no sé quién, colocó en el gramófono un disco con un pasodoble español, que mire usted por donde se titulaba “Suspiros de España”. Nada más sonar las primeras notas comenzamos a mirarnos unos a otros, y le aseguro que a más de uno, el vello como escarpias se nos puso, y la alegría y jolgorio de antes se tornó en llantos nostálgicos. Ya nadie reía pues todos lloraban. Y alzábamos nuestras copas de vino español, al compás del pasodoble, mientras las lágrimas se deslizaban por nuestras mejillas.

Suya, Concha P.

Por la transcripción: El P©stiguet

¿Cuántas veces he de decirte, María Macarena, que ni nada te debo ni nada te pido? ¿O en qué idioma quieres que te lo repita.? ¿Qué tú todo me lo diste, dices?, bien, no me lo heches en cara, que yo nada te pedí, y tus carnes morenas bien que las pagué, y creo que con creces.

Mira, yo ya no te quiero, por lo tanto no me quieras. Me voy de tu vera y olvídame ya de una puñetera vez. Si tus besos compré, a buen precio los pagué, no lo olvides, y pese a todo no creas que te traicioné. Ella, a la que tanto odias, no cayó en mis brazos, me dio solo un beso, ¿lo oyes?, sólo un beso: el único beso que yo no pagué.

Bien pagá; si así te dicen es porque bien que pagué tu entrega, porque bien sabes que entre esas cuatro paredes tengo sentenciá penas y alegrías y ahora, con cuanto te di, que fue mucho, puedes marcharte que no te guardo rencor, y escúchame bien: esas joyas que te regalé, con otro puedes ir a lucirlas.

Bien pagá, sí, ypuedes presumir de ello. Porque bien pagá fuiste, mujer.

El P©stiguet

Nunca entenderé por qué, él, dentro de su alma tenía una fuente, y si esa fuente era enorme como la romana de Trevi, o como la Fuente de los Avellanos, o bien como la de Canaletes, allá arriba de Las Ramblas, donde los culés celebran los triunfos de su Barça. O bien era la Font del Gat (la Fuente del Gato para los no de habla catalana) donde Marieta, la de las coplas de picardía, se reunía con su novio el soldado.

Y nadie me explicó, por qué ella, la Niña de Fuego, tenía que inclinar su culpita para beber. Y es que hay cosas que al no explicarse debidamente crean confusión, como aquello de que la Luna le besaba sus lágrimas puras. ¿Y las impuras?...

Si era la Niña de Fuego, ¿por qué la dejaban morir de sed? Otro enigma para mí. Ya sé que él, como gitano, creía en las buenas venturas, y supongo que en la malas, pero lo de mujer que llora y padece, me parece un sacrilegio, y más lo de ofrecerle la salvación, como si ésta fuera un salvavidas que se le lanza al mar al primer náufrago que te encuentras.

Que el cariño es ciego —lo que son las cosas—, ya no lo pongo tanto en duda, aunque para ser sincero jamás le vi, ristra en mano, ofrecerte el 43125 de la ONCE.

Él, gitano de pura cepa, siempre de denominaba así mismo como un hombre bueno y que la compadecía, pero cuando tantas veces le insistía en que se fuera con él, mis dudas me asaltaban. ¿Qué pretendía? Hay tanto descerebrado por el mundo que mejor, Niña de Fuego, quédate en tu casa, y no le abras la puerta al primero que te lo pida. Ni siquiera a mí.

El P©stiguet