Los incendios forestales, son mis vicios semanales. Me gusta el fuego, y viéndolo crecer me río luego. En cuanto a la calcinación, pueden ustedes creerme que no tengo predilección. Por el fuego con su humo, que mi vida no consumo, y, con sumo remordimiento, créame que nada siento. Pues eran dos, y no tres, las hijas de Elena, las que marcharon en tren a las fiestas de Mairena, y allí, con faralaes vestidas y claveles en el moño, a buen precio en el mercado vendían su fresco ñoño. Fue don Manuel de Lucena, rico y galante señorito, que por tocarles el ñoño de dinero gastó un pico. Un pico y un potosí, hasta que las niñas dijeron "sí". Y enterada Elena, de la excelente recaudación, también puso su ñoño a la santa veneración. Y la cosa fue tan comentada por Mairena y alrededores, que los ñoños aparecieron como tras la lluvia los caracoles.
El P©stiguet