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Voy a contarles a ustedes lo que a mí me ha sucedido. Y pueden creerme que fue la emoción más profunda que en mi vida he conocido.
Ocurrió en Nueva York. Era Nochebuena, y yo preparé una cena para invitar a mis paisanos. Y en aquella reunión, que como supondrían era toda de españoles, entre vivas y entre olés por España se brindó. Pero como por motivo de la Ley Seca (esto pasó hace muchos años) la venta de licor estaba prohibida, sólo demostrando que estabas enfermo te podían vender vino. Y aunque me costó mucho convencer a un galeno de mi fingida enfermedad, y a precio de oro conseguir una receta, pudiendo comprar en una farmacia vino español. Nada más ni nada menos que ¡vino español!
Imagínense, pues, lo que significa beber vino de nuestra tierra, (aunque perdónenme los anticatalanes, porque era vino del Priorat) en tierra extraña. No pueden imaginarse lo bien que sabe ese vino cuando se bebe lejos de España.
Por ella brindamos todos, y fue, aquella cena, la Nochebuena más buena que soñar pudo un español.
Mas de pronto, y sin saber quien lo puso, en un viejo gramófono un disco de vinilo comenzó a sonar. Dirigiéndome a mis amigos les dije así: ¡Callen todos, por favor! y un pasodoble se oyó que nos hizo suspirar. No sé si fue “Gato Montés” o “En er mundo”, o “Marcial tú eres el más grande”, pero de repente cesó la alegría, y todos callaron. Ya nadie reía, pues todos como niños lloraban, oyendo esta música allá en tierra extraña. Era nuestros suspiros de España.
El P©stiguet