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Por aquellos tiempos, hace como unos tres mil años, había en el alto Aragón una terrible costumbre llegada al parecer de las lejanas Indias que amenazaba invadir toda la península. Al morir un hombre casado, y su mujer deseara ser reconocida como honrada, pública y voluntariamente debía quemarse sobre la pira de su esposo abrazada a él. Era para aquella sociedad una solemne fiesta a la que poco a poco se la fue conociendo como el sacrificio de las viudas. Aquella tribu en la que más mujeres viudas se quemaban, era considerada como la mejor y más pura.
Cierto día en que el aragonés Antiso murió, y su viuda, llamada Purpurina dio a saber a todos que por su devoción y deseo de ser considerada como muy honesta decidió ser quemada abrazada a su difunto esposo, dando día y hora en que se arrojaría a la pira al son de chirimías y tambores, un anciano, llamado Elpost Higuet, considerado como mago por aquella población, se entrevistó con la bella Purpurina para hacerle ver lo contraria que era esta acción al bien del género humano, haciéndole saber que emplearía toda su reputación para que fuera abolida de inmediato. Reunidos en consejo los hombres que gobernaban aquella sociedad, nadie quiso aceptar la idea de eliminar una costumbre milenaria, y que el deseo de ser o no quemada solo correspondía a las propias viudas.
Elpost Higuet se hizo presentar ante Purpurina, y tras las muchas alabanzas sobre su belleza y juventud, y haberle insinuado que era una lástima llevar al fuego tanto encanto, la felicitó, aun con todo su dolor, ante su deseo de ser llevada a la pira purificadora en vida. Entre varias preguntas que le hizo hubo una respuesta que descolocó al anciano, al preguntarle si amaba profundamente a Antiso como para dejarse abrasar por el fuego, Purpurina le respondió: “¿Amarle yo? En absoluto; era un grosero, un ser insoportable, celoso y engreído, torpe y zafio y nada delicado en el amor aunque tuviese muchos hestudios. Pero yo perdería mi reputación si no me quemara. Sólo por esto me dejo llevar a la hoguera”.
Higuet entendió que había mucho de vanidad y orgullo en esta decisión cruel de ser quemada, y osó preguntarle ¿Qué seríais, señora, capaz de hacer si la vanidad de ser quemada en vida y ante todos no os poseyera? Y Purpurina dijo toda emocionada: “Creo que os pediría que os casarais conmigo”.
Fin
El P©stiguet