No es cosa de que cada uno haga lo que quiera cuando le venga en gana, que para algo están las leyes. Y eso de reencarnarse es demasiado serio como para hacerlo sin solicitar la correspondiente licencia.
Monjes budistas / foto Shutterstock
Así que quien esté en trance de morir y tenga pensado que su alma renazca en otro cuerpo para una nueva vida ha de saber que necesita gestionar antes un permiso; al menos si vive en
China.
Puede parecer sorprendente, incuso para un país que periódicamente acostumbra a dejarnos boquiabiertos por alguna razón.
Pero el caso es que la legislación china tiene en su corpus jurídico lo que llama oficialmente
Medidas sobre el uso de la reencarnación de budas vivientes, más popularmente conocida como
Orden nº 5, emitida por la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos.
Este organismo es que el que se encarga de las cuestiones relativas a los cultos, que siempre han de estar bajo
supervisión gubernamental.
La orden fue promulgada vía decreto el
3 de agosto de 2007 “para institucionalizar la gestión de la reencarnación de los budas vivos” y porque
“la selección de los reencarnados debe preservar la unidad nacional y la solidaridad de todos los grupos étnicos”, añadiendo la coletilla
“el proceso de selección no puede ser influenciado por ningún grupo o individuo del país”.
Mapa de China y Tibet/Imagen:
UCAA priori causa estupor leer esto porque da a entender que un alma puede elegir el cuerpo donde instalarse en su próxima vida o, al menos, puede haber una direccionalidad consciente por parte de los lamas a la hora de orientar dicho renacimiento. Los denominados
tulkus son maestros que han conseguido tener un control, bien parcial, bien total, sobre su reencarnación, conociendo de antemano tanto la forma como el lugar y asumiendo además la mente de un maestro importante.
Resulta evidente entonces que la verdadera razón subyacente tras todo esto no hay que buscarla tanto en la metafísica como en la
política. Más de uno se habrá percatado ya de que el decreto no es más que una reacción al conflicto que China tiene con el
Tibet y, más concretamente, a la figura del
Dalái Lama, máximo dirigente espiritual de ese país y, por tanto, rival para la autoridad política y militar que Pekín ejerce allí.
El actual Dalái Lama,
Tenzin Gyatso, es el decimocuarto en ese cargo pero también la reencarnación número trece de Gendun Gyatso, quien a su vez lo era de Gendun Drup (que vivió entre los siglos XIV y XV). Y, consecuentemente, tiene la facultad de
decidir en quién se reencarnará; el elegido, presumiblemente, será nombrado próximo Dalái Lama, y China quiere reservarse el
derecho a intervenir sobre una cuestión que afecta, en su opinión, a su jurisdicción.
Tenzin Gyatso, 14º Dalái Lama/Foto:
Luca Galuzzi en Wikimedia CommonsAsí, aunque la administración ha declarado que únicamente se ocupa de los asuntos religiosos relacionados con el Estado y los intereses públicos sin interferir en los estrictamente espirituales, el hecho es que no ve con buenos ojos la
constitución de un influyente clero que le es manifiestamente hostil.
Ya quedó patente en 1995 con la controversia que hubo entre ambas partes por la selección del
Panchen Lama, el segundo en el escalafón tras el Dalái, y la Orden nº 5 se emitió unos años después con el objetivo de regular, encauzar y controlar el asunto.
Consta de
catorce artículos que desgranan las condiciones, procedimientos, deberes y responsabilidades (y las sanciones, lógicamente) que debe cumplir al respecto un grupo religioso.
Cartel propagandístico chino sobre su presencia en el Tibet/Imagen: shugdeninfo.com
De esta forma, los templos budistas tienen la obligación de estar debidamente
inscritos en un registro y presentar una
solicitud de reencarnación que, antes de recibir la aprobación oficial, ha de pasar por cuatro niveles de la administración (la burocracia china tiene fama).
Dichas
entidades son el correspondiente departamento de asuntos religiosos del gobierno provincial, el propio gobierno provincial, la citada Oficina Estatal de Asuntos Religiosos y el Consejo de Estado, que deben dar su visto bueno al reconocimiento de los
talkus.
Lo realmente curioso de todo es especular qué pasará si la solicitud no se ajusta a derecho y es rechazada: ¿el alma se queda sin reencarnación? ¿Hay suplentes, como en el deporte? ¿Se puede elegir renacer en un
talku en función de los intereses políticos?
Fuentes:
Orden nº 5 (Oficina Estatal de Asuntos Religiosos, Gobierno de la República Popular China)/
El budismo (Henri Arvon)/
El estatus histórico del Tíbet de China (Jiawei Wang y Gyaincain Nyima)/
China’s Tibet Policy (Dawa Norbu)/
Dalai Lama/
Wikipedia.