Tema: Mezcla de realidad y ficción Dom Nov 19, 2017 9:51 pm
Juan
Mi tío Juan, murió a la edad de 54 años. Era un tipo amable, alegre, y muy dicharachero, tanto, que según mi tía, Emilia, hablaba de más. La causa de la muerte, se la atribuyen los médicos a un cáncer que comenzó en el estómago y decidió seguir camino por todos los órganos que mi tío necesitaba para poder seguir viviendo. La razón, según mi tía, se debió a lo mal que se llevaba con Dios y sus representantes en la tierra. Todo lo que olía a clero, lo odiaba profundamente, tanto, que la mayoría de sus conversaciones, se centraban, en ridiculizar todo aquello que éstos decían.
Mi abuela, sabia, meiga, curandera y matriarca de la familia, lo adoraba; ella, que creía a su manera, era su más fiel oyente. Así, pasaban horas, él, hablando mal de los dioses y sus mensajeros, y mi abuela escuchando atentamente su mensaje, que después intentaba descifrar.
Su mujer, mi tía, era una hembra que no había dado fruto; en su cuerpo de montaña árida, no florecía nada aprovechable. Su mirada, dura, cruel, despiadada, recorría de arriba abajo a su marido, mientras murmuraba maldiciones, tales como : "el diablo te lleve" "arderás en el fuego del infierno" y otras ininteligibles. que semejaban oraciones a su Jesús, para que pronto lo llevará de su lado.
Tuvo que esperar un tiempo, pero sus plegarías fueron escuchadas. Una noche, en la que el viento se dedicó a llevarse por delante todo aquello que encontraba en su camino, se fue mi tío Juan. Lo hizo tal cual vivió. Por la tarde se sintió mal, y pidió que apagaran el viento, le molestaba su ruido insistente. Ante semejante petición, mi tía, con el miedo pintado en los ojos, mandó llamar al sacerdote de la parroquia con el fin de que lo confesara, ya que temía que sus rezos - los de ella - lo sepultaran en el peor de los infiernos y la arrastrase con él.
Sobre las doce de la noche, al ensordecedor ruido del viento, se le sumaron los tambores de los truenos y la luz inmensa de los relámpagos que caían justo encima de la casa del pobre enfermo. Entre tanto estruendo, no oyeron la llamada del señor cura, que muy enfadado, acababa de entrar en la habitación. Soplaba y se sacudía la sotana tal cual cuervo, que desplegara sus alas. Así lo vio mi tío, ya consumido, ya todo huesos y piel, ya casi espíritu...Sus ojos se llenaron de ira, una ira ciega, irracional que lo impelía a a levantarse de la cama. Mi abuela, intentó calmarlo -venga Juan, siempre es bueno estar a bien con todos, no desprecies la ayuda que tan generosamente te ofrecen-.
Lo que siguió a continuación, no lo creería sino hubiese estado presente. Aquél cuerpecillo, apenas cubierto por una sábana, se levantó y cogiendo a D. Eusebio por el cuello (un hombretón de casi dos metros de estatura y muchos kilos de peso) lo empujó, escaleras abajo, lo arrastró hasta la puerta y lo depositó en la calle, una calle llena de agua y barro en la que el representante de Dios, se rebozó hasta el alzacuellos.
No eran tiempos de entierros civiles; incluso aquellos que no creían, eran enterrados en camposanto...pues mi tío Juan, no; enterado todo el pueblo de la hazaña, los chismorreos se sucedían, tal fue la conmoción que la historia se fue adornando con florituras tales, que llegó incluso hasta el obispo, que enfurecido le negó sepultura.
Como en mi pueblo, no había otro lugar en el que depositar el cuerpo, mi abuela, decidió enterrarlo debajo de una viña. Allí, en el huerto, sigue hoy, cuarenta y cinco años más tarde, el cuerpo de mi tío. Encima una losa, sobre la losa un mensaje. Aquí yace fiel a su vida, Juan.