“Corremos tan velozmente porque ansiamos quedarnos quietos; vivimos en forma súper independiente porque ansiamos que nos acaricien como niños. Y tenemos miedo, si cedemos a todos esos deseos, a no poder ser capaces de vivir en forma independiente”.
Dagmar O’Connor
Diez de la mañana. Un café frente a la plaza principal. Resuena entre el viento y el bullicio de la gente una canción de desamor, ‘El amor acaba’. En ese mágico instante, todos los presentes se fusionan y comparten el mismo corazón, la misma tristeza en la voz de José José.
La pérdida de un ser amado conmueve a personas de todas las edades. Tener una relación estable en la que, además de compartir el calor de las sábanas, se comparten risas y lágrimas, genera siempre cierto temor de que un día todo acabe dolorosamente, y reduce muchas relaciones a sólo el goce sexual y no al placer espiritual o emocional, con el fin de conservar la integridad y no salir heridos.
A diferencia de la época victoriana, cuando el sexo era visto como una actividad sucia al practicarse fuera del matrimonio o por mero placer, en nuestros días es algo común. Éste tema se ha convertido en el centro de las charlas entre adolescentes que se desafían y se juzgan entre sí; miden su hombría de acuerdo a la frecuencia o el número de parejas sexuales que tienen. La predominante e importancia del sexo nos ha convertido a todos en objetos de consumo, nos ha vuelto seres frustrados, consumistas, vulnerables, solitarios y necesitados de amor.
En este punto de la civilización, el sexo y el amor se han separado. El hombre ha aprendido a controlar los sentimientos de ira y tristeza para no parecer débil o incivilizado ante los demás, pero también se han moderado los sentimientos en el calor del hogar, algunos de ellos necesarios para mantener las relaciones a flote; sin embargo, en la actualidad, los libros dedicados a temas sobre reconciliaciones tienden a abordarlo desde un sólo punto: lo sexual. “Cómo hacer el amor con amor”, de Dagmar O’connor, es una obra que posee un acercamiento sensual, sensorial y gradual para encontrar la felicidad en la pareja, y también podría aplicarse en otros ámbitos si reconocemos que aquello que se hace con amor llena el espíritu de alegría a quien otorga y a quien recibe.
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El libro consta de dos partes: la primera es un estudio de los pacientes que la terapeuta sexual Dagmar O’Connor ha tenido oportunidad de tratar en su consultorio; y el segundo es una serie de consejos para recuperar la confianza, el fluir de emociones y la plenitud en la vida de pareja. Si bien es cierto que no se pueden controlar emociones ajenas, es posible que cada persona que integra la relación deje fluir las suyas libremente, de manera que su relación no sea una jaula, sino un cielo abierto en el que pueda extender sus alas. De acuerdo a esto, existen diversas razones por las cuales las personas recurren al abandono de la actividad sexual o, peor aún, a la infidelidad:
1. Por defensa a la independencia
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Los sentimientos son aterradores, son los que nos conecta a nuestra naturaleza humana pero siempre queremos evitar. Cuando los brazos de alguien son muy cálidos, tememos convertirnos en niños dependientes de esa persona, incapaces de funcionar eficazmente como un adulto. La defensa nos empuja a alejarnos antes de que esos brazos nos suelten y el cascarón, nuestra seguridad, se rompa en pedazos.
Habrá que considerar que la libertad y autonomía no se pierden al experimentar de manera libre los sentimientos, ya que sólo nosotros tenemos control sobre las propias emociones.
2. La relación es sólo una tarea más
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Cuando la vida de ambos está planificada, y los tiempos están dispuestos a la perfección para realizar cada actividad, el tiempo a solas suele postergarse. Cuando no prestamos atención a una rosa, ésta se marchita y muere, lo mismo sucede si la pareja se siente desatendida. Cuando existe interés en conservar viva una relación, también habrá tiempo para dedicar a la misma.
3. Los hombres no hacen mimos
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Hemos sido criados con una idea impuesta y equívoca en torno al comportamiento aceptable de cada género. El hombre se dibuja como un ser racional, activo, independiente, duro y fuerte, mientras que las mujeres se muestran como seres débiles, pasivas y emocionales. El hombre, desde niño, teme ser llamado “homosexual” o “nena” por mostrar ciertas señales emocionales o afectivas, y cuando crece, el número de parejas sexuales determinará su hombría de acuerdo a la sociedad; las mujeres, por su parte, también son juzgadas según el control de sus emociones, el número de parejas sexuales que han tenido y la ropa que usan.
La sociedad ha impuesto a ambos sexos, igualmente necesitados de la comunicación de sus emociones, que las controlen para no parecer “débiles” o “vulnerables”, sobre todo, en entornos competitivos como el escolar o el laboral, y que éste se extienda en el ámbito personal. Lo cierto es que ambos sexos son emocionales, así que el obstáculo para una buena comunicación efectiva no es un problema de género, sino de los roles que les han sido asignados durante toda su vida.
4. Complejo “madonna-prostituta”
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Derivado del punto anterior, para algunos hombres existen dos tipos de mujeres, y cada una desempeña una función distinta en sus vidas, según la obra de Dagmar O’Connor: “madonna” es aquella mujer a quien eligen por esposa, una santa a quien idolatran y colocan sobre un pedestal, madre amorosa, pura, intocable e inmaculada; mientras que la “prostituta” es la mujer impersonal con quien no tiene ataduras, a menudo considerada inferior por el hombre, con la cual puede regresar a su libertad después del placer.
Los hombres que padecen este síndrome tienden a vivir en una dicotomía en la cual ven a la mujer, madre de sus hijos, como alguien intocable, a quien no desean sexualmente, y de quien escapan cuando se encuentran frente a frente con sus sentimientos hacia ella, entonces buscan el calor de alguien impersonal que no besará su boca al día siguiente cuando se dirijan al trabajo.
La aventura crea un poco de espacio entre los dos cónyuges, es la última declaración de independencia y libertad de un hombre, el escape de una trampa amorosa, cálida, confortable, pero eso no significa que sea lo adecuado. Lo correcto es trabajar la relación de manera en la que ambas partes se sientan unidas, pero tengan la posibilidad de alejarse algunas veces y realizar actividades por su cuenta.
5. Complejo del “chico del coro de la parroquia-semental”
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Esta es la variante femenina del punto anterior, en la cual existen dos tipos de hombres en el mundo para ellas: aquellos que son objetos sexuales y aquellos que son buenos maridos; sin embargo, jamás las dos cosas a la vez.
Las que padecen este síndrome son mujeres experimentadas e inteligentes que gustan tener el control de todas las situaciones. Por lo general, buscan en sus amantes a alguien joven y menos instruido, pero se casan con hombres de “buenas” familias, carreras sólidas, estables y responsables que no despiertan deseo sexual en ellas. Son mujeres que han crecido en un papel de “hombre”, de acuerdo a los roles impuestos por la sociedad y que no desean convertirse en pasivas, resentidas y dependientes, sino en mujeres trabajadoras, competitivas y triunfadoras.
En el peor de los casos, una mujer con este complejo puede llevar una doble vida, que la convierte en una persona fragmentada y superficial, engañando a su esposo con aquellos hombres que sí despiertan deseo sexual en ella, y con los cuales no será esclavizada por sentimientos amorosos.
6. Falta de amor hacia el cónyuge
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Existe una variante de ambos complejos, en la cual el hombre o la mujer se casan con alguien que es un objeto de deseo sexual, con quien tienen sexo sin lazo emocional y tienen un amor apasionado, mas no consumado hacia la otra persona. Lo ideal es que el amor y el sexo se conjuguen en una sola, no en dos o más, para evitar problemas maritales y personales.
7. Vida sexual y amorosa monótona
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Vivir con una persona durante muchos años de nuestra vida implica un compromiso a crecer y evolucionar de forma espiritual y emocional, con la finalidad de que la relación no se torne aburrida y monótona. El aburrimiento ocasionado por la rutina lleva a realizar toda actividad sin ningún tipo de pasión, y con resultados algunas veces catastróficos, como lo es la búsqueda de nuevos horizontes.
8. Trueque de amor por sexo
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Es uno de los trueques más antiguos que existen, el cual convierte al matrimonio en una especie de “prostitución legalizada”, de acuerdo a algunas personas. En éste el hombre deberá decir un par de palabras mágicas por una noche de sexo, un “te quiero” aunque sea sin intención.
Muchas veces hemos escuchado el dicho “todo fluye”. Dejar fluir de una manera adecuada los sentimientos propios y permitir el flujo de los de la otra persona, harán que se desarrolle el amor entre ambos y, como consecuencia, una relación sexual favorable.
9. Realizar el acto sexual como una obligación
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Algunos hombres renuncian al amor pero no al sexo con su pareja, debido a que se sienten obligados por la sociedad, al recordar que el número y la frecuencia de las veces determinarán su hombría. Presionar para tener intimidad es la forma más segura de no obtenerla, el acto debe ser espontáneo, así como el sentimiento.
Caer en la rutina, no ser capaz de tomarse un respiro, sentirse presionado, o sentirse pudoroso, conlleva a realizar el acto sexual sólo como un deber. Es, entonces, cuando uno de los dos individuos se siente el objeto del otro, o bien creen que hace falta algo. En contraste, cuando se hace algo con amor, con dedicación y no por cumplir un deber, se da lo mejor de sí, y la persona que lo recibe se siente afortunada y plena por ello.
10. Monogamia impuesta por la sociedad occidental
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Algunos consideran que es una época espantosa para vivir solos, mientras que otros encuentran el matrimonio como algo muy complicado. ¿Es posible permanecer con una persona por el resto de la vida? La respuesta depende de la personalidad de cada individuo. Aunque la falta de alternativas tiene un precio alto, el matrimonio monógamo aún es una empresa de bajo riesgo, en la cual ambos se protegen de enfermedades de transmisión sexual y es posible centrarse más en los sentimientos del otro, conocerse, y desarrollar nuevos y profundos sentimientos; independientemente de la cultura, soñamos con aquella persona con la que podamos fusionarnos en todos los sentidos.
Las razones que mencionamos no pretenden ser una justificación a la infidelidad, sino una invitación a incluir los sentimientos en nuestra vida diaria, sea en una amistad, noviazgo o matrimonio. Todos necesitamos liberar esas emociones que son parte de nosotros, pero que por miedo solemos ocultar; sin embargo, son las que nos hacen humanos.
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Las relaciones de pareja tampoco consisten en complacer siempre al otro, pues se trata de compartir y que ambos disfruten, así como ser un poco más egoístas y pensar en el goce personal; amarse a sí mismo antes de permitirse amar a alguien más, ya que todos tenemos un cuerpo y un corazón, pasión y razón
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