Juan el relojero
Así se decía él. Y en aquel pequeño lugar se estableció como tal. Adquirió un pequeño local que lo decoró con alegres colores, y en una gran vitrina cara al público colocó sus relojes, fabricados por él mismo. La gente se paraba delante del escaparate y comenzó a comprar aquellos artilugios, algunos muy bellos, donde podrían consultar la hora.
Pero al poco llegaran las protestas. A uno se le paraba cada equis tiempo. Al otro se le adelantaba diez minutos diarios, mientras que a su vecino se le atrasaba una hora cada dos días. La manecilla de dar cuerda se les rompió a tres o cuatro compradores. Al barbero se le rompió la correa y al boticario la esfera de cristal se le hizo añicos. Al alcalde se le paró y no había manera humana de hacerlo caminar. Y a Manolita, la encargada de la biblioteca pública, se le atascó la manecilla y no podía darle cuerda. En definitiva todos pensaron de aquel relojero que no lo era, o era un mal profesional.
Pues bien, miremos al hombre, al ser humano, usted y yo sin ir más lejos, y pronto nos daremos cuenta de nuestras imperfecciones, cuando no de nuestros vicios morales y toda la carga de atrocidades que conlleva. ¿Qué decir, pues, de quien dicen fue nuestro creador?... Pues que no supo hacernos como debiera, y que si hizo al hombre a su imagen y semejanza, mala imagen está dando de sí mismo. Un fracaso.
Al relojero le devolvieron todas sus creaciones y exigieron la devolución, hasta el último centavo, de todo lo pagado, pero ¿Quién nos devuelve al creador y le dice que aprenda a hacer mejor las cosas la próxima vez? ¿Quién?
El P©stiguet