CONTRADICCIONES DE LA BIBLIA

El Postiguet escribió:

Sí Tay, la comprendo, pero entenderá usted que no somos quienes para inventar el significado de las palabras cuando estas están ya definidas.

Posiblemente, aunque no sea ese el caso de sus familiares, igual cuando ven a un ateo lo consideran un pecador e indigno de entrar en ese reino de los cielos en que ellos creen, y se lo digo porque es creencia habitual propagada desde los púlpitos. Como yo no creo ni en ese reino, ni me considero un pecador que ha de ir a sus infiernos (otro invento de los creyentes) por no cumplir con sus preceptos, estoy, dentro de mi libertad, poder considerarlos papanatas al creer ellos en algo intangible, en personalidades que nadie da fe de su existencia salvo unos libros escritos varios siglos después. Hay algo Tay para mi muy importante, si visita las ciudades de Roma o Atenas, y ya no le digo Egipto, verá vestigios de la existencia de personalidades de ese imperio, de esa ciudad o de los faraones de miles de años, y resulta que del Hijo de Dios, lo vuelvo a repetir y destacar, DEL HIJO DE DIOS, no hay nada de nada, pero nada de nada, salvo engaños tales como la sábana santa, la reliquia de la santa faz, el santo grial, y ya no le digo la de millones de astillas que se venden en Jerusalén de la cruz donde su Cristo fue crucificado.. pero se ha de creer por medio de la fe. Pues que crean quienes quieran, son libres para creer, pero eso es actitud propia de los papanatas, que significa persona crédula, fácil de engañar y cándida, y no porque yo lo diga, sino porque así está definida.

Saludos.

El P©stiguet

Miedo me da, cuando comienzas a apartarte del tuteo.
Aunque más miedo me da que generalices, algo que se suele hacer para cargarse de razón ante un tema que nos desagrada, como te desagrada a tí que haya creyentes.
He de aclarar que mi familia nunca me ha considerado indigna del cielo en el que ellos siguen creyendo, ni indigna de nada. Tampoco he recibido queja alguna de la congregación de dominicas a las que ayudé durante un tiempo a inventariar alimentos y juguetes que ellas después entregaban, en la discreción de los muros del convento, a familias en situación vulnerable, y conste que he hablado con ellas en varias ocasiones sobre la pérdida de mi fe. Lo más duro que he recibido de ellas, ha sido su pena por no poder hacer nada al respecto sino quererme como soy. Lo cual, viniendo de ellas, para mí era ya mucho y bueno.
Ni el párroco de mi pueblo (QEPD), hombre culto, instruído y versátil como pocos que haya conocido (hizo hasta de partero cuando aquí no había médico), me reprochó nada, un día que me preguntó por la calle cómo es que ya no me veía en misa. Le dije que ya no sentía esa necesidad religiosa, y me deseó que fuera bueno o sano aquello que fuera a llenar en mí ese vacío.
Como comprenderás, para mí no puede ser papanatas ninguno de ellos, y creo, cada vez de manera más firme, que creer en algo no tangible, de modo voluntario, no tiene nada que ver con la facilidad de ser engañado, con la credulidad (como el que cree en marcianos), o la candidez. Para ellos, la fe no es el resultado de una tomadura de pelo, aunque comience injustamente con el adoctrinamiento infantil, sino una necesidad que cubren con la práctica de su religión, que les genera paz interior y respuestas, cuando les surgen, y en absoluto asociado a simpleza de mente o ingenuidad.
Sólo tuve una vez rechazo por dejar mi fe a un lado, y fue en el colegio, cuando me negué a recibir el sacramento de la confirmación, que recibieron noventa niñas de mi curso un domingo de mayo que prefiero olvidar, pues todo el mundo se enfadó conmigo, aunque en casa sólo duró el enojo un par de días.
Fue (vuelvo a nombrarlo) el párroco de mi pueblo quien me dijo, sonriente, que yo era anabaptista, sin saberlo. Me explicó el significado, y lo identifiqué con mi pensamiento de que el bautismo y la confirmación no eran sacramentos de decisión responsable y voluntaria, y por tanto no los consideraba justos ni necesarios.
Y todo este tocho viene a explicarte que, en líneas generales, nadie me ha hecho cruces por dejar de ser católica o cristiana, ni los más acérrimos religiosos, y que estos acérrimos se aferran a su fe con convicción inteligente, convirtiéndola en uno de los pilares de su vida, lo que me parece perfecto. La felicidad consiste precisamente en eso, en levantar pilares donde sostener la existencia. Y si falla alguno, se construye otro. Cada cual elige los pilares que quiere que sostengan la suya. Nadie será menos que yo por hacer de la religión uno de sus pilares.