Los cánticos del Ahuja, el peligro de correr en mallas y Pablo Motos: la cultura de la violación está ahí y no la ves
Cultura de la violación. El término, empleado y normalizado por la militancia feminista desde los años setenta, no tiene sitio en la sede de la soberanía popular. Así quedó patente este miércoles en el Congreso. La ministra de Igualdad, Irene Montero, puso sobre la mesa diversas campañas confeccionadas por el Partido Popular en algunas comunidades como ejemplo de malas prácticas en lo que respecta a la sensibilización contra la violencia machista: "Ustedes promueven la cultura de la violación que pone en cuestión la credibilidad de las víctimas". La presidenta de la Cámara Baja, Meritxell Batet, reprendió a la ministra: "La expresión que ha utilizado no es adecuada en términos parlamentarios". La cultura de la violación no cabe como término aceptable en el debate político, a pesar de que continúa arraigada en otros muchos ámbitos: desde los alaridos machistas del Elías Ahuja, hasta los comentarios de Pablo Motos en su programa El Hormiguero.
¿A qué se refiere Montero cuando habla de cultura de la violación? La propia ONU ofrece algunas respuestas: "La cultura de la violación se da en entornos sociales que permiten que se normalice y justifique la violencia sexual, y en estos entornos se alimenta de las persistentes desigualdades de género y las actitudes sobre el género y la sexualidad. Poner nombre a la cultura de la violación es el primer paso para desterrarla", señala el organismo.
El concepto tiene su génesis en el discurso y la práctica política feminista de los años setenta, la llamada segunda ola, responsable de la reflexión en torno a las desigualdades materiales, las relaciones de poder y los derechos sexuales de las mujeres. Partiendo de esa genealogía, el movimiento feminista lleva décadas señalando todas las conductas, creencias, estereotipos y desigualdades estructurales que justifican y normalizan la violencia sexual. Encarna Bodelón, profesora de Filosofía del Derecho en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y cofundadora del grupo de investigación Antígona, señala que la cultura de la violación germina "dentro de las sociedades patriarcales" y tiene como máxima expresión "culpar a las mujeres de las agresiones", así como poner el foco en ellas "en cuanto a la prevención de dicha violencia". En 1975, recuerda, la escritora Susan Brownmiller publica Contra nuestra voluntad. Un estudio sobre la forma más brutal de agresión a la mujer: la violación, donde relata "cómo desde hace siglos se viene desarrollando la cultura de la violación y se ha utilizado en momentos muy concretos, como las guerras, para tejer campañas de terror" contra las mujeres. La feminista estadounidense fue pionera a la hora de ahondar en algunos mitos, como "la idea de que las mujeres se tienen que resistir". Hoy, continúa la profesora, feministas como Rita Segato han cogido el testigo para "señalar que la violación no es un hecho patológico" y para exponer que lo que explica la violencia sexual "es un patrón estructural de normalización".
Las campañas de gobiernos del Partido Popular
La ONU llama a "dejar de culpar a la víctima" como una de las claves para dinamitar este fenómeno. "Cómo viste una mujer, qué y cuánto ha bebido y dónde se encontraba en un momento determinado no son invitaciones para violarla", recuerda. Así lo ha recordado también la ministra de Igualdad cuando ha aludido a las campañas tejidas por el PP. Son, concretamente, dos: una diseñada por la Xunta de Galicia y otra por la Comunidad de Madrid. La primera, pensada para el pasado 25N, incluye entre su cartelería la imagen de una mujer corriendo en pantalón corto bajo el siguiente lema: "Se viste con las mallas de deporte. Va a correr por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa". La segunda, fue difundida por la Comunidad de Madrid el pasado mes de septiembre como estrategia contra la sumisión química. "Vigila siempre tu copa", "no aceptes bebidas de desconocidos" y "mira lo que te sirven". El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso lo remata con una imagen de un vaso, en cuyo interior se puede leer: "La agresión sexual que no te esperas está aquí dentro". Otro aviso para las mujeres. Pero la cosa no se queda en las campañas institucionales, la cultura de la violación está inserta en todas las esferas de la vida cotidiana. En el arte, en la cultura, en el ocio. A veces de forma sutil, otras de manera estridente. Es el caso del anuncio de la Bodega Encima Wines, que el Instituto de las Mujeres ha instado a retirar. A través de una valla publicitaria, la empresa tuvo a bien promocionar su producto utilizando como reclamo el dibujo de las nalgas de una mujer en bikini. "La actividad de la bodega no justifica la cosificación femenina que emana del anuncio, presentando a la mujer como objeto sexual", reza la carta enviada a la empresa y firmada por la directora del Instituto de las Mujeres, Antonia Morillas.
El Xokas y los bramidos en el Elías Ahuja
También hablaron de cultura de la violación las expertas que escucharon al streamer Joaquín Domínguez, apodado El Xokas, elogiar a un amigo suyo que, en contextos de ocio nocturno, "se divertía mucho llevándose a pibas que estaban colocadas". "Para él era muy fácil ligar, porque una tía que generalmente te vería como un cuatro te ve como un siete porque está colocada. Entonces es mucho más fácil. Tú encima estás sereno, mides perfectamente tus palabras... ¡Chupado!", decía para rematar aplaudiendo a su amigo: "Un crack, un fuera de serie, la verdad. De puto pro". Las mismas conductas que jalea el influencer se encontraban representadas en los gritos vertidos por los alumnos del Elías Ahuja. "Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas... sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea, ¡vamos Ahuja!", gritó desde la ventana del colegio mayor un joven, seguido por un denigrante espectáculo protagonizado por decenas de universitarios.
De los tribunales a los medios de comunicación
Los estereotipos que restan peso a la violencia sexual se encuentran cómodos también en las instituciones. Y si en algún lugar han puesto el foco las feministas es en los tribunales. La cultura de la violación dejó su huella en la pregunta "¿cerró bien las piernas?", formulada por una jueza a una víctima de violencia y también en el "ambiente de jolgorio y regocijo" utilizado por un magistrado para describir la violación de La Manada. También está inserta, muchas veces, en los medios de comunicación. Así lo denunciaron en su día organizaciones y periodistas que cuestionaron el tratamiento mediático alrededor de la desaparición y asesinato de Diana Quer. En aquel momento, la vida privada de la víctima, su ocio, sus amistades y sus hábitos personales ocuparon titulares y tertulias.
Pablo Motos y el machismo como espectáculo
Y por supuesto, los programas de entretenimiento reproducen sin pudor los estereotipos de los que se nutre la cultura de la violación. Uno de los ejemplos más difundidos en los últimos días tiene un protagonista: Pablo Motos. La polémica surge a raíz de la campaña del Ministerio de Igualdad que replicaba una entrevista del comunicador a la actriz Elsa Pataky, en la que introducía preguntas sobre su ropa interior. Pero la cosa no ha quedado ahí: comentarios sobre la forma de vestir de las entrevistadas, preguntas impropias sobre su físico y hasta una prueba en la que el propio presentador y su invitado miden sus pulsaciones al tiempo que dos mujeres en traje de baño se pasean frente a ellos. "¿Es verdad que te cogieron en El Internado porque estás de miedo?", le preguntaba el presentador de El Hormiguero a una atónita Ana de Armas de 20 años allá por 2008. La cantante Virginia Maestro ha señalado que la actitud del presentador, comentando su escote durante una entrevista en ese mismo año, fue nada menos que "machista, violento, incómodo, cutre, vergonzoso y muy lamentable".
El trabajo del feminismo
"No es la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que criticamos todo esto desde el feminismo", dice al otro lado del teléfono Paula Ríos, miembro de la Plataforma Feminista Galega. En el caso del anuncio de la Xunta, reconoce, "probablemente se hiciera con muy buenas intenciones, pero sin una formación en perspectiva de género". La activista se reconoce perpleja ante el revuelo ocasionado este miércoles entre los grupos parlamentarios. "Sobre todo me sorprende que Meritxell Batet no conozca el término, altamente empleado desde los setenta por el feminismo", admite. Y por supuesto, agrega sin dudarlo, la cultura de la violación incluye "culpabilizar a las víctimas o responsabilizar a las mujeres de las agresiones", porque eso significa que al mismo tiempo "se está excusando al otro lado", a los varones que cometen la agresión. Ada Santana, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes, achaca el revuelo al escozor del término: "Viene a exponer una situación real y que te señalen genera mucho rechazo", asiente y recuerda que casos como el del colegio mayor pasaron a la irrelevancia una vez se apartó el foco mediático. "Hubo un gesto superficial cuando salieron a la luz las imágenes, pero enseguida readmitieron al protagonista de la escena machista", lamenta la activista. Para Bodelón, la reacción de la presidenta de la Cámara Baja "muestra la necesidad de formación en epistemología feminista y la ignorancia respecto a toda la literatura que desde hace cincuenta años estudia este término". Las activistas lo han denunciado así durante décadas, obteniendo el calificativo de "exageradas" como única respuesta, lamenta Ríos. "No somos exageradas, la cultura de la violación es muy amplia, no se trata solo de alentar la violencia sexual, sino también de intimidar a las mujeres para que no ocupemos el espacio público", clama.
Cuando no se sabe/quiere leer y se interpreta como machista cualquier cosa y se busca eliminarla, claro que es censura...
Y más si se usa dinero público...
El problema es que eso sólo lo dices tú: no se llama machista a cualquier cosa sino a los machistas, en cualquier grado. Eso sí: eliminar el machismo es lo lógico, y eso no es censura.
Salú y República.
marapez V.I.P.
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Tema: Re: Tribuna feminista Vie Dic 02, 2022 4:46 pm
Beronio Viciadillo/a
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Tema: Re: Tribuna feminista Vie Dic 02, 2022 9:35 pm
A mi me parece que hay muchas mujeres poco concienciadas.
No deberían comprar nada a todas esas firmas de lenceria que utilizan sostenes, braguitas y ligueros para promocionarse.
Y a las que usan imágenes de señoras lactando... pá qué contate, pá qué.
καλλαικoι V.I.P.
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Tema: Re: Tribuna feminista Vie Dic 02, 2022 11:26 pm
Y nosotros podemos comprarlos? No es que a mí me queden muy bien , pero para un regalo....
marapez V.I.P.
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Tema: Re: Tribuna feminista Sáb Dic 03, 2022 1:03 am
marapez escribió:
marapez V.I.P.
Mensajes : 46437
Tema: Re: Tribuna feminista Mar Dic 27, 2022 9:54 pm
El problema que no tiene nombre
Día tras día lo mismo. Se levanta, prepara el desayuno para su marido, le acompaña al jardín y le besa antes de que se vaya a trabajar. Después, pasa la aspiradora, limpia enérgicamente el baño, saca brillo a los cristales de toda la casa y con absoluta devoción prepara la comida. Todavía no han tenido hijos, así que dedica el resto de la jornada a tomar el sol con sus vecinas y a esperar paciente a que vuelva su esposo. Impecablemente vestida, peinada y maquillada le recibe con una copa —otra cosa no, pero beber, beben a todas horas— y practican sexo antes de sentarse a degustar una apetecible cena. En el binomio, los roles de cada uno están perfectamente establecidos, así que ella nunca se queja. No discuten, no tienen problemas. Hasta que esa rutina empieza a asfixiarla y se da cuenta de que su idílica —aunque también monótona— vida está llena de grietas.
La distopía pija y patriarcal que imagina Olivia Wilde en la película No te preocupes, querida recuerda a la realidad sobre la que teorizó Betty Friedan en los años 60. La investigadora feminista radiografió la frustración que sentían muchas amas de casa norteamericanas —blancas y de clase media en su mayoría— que, despojadas de su independencia económica, se veían relegadas a las tareas domésticas. También a unas pocas aspiraciones vitales que pasaban por ser buena esposa, mejor madre y una excepcional anfitriona del hogar. Y todo sin perder la sonrisa. Aparentemente lo tenían todo para ser felices pero ese rol secundario que les imponía la sociedad les hacía sentirse atrapadas. Encarceladas. Así que empezaron a somatizar ese malestar en patologías como insomnio, ansiedad, depresión o alcoholismo. Friedan lo bautizó como el problema que no tiene nombre porque, aunque muchas se sentían así, casi ninguna era capaz de verbalizar lo que les pasaba. Han pasado casi setenta años y el problema sigue ahí. Un buen ejemplo lo encontramos cuando llegan estas fechas. Mientras el resto de la familia se dedica a la contemplación, un pequeño pero firme ejército de abuelas, madres o tías asumen todos los preparativos navideños. Son ellas las que se ocupan de elegir el menú, algo ya de por sí lo suficientemente complejo y a lo que se añade la dificultad de tener en cuenta los gustos de todos los comensales. Además, se encargan de hacer la compra y se tiran horas metidas en la cocina con las manos —literalmente— en la masa. Todo esto para que, en un alarde extremo de estupidez, alguno de los invitados suelte en mitad de la cena: “El cordero bien, pero un poco chamuscado” o “está rico, pero un poco soso”. ¿Es o no es para mandarlo todo al carajo en ese mismo momento? Y aunque, por suerte, hay otros modelos de familia, en los que los roles de género están cambiando, también sé por experiencia —avergonzada reconozco que yo he sido una de esas familiares contemplativas— que aún hoy, quien asegura que participa en esas labores, como mucho se dedica a poner la mesa, cortar el queso o preparar la bandeja de los polvorones. El trabajo doméstico y de cuidados ni está remunerado económicamente ni reconocido a nivel social y siempre recae sobre los mismos hombros: los femeninos. Así que no es de extrañar que haya mujeres que tengan que drogarse para aguantar una tarea tan ingrata y poco valorada. De hecho, en España el consumo de ansiolíticos y antidepresivos está disparado entre ellas: consumen el doble de estos psicofármacos que los hombres. Así que puede que el problema no tuviera nombre, pero lo que tenía hace más de medio siglo en un barrio residencial estadounidense —en la realidad o la ficción— y sigue teniendo ahora —en la casa de nuestra madre cada Nochebuena— es rostro de mujer.